A
los ojos del corazón pareciera incomprensible que un candidato que
ofrece la guerra en todos sus mensajes, sea reelegido por arrase en la
primera vuelta luego de haber incumplido con su promesa hecha en 2002
de entregar un país en completa paz en 2006. En la política también el
pueblo una que otra vez le hace parábola a la ironía. Quizá, por apatía o por conciencia, por protesta o por hábito. El candidato que fue capaz de expresar su simpatía por la pena de muerte, se extinguió en el 99% de rechazo en la urna electoral.
En
el análisis del resultado de un proceso electoral no sólo se debe tomar
en cuenta, para determinar la inclinación de las tendencias del
pensamiento social, la realidad sociológica o histórica de un país, su
lucha de clases interna, la conflictividad política de sus movimientos,
los recursos económicos disponibles, la inclinación en la correlación
de fuerzas, el contexto internacional que le influye no pocas veces de
manera decisiva, sino también -y es muy importante- tanto a las
organizaciones políticas como a los candidatos.
Colombia
es un país que viene, casi ininterrumpidamente, en una violencia desde
1948 cuando asesinaron en una calle de Bogotá al líder del liberalismo
de izquierda, Jorge Eliécer Gaitán, soterrándose por décadas aún no
cesadas una esperanza de nuevo amanecer para una mayoría del pueblo
colombiano que lo daba por seguro vencedor en la elección presidencial
de ese año. Desde allí cada proceso electoral -hasta ahora- ha estado
signado, de alguna manera, por la violencia, por el miedo y por el
silencio, mayormente impuesto desde arriba, de los que detentan el
poder político, económico y los grandes medios de la opinión ideológica.
Los
historiadores, los sociólogos, los biógrafos, los teólogos, los
generales, y los politólogos colombianos, de un lado; y, del otro, los
obreros, los estudiantes, los marginados, los campesinos, los
desplazados, los soldados, los homosexuales reprimidos, las prostitutas
execradas, las madres que sufren hambre en su vientre, los mendigos que
razonan pero no se dejan ver del viejo amigo, es decir, los explotados
y oprimidos colombianos son los que tienen la suprema potestad de
responder al conocimiento humano por las verdades de sus procesos, de
sus luchas y de sus decisiones.
Ganó
Alvaro Uribe la reelección, venció la concepción de la violencia. Casi
siete millones cuatrocientos mil colombianos (un poco más del 62%)
de los que votaron, lo hizo por la opción de apostarle a la guerra para
lograr la paz. Antana Mockus, simpatizante de la pena de muerte y
opuesto a dialogar con los movimientos armados, obtuvo un poquito más
del uno por ciento. Los candidatos que ofrecieron la paz con políticas
de no más la guerra, terminaron con el siguiente resultado: César
Gaviria, alcanzó más del veintidós por ciento, y Horacio Serpa, un poco
menos del doce por ciento. La guerra, continúa; la paz, una esperanza
aún lejana.
Alvaro
Uribe supo recoger lo más granado de la derecha tanto del partido
liberal como del conservador, es decir, los sectores más poderosos de
la oligarquía económica, lo más
ultrareaccionario de la política y la destilación químicamente pura de
la ideología proimperialista. Pero sería un desprecio y una bofetada a
la verdad, no reconocer que arrastra una masa importante de sectores
medios y bajos de la sociedad, que no sólo creen que ese gobierne va a
solucionar sus problemas económico-sociales más urgentes, sino también
consideran que con mano férrea de la guerra es la metodología de
lograrse la paz, para construir la utopía de una Colombia de clases
pero sin odios ni exclusiones. Eso dará fuerza a Uribe para proponer un
diálogo condicionado tratando que sea aceptado por la insurgencia. Sabe
que no habrá otra reelección, y si deja el país encendido de fuego su
candidato a sustituirlo será un seguro perdedor, y su movimiento
político correría el riesgo de diluirse en poco tiempo. Por ahora hay
más Uribe que fuerzas organizadas de conservadores y liberales.
El
liberalismo político propiamente dicho está acéfalo de liderazgo capaz
de renovarlo. Horacio Serpa quedó muy por debajo de la masa liberal
que, por una u otra razón, se siente defrauda y piensa
–heterogéneamente- en la búsqueda de nuevos horizontes organizativos.
La fuerza expansiva de la globalización capitalista, su política de privatización
de las grandes fuentes de la riqueza planetaria, su poder de fuego para
la guerra, la desglobalización de la riqueza del mundo en la
concentración de los más grandes y poderosos monopolios del capital
financiero, propinaron la muerte súbita a los nuevos intentos de
liberalismo económico, dejando prácticamente sin ideología a sus
movimientos políticos. El liberalismo político tradicional colombiano
está en terapia intensiva. Para salvar su vida, está obligado a
renovarse inclinándose sin miedo hacia la izquierda democrática
participativa y no representativa.
El
Polo Democrático Alternativo, sin ganar la presidencia, ha vencido una
barricada. Un hombre ya viejo en edad pero culto y honesto de juventud; labrado
en el apego más a los principios legados en la Declaración de Derechos
del Hombre y del Ciudadano que de repentina política que provoca
involucrarse bajo bandera de radicalismo revolucionario, con un corazón
para mirar lejos, supo reunir el espíritu de la rebeldía
antiimperialista y por una paz sin hacer la guerra ni execrar al factor
insurgente. Carlos Gaviria es ese género de hombres y mujeres justos
–más cerca de Rousseau que de Marx- que cree que todos debemos nacer
libres y tenemos que ser libres e iguales en derechos. Su edad avanzada
obliga a la búsqueda de un liderazgo emergente que sea capaz de seguir
el ejemplo de su nivel intelectual y su vocación de justo, y aparte de
su camino todo intento de supremacía hereditaria de liderazgo que ha
caracterizado a conservadores y liberales y, también, a la vieja
izquierda.
