Nota: En artículo anterior donde llamamos a Ramos Allup arrogante, tratamos de un asunto donde según algunos se agravió a “El Libertador”, porque por no gustarle por razones muy conocidas, el presidente actual de la Asamblea Nacional, se hizo grabar un video que luego guindó en las redes, o lo guindaron los suyos, donde manda u ordena a un carretillero que echase en la basura un cuadro del “padre de la Patria”. Y dijo que, sólo aceptaría aquel que el propio Bolívar admitió “que más se le parecía”; una imagen recogida por un artista en un instante de la vida del héroe, el mismo cuya herencia se quiere borrar de la memoria colectiva. Es decir, de acuerdo a Ramos, toda la iconografía de nuestro máximo héroe, menos el cuadro por aquél escogido, en un momento de su vida, debería llevársela el aseo urbano. Lo grave y hasta curioso es que eso lo dice alguien que asegura representar a quienes aspiran “rescatar la democracia y las libertades en Venezuela”.
Por este desagradable asunto reponemos un trabajo escrito en 1994, cuando en Venezuela se armó un revuelo y se llamó a desagraviar a Bolívar, porque un pintor chileno había pintado un cuadro que se juzgó no le hacía honores o le hacía aparecer grotesco y hecho sólo para llamar la atención. La discusión de entonces, aparte de la solicitud de desagravio, se centró más bien en gustos estéticos. La diferencia de ahora es que, nada más y nada menos que el presidente de la Asamblea Nacional, por no gustarle un cuadro, que según su razonable juicio, si ese fuese el caso, debería limitarse a decir que no le gusta, pero no mandarle a la basura porque forma parte ya inevitablemente de la iconografía bolivariana. El pintor chileno, un desconocido, logró con su cuadro no solo molestar a muchos sino llamar la atención en América Latina por varios días. Pudiera ser que Ramos Allup, como bien le gusta, entre otras cosas quiso alcanzar lo mismo que Dávila, el pintor chileno, un momento de “gloria”. Por cierto, de acuerdo con todo lo dicho y expuesto en esta nota y la que sigue, a los caricaturistas deberían prohibirle, desde la Asamblea Nacional, seguir haciendo su trabajo, declararles ilegales y hasta recogerles en carretilla y lanzarlos en pipotes de basura.
Les invito a leer ese artículo y hacer las comparaciones.
Un tal Dávila, de nacionalidad chilena y pintor de profesión, pintó un cuadro y le llamó Bolívar. Todo el mundo, en este país y en aquellos que se llaman bolivarianos, ha hablado hasta el cansancio del "irrespeto o la osadía" en el
gesto del "artista".
Toda pintura está sujeta a una evaluación como obra plástica, pero en este caso, nadie, por lo menos en esta parte del mundo, se ha ocupado de ello.
Pareciera que el señor Dávila, nos hubiese hecho una jugada pesada. Nunca tanta gente en este país se había interesado por una obra pictórica y..... ¡Sin haberla visto!
Como si hubiese pensado de esta forma, "si nadie hasta ahora se ha ocupado de mi trabajo por la forma e intención de mis brochazos, con este Bolívar los haré hablar sobre mi y que me obedezcan".
Aquiles Nazoa, hablando de "Cien años de Soledad" y de su autor, dijo una vez que la mayor felicidad de un buen escritor estaba en que, de una manera u otra, sus obras entrasen en una “rocola”. Un personaje, aquel de las mariposas amarillas, de la novela de García Márquez, fue cantado en una rítmica canción caribeña que sonó con insistencia en las “rocolas” pueblerinas.
Este chileno, con un cuadro que nadie elogia, logró que por días el país sólo se ocupase de él. Todas nuestras tragedias pasaron a segundo plano.
Unos intelectuales condenaron a Dávila y hasta casi pidieron su cabeza. Y si se la entregan, con la rabia que tenían, la hubiesen frito y colocado en la Puerta de Caracas. Otros, porque en este país estamos empeñados en ir de un extremo al otro, protegieron al sureño. Pero en verdad, no por la obra en sí; ese el caso de Cabrujas o de Ibsen Martínez, si no por llevarle la contrario a aquellos que hablaron primero del asunto y, en exagerado gesto, solicitaron la hoguera.
Un señor Jurado Toro, por culpa de Dávila y en nombre de la democracia, señaló a Cabrujas como merecedor de unos tiros porque éste consideró impropio condenar al pintor por su obra e inoficioso y pueblerino que el gobierno exigiese explicaciones. Y José Ignacio Cabrujas, quien "piensa que no vale la pena hablar del asunto", ni ocuparse tanto por una obra que como tal poco interés ha despertado, escribió hasta un segundo artículo y, en nombre de la libertad, apostrofó al señor Jurado Toro.
¿Y a todo esto, qué pasó con Bolívar? ¿Lo ofendió el pintor de marras? ¿Acaso su gloria se puede vulnerar tan fácilmente?
La obra existe; esa es la opinión que a un individuo le merece Bolívar. El tiene todo el derecho a pensar y expresarse libremente. Nuestra concepción de la libertad lo reconoce.
Pero si Bolívar es el hombre grande a quien cantó otro grande de Chile llamado Pablo Neruda, las pequeñeces y los gestos exhibicionistas le resbalan.
Dejen al artista descansar en paz. Bolívar, como dijese el otro chileno, despierta con el pueblo cada cien años. (Barcelona, 04 - 09-94)