La tarde del 18 de Octubre de 2015, después de haber participado en el simulacro del acto electoral previsto para el 6 D, a la 12.35 fui asaltado en el Cementerio Metropolitano de Maracay mientras llevaba flores a mis familiares difuntos. Un joven de unos 24 años vino corriendo hacia mí con una pistola y me conminó a abrir las puertas de mi camioneta, hurgó en la consola, debajo de los asientos, en la guantera. Mientras revisaba su mano tenía la pistola apuntando a mi cuerpo. Revisando todo, buscaba dinero o asuntos de valor, me pidió el teléfono y después de no interesarse en mi carga que eran alimentos y libros, me pidió que no hiciera ruido, que me quedara quieto, que no gritara, se alejó unos pasos y le quitó la cacerina a la pistola, salió caminando como si nada hubiera pasado, fríamente como un hielo seco... un carro se había estacionado a unos cincuenta metros, y se fue hacia allá. Eran otros, de una familia que también llevaba flores. Yo encendí la camioneta y salí lentamente del cementerio. Imagino que a aquellos también les quitó algo. De las veces que me ha acontecido algo peligroso esta fue la peor, a plena luz del mediodía, en un lugar donde uno anda pensando en los recuerdos de su gente, aun con los que están enterrados en otras partes del país como mi padre y madre; en un lugar donde se pretende ofrendar no a la muerte sino a la gratitud de nuestros seres queridos. Mi esposa sin imaginarse que podía estar pasando llamó para saber de mí y el teléfono lo tenía una aguantadora, que sin desparpajos la mandó al carajo, y el miedo se apoderó de la gente de mi casa. Mi familia se preocupó mucho hasta que llegue donde habita mi hija, me tomé un café y un buen vaso de agua, luego mi hija se encargó de informar que estaba bien.... bien.... bien "cagado".
No es la primera vez que me sucede, posiblemente tampoco la última. En la medida que se aproxime diciembre, los riesgos aumentan. Dos jóvenes universitarias conocidas pasaron hoy por la misma circunstancia en otros lados de Maracay, donde bien sabemos que se ha hecho un esfuerzo sustantivo contra el crimen mayor. A una de las jóvenes citadas antes, el hampón le pasó el brazo por encima mientras hacía sus fechorías simulando que era su novia. Pero, lo preocupante es la cantidad de jóvenes que participan en estos actos. Cualquier criminólogo dirá que son actos simples de poca relevancia, y es posible que sea así en el campo de la clasificación de los delitos, pero también sabemos que ha sido la cooperación con el delincuente lo que ha permitido que no llegue a más.
Mis preguntas son también simples pero sin respuesta ¿Por qué incursiona un joven en estos delitos? ¿Cómo obtienen sus armas? ¿Actúan solos o los dirige alguien? ¿Cuáles espacios públicos que están libres de estos delincuentes? ¿Dónde están las estadísticas sobre el tema? ¿Tienen educación formal o son excluidos del sistema educativo? ¿Hasta dónde el consumismo ha trastocado sus valores? ¿Cuál es el plan para redimirlos del delito? ¿Cómo la sociedad socialista que proponemos evitará el caos juvenil? Cierta vez, leí que se tratan de unos 75 a 100 mil jóvenes que están fuera de la ley, pienso que uno solo ya es suficiente para tratar esta situación como tema de Estado.
Estas circunstancias son las que la oposición venezolana asume como bastiones de su campaña contra el modelo socialista, acusándonos de tolerantes. Pienso que el proyecto de una sociedad mejor pasa por reforzar principios y valores; y la escuela pareciera ser el mejor espacio para el nuevo ser que necesitamos. Y aunque pareciera que en Latinoamérica, ningún país escapa a este fenómeno social, en nuestra Patria requerimos de una política medida con indicadores que nos evidencie que estamos mejorando.
Lo otro, es pasar agachado frente a circunstancias que algunos creen menores o simples. Ni de vainas..!