Gualberto Ibarreto interpretó una estupenda canción que se llamó “Mi Abuela”, en la cual se dice:
-“Mi abuela nunca aprendió lo que es la geometría
Pero una arepa en las manos redondita le salía.”
Pero cantó otras cosas más hermosas sobre las habilidades de su abuela como:
-“Que iba a saber mi abuela de tabla de dividir
Si mi abuela nos decía lo mejor es compartir.”
Hoy, de manera muy particular, he tenido muy presente esa bella canción interpretada maravillosamente por quien tuvo una excelente voz, al haber leído dos interesantes trabajos de Jairo Larota relativos al sistema monetario mundial y lo relacionado con el patrón oro. Entramos en una etapa, no ajena al proceso histórico, según he entendido, en el cual el oro se escasea y siendo un medio que no pierde valor, al contrario gana dejándole tranquilo, pues es buscado por ansiedad por quienes pueden adquirirlo para anclar y hasta revalorar sus activos. Al parecer, es un asunto coyuntural pero no deja de marcar sus efectos que pudieran hasta ser devastadores, según quienes de eso saben. No uno que siempre anda como en la luna y detrás de los hechos y no es capaz de detectar un buen negocio ni que este le golpee las narices.
Justamente por eso recordé aquella canción y el joyero de las abuelas. Quizás las frecuentes guerras en Venezuela, aquellas que arrancaron desde el período independentista, por tomar una referencia, pasando por la Federal y todas las que vinieron después, lo que no terminó con la llegada de los “Sesenta”, encabezados por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, y aún bajo el férreo régimen de este se mantuvieron constantes guerras locales promovidas por caudillos, generaron entre la gente y por supuesto en las abuelas, que atesoraban experiencia, la idea de convertir en oro todo o lo que pudiesen. Hicieron de rey Midas, aquel a quien el dios Dionisio dio la potestad de convertir en oro todo lo que tocase. Claro, ellas no fueron exactamente eso, pero si cuidaban de volver el pusilánime papel moneda en oro. No fueron las abuelas a esas escuelas de economía donde se forman técnicos que tienen respuesta a todo, pero si a ellos pones a gobernar preferirás luego al portugués del abasto; las abuelas aprendieron más que aquellos; a hacer y no quedarse en el discurso, porque de este, afortunadamente, nada sabían. Muchos veían aquello como síntomas de avaricia de la abuela o pecaminoso asunto. Las muchachas, sus nietas, tenían otra óptica, fundamentada en la esperanza que algún día la abuela les legaría su tesoro.
En efecto, aprendieron las abuelas que el dinero, aquel expresado en un papel que solía perder valor ante las crisis económicas y hasta los cambios de gobierno. Lo experimentaron y luego se lo transmitieron a las otras abuelas que a ellas siguieron. Se supo que los gobiernos, estando en apuros, solían y suelen buscar la manera que las máquinas de hacer papel moneda produzcan sin cesar. Todo apuro se resolvía y resuelve con una nueva emisión, sin importar que la que circula o esta guardada pierda capacidad de pago; esa es una minucia que sólo incumbe a los pendejos. Por eso, los gobiernos nunca se quedarían limpios y pelados, como solemos decir. Al final, con una política impositiva ¿audaz?, ¿neoliberal?, se puede lograr que ese dinero vuelva a las arcas o al depósito de donde salió. Pero salvo el rey Midas, nadie ha podido fabricar el oro.
Eso lo supo la abuela. Supo bien que el dinero era un amor o valor fugaz, por lo tanto, apenas pasase el turco, aquél que venía de por allá donde extraían el oro, invertía lo que tuviese en prendas para guardar secretamente en su joyero y éste en el fondo del baúl. Además, ese turco, por lo general pretendía una de las nietas de la abuela y ésta, relancina la vieja, aprovechaba la circunstancia para hacer los mejores negocios con él, cosa que nadie podía y nunca pudo. ¡Cómo engatusaba la abuela al turco y ya eso era una hazaña!
La abuela, por su sabiduría, nunca creyó en banqueros. Ni tampoco en guardar dinero en potes que siempre alguien, hasta quien no les andaba buscando les encontraba, porque siempre sería un bulto muy grande. Supo que el dinero, ese de los billetes, generaba entre la gente, incluyendo los hijos, los nietos y hasta esposo una imagen muy atractiva pero en cierto modo falsa. Era el medio expedito para salir a gastar, comprar y hasta prostituir. El oro había que buscar quien lo comprase y rezar para que no se enterase la abuela. La primera era tarea difícil, la segunda en el pueblo, un acontecimiento fatal. Poseer dinero generaba gastos que muchas veces o casi siempre a él se lo llevaba. Las propiedades como las tierras y el ganado podían perder valor por los vaivenes de la política y hasta las enconadas diferencias entre familias; además, en uno de esos avatares de la política, en la huida, no pudiéndose llevar las propiedades, que el enemigo vencedor solía apropiarse, la abuela podía llevar sin mayor esfuerzo su joyero a donde el destino lo determinase y con él garantizaba la seguridad y estabilidad de la familia. Por eso, cuando la cosa apretaba, todo el mundo miraba con ansiedad y esperanza hacia la abuela. Porque el oro no; él representado en cientos de cadenas de la virgen de Coromoto, Jesús en la Cruz, las vírgenes todas, los anillos, aretes, pulseras, podían transportarse y disimularse en pequeños bolsos, como un secreto, y con ellas una incalculable fortuna.
Claro, podía suceder y en efecto incalculables veces sucedió que a la abuela robaron o arrancaron de las manos su fortuna en un camino del llano huyendo del enemigo. O el nieto, sabiendo su secreto, se lo sustrajo una noche que, lo que era frecuente, se durmió plácida y profundamente.
Con estas cosas de los bancos que quiebran, que más de las veces los quiebran sus dueños para robarse el dinero a ellos entregados en custodia, la inflación que pulveriza el valor de la moneda, los vaivenes del mercado inmobiliario, la inconveniencia de adquirir viviendas para alquilar por el riesgo que se corre de perderlas, la pérdida de valor de ciertas propiedades por el uso o la devaluación, terrenos que todo el mundo busca ara invadir, el oro es el medio de no perder nunca sino sumar constantemente. Como dijo Jairo Larota, citando a un mexicano el “Oro es el rey”.
Según uno de los trabajos que he mencionado, ahora la escasez del oro, lo que tendrá sus razones, pero yo las desconozco, y el hecho mismo que se sepa la dificultad de hallarlo, harán que vuelva a subir de precio. Esta vez o como siempre con el oro, aquella canción de “espero que te pongas más barata”, no tendrá sentido alguno.
De donde, después de leer a los técnicos expertos en ese asunto, que no son los joyeros, sino economistas uno, cual gafo o caído de la mata, al rememorar estas historias de la abuela, concluye cuan sabias eran y pensar que uno creía era por chocheras o mañas de la vieja.
Razón tuvo Gualberto de cantar, como empezamos:
“Mi abuela nunca aprendió lo que es la geometría
Pero una arepa en las manos redondita le salía.”