En
la ciencia política es donde más rápidamente se produce la reacción
contra la acción. Es mucho más fácil especular un hecho político que
uno económico o ideológico. Para elegir un Papa participa sólo el nivel
de los cardenales, excluyendo –por cierto- a los más ancianos. Sólo con
su muerte, se convoca otra elección. El concepto de democracia para el
Vaticano representa el límite mínimo del derecho no de la
participación, sino de la representación. Aquel obispo que se le ocurra
invocar la renuncia de un Papa por vejez extrema
o porque no esté de acuerdo con alguna de sus encíclicas, debe primero
convencerse que todas sus aspiraciones superiores terminan en la muerte
súbita de su atrevimiento. Sin embargo, para los políticos de la
derecha, del centro y del reformismo de izquierda, lo que haga el
Vaticano es una santa palabra, porque viene dictaminado desde un poder
divino: el de Dios. Lo que vale para el Vaticano, para la oposición
venezolana, no vale para la política de la lucha de clases. Debe
reconocerse, por lo insignificante de la cantidad –no estamos hablando
de la calidad- en su participación, la elección de un Papa es manual,
pero que aun cuando se hace tan clandestinamente que a ningún medio de
comunicación ni a ninguna veeduría internacional se le permite
observación, suponemos es de completa transparencia en el conteo de los
votos.
Digo
lo anterior, porque con el resultado del proceso electoral colombiano
donde fue reelegido el presidente Alvaro Uribe, sectores de la
oposición al proceso bolivariano han hecho un motivo de algarabía sin
que la Casa de Nariño les haya invitado al festín. Si eso es
solidaridad de tendencia política, debe respetarse y están en su
derecho y en su deber. La derecha –eso también puede suceder a una
izquierda- se olvidó en su apasionado festejo por el triunfo de Alvaro
Uribe, como ejemplo supremo de democracia universal, que el otro filo
–el más cortante- de la navaja se les iba acercando a su propio cuello.
Mientras acá la derecha bailaba en una sola pata por la victoria de
Uribe por casi siete millones cuatrocientos mil votos, en Colombia un
poco más de cuatro millones de los votantes se expresaron en dos
tendencias de oposición que son dignas de analizar, porque no siempre -es
cierto- la mayoría deba tener la razón, como categoría que determine
cuál es el pensamiento correcto en un momento determinado. Sin embargo,
de eso no se trata esta opinión. Dejemos eso a otra ocasión.
La
oposición venezolana se vanagloria –eso se le respeta- del triunfo
contundente de Alvaro Uribe como si fuera suyo propio, y no ha querido
abrir los ojos para enterarse que sólo obtuvo el 27,71% de un universo
de 27 millones 700 mil inscritos con derecho a voto. Tiene motivo para
hacerlo. Allí está la esencia de la solidaridad contrarrevolucionaria.
Pero es bueno recordarle que para la elección de diputados a la
Asamblea Nacional del mes de diciembre pasado y donde anunció a última
hora su no participación, la abstención alcanzó un 80% y no tuvo reparo
en atribuirlo como un triunfo de la oposición, declaró a los cuatro
vientos la derrota de Chávez y la ilegitimidad de la Asamblea por no
representar a la mayoría de la población con derecho y deber de voto. ¡Ironía!:
Uribe tampoco representa la mayoría, existe un 79,29% que, por una u
otra razón, no se siente representado por su mandato. Sin embargo, la
oposición venezolana festeja el triunfo uribista como legítimo de toda
legitimidad. La salsa que es buena para el macarrón en Colombia, para la oposición en Venezuela, no es buena para el espagueti.
Otra
cosita muy importante que con la pelota lanzada desde el montículo por
la oposición, no previó ésta que iba a ser víctima de un soberano
pelotazo por de reacción de la acción de rebote. El proceso electoral
colombiano ha sido señalado, por la oposición venezolana al gobierno de
Chávez, como ejemplo de pulcritud, de civismo, de transparencia, de
total confiabilidad y credibilidad. Eso no lo discutamos. Es más, a
pesar de las denuncias hechas por miembros de la izquierda sobre
algunas irregularidades comprobadas y que no se pusieron a desconocer el triunfo de Uribe, demos razón a la oposición en eso.
Todos
nos sorprendimos de la economía de tiempo –es decir la rapidez- con que
anunciaban los resultados escrutados. Ya a las nueve o diez de la noche
del mismo día de la elección, se sabía el resultado final con la
cantidad de votos precisa por candidato, los nulos y la abstención.
Cualquier persona, sin más raciocinio que el sentido común, sabe que el
órgano electoral colombiano competente –Registraduría Nacional- no está
integrado por personas que obedecen a los dictámenes de la izquierda
colombiana. Incluso, la presidenta del organismo cuando se dirigió a la
nación, no pudo ni esconder ni esquivar su parcializada simpatía por el
presidente Uribe. Sin embargo, Jorge Rodríguez fue víctima de ráfagas
verbales de la oposición venezolana por anunciar, simplemente,
resultados que no se podían alterar ante los ojos del pueblo ni los
veedores internacionales. En cambio, en Colombia, ningún vocero ni del
liberalismo de Serpa ni de la izquierda que apoyó a Carlos Gaviria se
ocupó de criticar ese sentimiento inevitable de los que por el corazón
le corre algún hilo de sangre política o ideológica a favor de un
candidato. La imparcialidad propiamente dicha sólo existe en la
fantasía pero no en la realidad. O se es chicha o se es limonada, pero
las dos cosas mezcladas es eclecticismo puro.
Cualquier persona, incluso con un tantito de alteración del sentido común,
sabe que ese veredicto tan rápido y tan preciso tiene que ser posible ¡gracias!
a la alta tecnología de las máquinas y no a lo arcaico de la movilidad
de la mano que, incluso para el conteo manual de votos, sería mil veces
más lenta que la del cajero que cuenta los billetes uno a uno en los
bancos. ¡Aclaramos!: si se trata de una cantidad millonaria, la mano
cede –inconscientemente incluso- a la tecnología. En Colombia, para la
oposición venezolana, la máquina de votación es perfecta, no hace
trampa, no se equivoca en el conteo, no altera los resultados, y ni la
mano ni el cerebro del hombre tienen acceso a vulnerarle o alterarle su
función honesta de incondicionalidad al servicio del pueblo votante y
no de un determinado candidato, ni siquiera esté en el poder. La salsa que es buena para el macarrón en Colombia, para la oposición en Venezuela,
no es buena para el espagueti.
Lo otro y que termina de degollar el cuello de la oposición: gritando ¡vivas a Uribe!,
al destacar que el triunfo del mismo es ejemplo de verdadera
democracia, no se cuidan de reconocer que es una reelección. Sin
embargo, se opone frenéticamente a que en Venezuela Chávez participe en
un proceso electoral por la reelección. Lo que en Colombia una
reelección es democracia y civismo, en Venezuela le parece dictadura y
aprovechamiento del poder. La salsa que es buena para el macarrón en Colombia, para la oposición en Venezuela, no es buena para el espagueti.