Se viene debatiendo sobre el carácter y profundidad del retroceso de las fuerzas revolucionarias. El partido del imperialismo y la burguesía monopolista se encuentra exultante, considera estratégica su victoria y presiona al Gobierno para que ejecute las líneas fundamentales del programa neoliberal y asuma sus costos sociales, al mismo tiempo que amenaza con el desplazamiento en no más de seis meses –tras rapto de ira, en tres– e imponer dicho programa desde la trinchera parlamentaria.
Contamos, no obstante, con una base sólida afincada en la identidad popular del proceso bolivariano, más la fortaleza de la unidad civil-militar y el compromiso firme con la paz y la democracia de la mayoría de los poderes que conforman el Estado venezolano.
Añadamos que la dialéctica inherente a los sucesos sociales ha permitido a las fuerzas revolucionarias obtener en medio de la derrota una victoria de verdadera repercusión estratégica: la legitimidad internacional del sistema electoral de Venezuela. Nunca más la derecha mundial podrá levantar de manera creíble la bandera de que sus similares nativos pierden por acción fraudulenta. Se ha ratificado en los hechos que nuestro sistema electoral es el más confiable del planeta.
De igual modo se puso en evidencia que el movimiento revolucionario no es el promotor de la violencia en el escenario político del país. El mundo ha podido comprobar cómo, al revés de la negación automática propia de las fuerzas reaccionarias, el Gobierno aceptó ipso facto la derrota –como cada vez que la ha sufrido–, llamando a sus seguidores a la calma y la reflexión autocrítica.
El debate ha sido transparente, sincero, profundo y sin cortapisas. La dirección del proceso, encabezada por el presidente obrero Nicolás Maduro Moros, ha demostrado su disposición a escuchar sugerencias para corregir y retomar el rumbo exitoso hacia la construcción del socialismo bolivariano.