I
Mi general, tu verbo,
vuelo de cóndor o águila,
electrizante, fundador, flamígero,
estremece el sistema nervioso de Abiayala,
las banderas y el viento se saludan,
el orbe asoma luz en su mirada,
los ríos bajan cantando, el mar se esponja,
un coro de Amazonas, Orinocos y Platas
al compás de las cumbres de los Andes
anuncia la alegría de la batalla,
un relincho de potros y clarines y fuegos
tras Carabobos y Ayacuchos marchan,
mil silencios sonoros musitan voz de siglos,
el día dispara el alba,
la noche une los rayos a su danza de estrellas,
las manos se entrelazan,
un huracán de pueblos va horadando la historia
como con una carga de montañas,
clama justicia, amor, paz y respeto,
viene otra vez forjando patrias,
y todo eso, mi general libertador, padre infinito,
porque volvió a caminar tu espada.
II
El niño no soporta los pájaros cantores
prisioneros en jaulas,
Hipólita lo mima y lo defiende,
el pecho empieza a empollar la llama,
que vuelen, vuelen, es su vida, es flecha
cada canción multicolor y alada,
como mi voz, como mi pensamiento,
como la luz en la ventana,
como tus ojos cuando me saludan
al despertar cada mañana.
Que me llevan a casa del tío,
también quieren cortarme las alas,
¿y qué haré para entrar en el viento
a bajar una estrella o un águila
o a pedir a mi padre un aliento,
un rumbo, una palabra?
Yo no como ese pan, no me trago
esa bebida amarga,
yo vine, así me siento,
para galopar en las sabanas,
para batirme con las olas,
para entrarle a empellones al alba,
para herir en la tarde un crepúsculo,
para prender alarmas,
para ver si se mueve esta sombra
que me asfixia y atrapa
o pretende atraparme, lo juro,
ni punición, ni nada,
sol y luz son mi norte, mi vida
será una llamarada.
III
Pero antes de la luz fue mucha sombra,
cuánta sombra, camarada,
la madre se hizo azul o acaso nube,
todo el dolor se te enredó en la infancia
(paréntesis de siembra
el maestro de la voz sabia),
luego mar y ultramar tejieron
un zigzag de esperanza,
perdiste la muchacha amorosa,
la herida te revolvió el alma,
volviste hacia el olvido y la locura,
te estremeció la tempestad en Francia
y para no perderte en el vacío,
otra vez la voz sabia.
El Juramento desató huracanes
sobre las montañas de Italia,
y el sol se te abrió entero y tenía un nombre:
Patria.
Fuiste a trenzar el sueño,
volviste por Miranda,
y comenzó el incendio, y las candelas
hacia los horizontes cantaban
llevando la canción de los patricios
cuyos timbres aún decían España.
Y caías bajo el rayo enemigo
y te levantabas,
nada podía vencerte,
pero tampoco tú coronabas,
hasta que convocaste al duro pueblo,
mestizas las espadas,
lanzas en manos firmes y bocas
que rugían para no ser esclavas.
Apures y Orinocos siguieron
el rumbo que apuntabas
y Angostura fue el parto
o la alborada
donde vio luz bajo una sola insignia
una patria de patrias.
Moral y luces dijiste
y siguen vivas tus palabras.
Seguridad, estabilidad, felicidad proclamaste
y hacia allá se endereza la esperanza.
Para hacer de la Paz una fiesta
con las notas más claras del arpa,
con el canto viril del centauro,
con las mozas que ríen y danzan,
con las manos que labran la tierra
y hacen humear las fábricas,
con la ronda de amor en la escuela
y al alcance el doctor de confianza,
con el traje y el techo abrigantes,
el pan de casa en casa
y la justicia al fin justicia amiga,
sonriente, compañera y ciudadana.
Y para que a los grande rapaces
se les mellen las garras.
IV
Y saliste a dar piso de roca
a la nueva alborada,
aún flamean en el Sur y nos retan
las enseñas hispanas,
las ofrendas de amor y de sangre,
las vibrantes proclamas,
los ijares nerviosos,
los ayes y las lágrimas,
los sudores, los barros, las nieves,
los tambores, las armas…
Y la voz que estremece y anima
y arde como una llama
eleva un resplandor de victoria
y no se puede perder la batalla.
Pero atrás, en la sombra
la conjura trabaja,
la traición se abre paso reptando,
rasga la gloria y la palabra
y un naciente sin ley y sin freno
viene voraz a sustituir a España.
Y en nombre de la libertad nos plaga de miserias.
Libertador, vuelve a ceñir tu espada.
V
Los cirios y las caras sollozan,
la muerte entra descalza,
los árboles que afuera vigilan
le dicen "pasa,
obsérvalo y olvídalo,
jamás podrás con esa carga".
Delirantes aplauden
manos desventuradas.
Y él se levanta y sale hacia las calles
y otra vez está aquí junto a los pueblos
para hacer invencibles sus marchas.