Fue Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, quien escribió ese importante texto llamado "La enfermedad infantil del izquierdismo" en el comunismo, una crítica política a ciertas tendencias autodestructivas en el seno del movimiento proletario que dio la victoria a los bolcheviques en la Revolución rusa de 1917.
Su exacto epíteto lo tomamos, en esta oportunidad, para referirnos a ciertos ególatras del izquierdismo criollo, quienes están soñando, desde ya, con disputarle la "precandidatura" al "presidente saliente" (lo ha dicho el sociólogo Tulio Hernández y muchos otros seudointelectuales de la derecha venezolana) y se han propuesto ensayar sus castings propagandísticos, ofreciendo entrevistas, declaraciones, tuíteres y opiniones, carentes de compromiso de clase proletaria y discurso revolucionario pero repetidoras de las matrices de opinión creadas en los laboratorios comunicacionales dirigidos desde el Departamento de Estado norteamericano y ejecutados por los distintos instrumentos de inteligencia que controla la CIA o que, en el plano militar, despliega el Pentágono.
Nuestros esgrimistas de la política chavista, especialmente los más ultrosos, provenientes del campo de la izquierda, arman sus discursos infantilistamente críticos, sobre la base de las matrices de opinión que se generan, difunden y reproducen desde el pensamiento dominante burgués, centrando todo el cuadro de ataques imperiales en contra de las revoluciones y búsquedas de ejercicio pleno de la soberanía, como es el caso de Venezuela y nuestra Revolución Bolivariana y Chavista que logró, en muy poco tiempo, convertirse en solución a la inmensa deuda social venezolana y en esperanza cierta para los pueblos de Nuestramérica y del mundo.
Reducir el cuadro crítico mundial, diseñado y ejecutado por el imperio yaqui para salvar su poderío, a la imagen, perfil y características de un individuo que, dignamente, ocupa la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, en un momento de sórdidos ataques contra nuestra soberanía, más que un simplismo es sumarse a la moda infantilista de cierta "izquierda" que no logra sino repetir que Nicolás Maduro debe renunciar a la Presidencia. Inescrupulosamente, los extremistas de la conciliación de clases y del "diálogo" proponen –en el fondo- conciliar con las transnacionales, con los terrófagos locales, con las oligarquías y con todo el pensamiento neoliberal fondomonetarista que quiere arrancarnos de nuevo la soberanía que nuestros libertadores, Simón Bolívar y Hugo Chávez, nos enseñaron a reconocer, reivindicar y defender, para nuestra independencia definitiva y para la construcción de la Patria socialista.
El problema no es Maduro. Y que no se me pretenda descalificar acusándome de jalabolas. El problema son las diferencias de clases. El problema es la burguesía, las transnacionales y el capital financiero. El problema son sus aparatos políticos y militares, de fuerza imperial, que ejercen su hegemonía desde Estados Unidos, desde el Estado sionista de Israel y con sus aliados, fundamentalmente europeos.
Aquí no puede ni debe haber conciliación con quienes se empeñan en destruir y dividir a nuestro pueblo, robarle sus riquezas, sus sueños, pensamientos y culturas. No es Maduro quien se debe ir. Él es nuestro Presidente Constitucional, Bolivariano y Chavista, a quien debemos acompañar con pensamiento crítico para que alcance a cumplir su papel temporal de coordinar la batalla que debe enrumbarnos al cumplimiento pleno del Plan de la Patria. Quienes se deben ir son los apátridas, los traidores, los burgueses, los guerreristas y sus aliados en todos los niveles sociales, incluyendo esos que alientan, desde el izquierdismo, entregar la Revolución a las manos de la traición.
Es la hora de las definiciones: con los explotadores o contra los explotadores. Con los burgueses o contra ellos. Con los apátridas o contra ellos. Con la Revolución o con la contrarrevolución.
