Esta semana se desataron los demonios de la conspiración, esa que ya parece acostumbrada a chocar no dos, sino muchas veces con la misma piedra. Esta roca no es otra que la férrea voluntad del pueblo venezolano de vivir en democracia. De no ser por el uso con fines perversos y trágicos de un sector de la juventud estudiantil, el asunto resultaría cómico. Pero ocurre que los anclas mediáticos de Quinta Crespo ni el “magnate” de Bárcenas, aunque azuzan a los muchachos hacia la violencia y la muerte, se cuidan de permanecer lejos de la línea de fuego, como ayer, como siempre.
La cobardía es libre, gritó alguna vez un “líder sindical”. Una pantalla de televisión ofrece más protección que una trinchera o una barricada. Si alguien se tomara la molestia de hacer una rápida investigación hemerográfica, se daría cuenta de que quienes hoy se rasgan la vestidura por la autonomía universitaria, son enemigos contumaces de este principio académico bolivariano. Sí, bolivariano y vargasiano, pues fueron el Libertador Simón Bolívar y el Rector José María Vargas quienes consagraron la autonomía al redactar y dictar, en 1827, los Estatutos Republicanos de la hasta entonces Real y Pontificia Universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela, nuestra casa profunda.
La reseña histórica importa porque el odio suele hacer escandalosa gala de su ignorancia. La autonomía que consagraron Bolívar y Vargas, sería elevada a rango constitucional por la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, en línea coherente y consecuente del movimiento bolivariano. El desaforado magnate de Bárcenas y el pobre ancla de Quinta Crespo mezclan en forma casi perfecta su ignorancia de la historia con su odio hacia la autonomía universitaria. A esto agregan su inagotable desprecio hacia la vida de nuestros jóvenes y por eso los lanzan a la violencia mediante una criminal y abierta campaña mediática.
La conspiración derrotada por el pueblo venezolano el 13 abril de 2002, reaparece más burda, torpe y evidente. Los mecanismos de la información dirigida que conceptualizara el profesor Federico Álvarez en su para nosotros clásico libro sobre la materia, ni siquiera se cuidan en disimular sus costuras. En la misma semana intentan incendiar toda la pradera. Toman autopistas, se amarrran a Miraflores, le abren los canales a un Magistrado que prende su ventilador; intentan violar a una mujer policía en Mérida (¡miserables!); disparan contra los agentes en busca de un allanamiento que no se produce pero que igual “denuncian” y sin duda promocionan; repiten y repiten las imágenes como manda el mecanismo de la reiteración. Y algo importante, no logran hacer salir de las universidades sino a un grupo foquista (piquetes de cinco a diez encapuchados) sin el menor poder de convocatoria.
La conspiración tiene apoyo externo, al igual que ayer. Es un acto desesperado, pero no por ello se le debe perder de vista. Tiene en la frente el sello del más rotundo fracaso porque a sus promotores internos, “académicos” o mediáticos, los carcome la cobardía. Mandan a otros, pero no van ellos. Lanzan la piedra y esconden la mano. Otra vez el fantasma del “yo no fui” los posee en cuerpo y alma. La humedad de la muerte –sin peso de conciencia porque carecen de ésta- de nuevo se filtra por la esquina de Bárcenas y otras esquinas.