Con las clases sociales burguesas se perfila solapadamente la división entre pobres y ricos, en reemplazo de la evidente distinción entre esclavos y feudatarios, con sus esclavistas y señores. Las calques y plazas jamás fueron libres para su tráfico por arte de los trabajadores.
Las clases son conglomerados sociales caminantes, cada uno por su lado y entremezclados físicamente, aunque marcada y objetivamente diferenciados por sus roles activos frente a la sociedad, al trabajo, a la cultura y a la tecnociencia. Los ricos suelen meterse a burgueses y explotadores, y los pobres reciben la condición de asalariados o de lumpen.
Pero, la pobrería se nutre con toda persona venida a menos, con los padres y sus descendientes y ascendientes, con quienes, paradójicamente sólo tienen limitadas fuerzas para mover todos los procesos productivos, y tienen también esa orfandad social muy suya, de quienes carecen de patrimonio propio para vivir holgadamente.
En semejante escenario, donde a los trabajadores les toca moverse estrechamente en la amplia banda de la pobreza, que les toca saber vivir, sobrevivir y adecuarse a una situación de constantes estrecheces o de apuros económicos de toda índole, esos trabajadores ha ido fomentando, desarrollando y perfeccionando una admirable experiencia que bien puede identificarse como acervo tecnocientífico de supervivencia en pauperismo, sumado a la calidad de resistencia física que eso supone, y que nos revela quienes en la Historia de la Humanidad han sido los verdaderos héroes y heroínas.
Afirmamos que todo tipo de progreso humano tiene un autor originario: los trabajadores de todos los mundos y los tiempos, y ellos por antonomasia son los asalariados de hoy, los enfeudados de ayer y los esclavos de todas las épocas supuestamente superadas.
Por supuesto, saber ser pobre para sobrevivir como tal es todo un arte de vieja data, cuyos artífices han ido recogiendo acumulativamente todos los aportes que cada generación de paupérrimos, de indigentes y marginales, de quienes han ido ingeniándoselas para hacer ranchos, para sacarle sangre a una piedra, para hacer de tripas, corazones; ingeniárselas para darle un apetitoso sabor a cuatro conservas de sardinas o a un pestilente mondongo; para atacar sus enfermedades con yerbas milagrosas, con brujos y aguarapa’os.
Tales pobres se adecuan y hasta han "aprendido a ser pobres", para tranquilidad de todos los ricos ya establecidos y/o en proceso de formación.
Pero, quienes, perdiendo por equis causa de su holgada posición económica, abstracción hecha de la buena o mala fuente de su poder adquisitivo, pasan a engrosar la clase de los necesitados, tristemente, entonces se hallarán en el irresoluble problema de no tener experiencia alguna para sobrevivir en su nueva situación de pobreza adquirida, habida cuenta que jamás fueron pobres. Esto explicaría la gran desesperación que suele acompañarlos y su férrea defensa al poder adquirido, ante su carencia de mecanismos alternos para sobrevivir como pobres, luego de haber sido ricos desde ñema.