La
abstención, común en Colombia, representa a más del cincuenta y cuatro
por ciento de la población con derecho y deber de voto. Es heterogénea
y no tiene línea política en relación con un programa específico de
destino del país. Nadie es su propietario. Si se decide su mayoría a
participar en un proceso electoral inclina
la balanza hacia su candidato. La abstención, como mayoría, siente que
ningún candidato –por ahora- le representa sus intereses o es
indiferente a lo que la minoría decida por ella.
La
insurgencia no puede quedar execrada de un análisis postelectoral. El
porcentaje de pueblo que sufragó, expresó sus tendencias internas y su
veredicto por el esquema de país que desea. La insurgencia tendrá que
dar su visión política sin modificación de su ideología. El movimiento
más poderoso de la insurgencia (farc-ep), ha dicho que con Alvaro Uribe
no dialoga, porque éste sólo le apuesta a la guerra. La inteligencia de
esa organización revolucionaria, apreciando las circunstancias
concretas, determinará una nueva táctica de enfrentamiento político o
de diálogo sin planteamiento de desmovilización ni entrega de armas. El
eln, con más inteligencia que maniobra, podrá crear simpatía en
espacios que si bien son opositores a la violencia, están convencidos
que Alvaro Uribe es un obstáculo para conseguir la paz.
Valoremos
la profundidad filosófica de las dos ideas enfrentadas en la oposición
pero adversarias al uribismo: A. El liberalismo –ya moribundo- dijo
refiriéndose al triunfo de Uribe: <<Venció, pero no convenció>>.
Quizá, en esa expresión descubramos una razón de frustración del
liberalismo de Serpa, pero no lo suficiente para descargarla del enorme
pedazo de realismo que contiene. La oposición a Uribe alcanzó más del
35% de los votantes, por un lado, y, por el otro, un 55% de los
facultados para votar se abstuvieron y no puede decirse ni que sea
uribista ni activita de la oposición, pero en todo caso, hay razón para
creer que no se siente representado ni por el vencedor ni tampoco por
los perdedores. B. La izquierda electoral propiamente dicha recurrió a
palabras no de un connotado ideólogo marxista, sino de Jorge Luis
Borges, quién en ideología se inclinó un tanto hacia el fascismo
político, para decir: <<La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece>>.
En verdad el triunfo de Uribe es ruidoso y no merecido, pero es la
victoria de un 27,71% del pueblo adulto colombiano, y
constitucionalmente termina siendo legítimo. Pero en la ‘derrota’
de la izquierda colombiana, a la simple percepción de un analista
incluso dándose hipócritamente de imparcial, se denota el renacer de
una nueva izquierda democrática que pasando por encima del viejo y
moribundo liberalismo, da la cara por la esperanza en una democracia
participativa conquistada a través del voto.
Si
por intelecto, por sabiduría se determinase la victoria en un proceso
electoral como el recién finalizado en Colombia, ni los más enconados
adversarios de la izquierda se hubiesen negado aceptar que Carlos
Gaviria no tenía contendor, y, por consiguiente, se le hubiese
declarado triunfador. La política no la deciden los sabios, sino la
lucha de clases, y lo que de ella se derive.
Quizá,
para analizar lo acontecido en Colombia, nada más conveniente que ir en
procura de la obra de <<Los Miserables>>, donde Víctor Hugo
describió magistralmente elementos de situación semejante. Tal vez lo
más idóneo que mejor caracterizaría el papel logrado por la izquierda, concentrada en el Polo Democrático Alternativo, es aquello que Víctor Hugo descifró para decir que a veces <<… una batalla perdida es un progreso conquistado>>.
Ciertamente, al ocupar el segundo lugar en la preferencia de los que
votaron, la izquierda perdió ante la derecha que hizo ganador a Uribe,
pero históricamente representa -sin duda alguna- un progreso en un país
donde la represión y la muerte es el destino de todos los que pública y
sin armas enfrentan la política del Estado. Si avanzamos con Víctor
Hugo, esos dos millones y un poco más de seiscientos mil votantes por
la izquierda pluralista –sin tomar en cuenta la votación del
liberalismo que se mueve más hacia la izquierda que hacia la derecha-,
se pudiera decir que el tambor de la guerra no ha callado, pero la
razón está comenzando a tomar la palabra que le pierde el miedo al
terror. Ese es el atrevimiento y, sin éste, no puede concebirse –como
sin la imaginación y la intuición- ninguna conquista sublime en el
mundo.
Esa derrota de la izquierda, puede describirse de la siguiente manera: <<Es
necesario para que progrese el género humano, que encuentre en las
cumbres de la sociedad lecciones permanentes y altivas de valor. La
temeridad deslumbra a la historia, y es una gran luz para el hombre. La
aurora es audaz cuando aparece. Intentar, desafiar, persistir,
perseverar, ser fiel a sí mismo, luchar cuerpo a cuerpo con el destino,
asombrar a la catástrofe con el poco miedo que nos cause, ora haciendo
frente a los poderes injustos, ora insultando la victoria llena de
embriaguez, resistir y persistir, éstos son los ejemplos que necesitan
los pueblos; ésta es la luz que los electriza. El mismo formidable
relámpago enciende la antorcha de Prometeo que el botafuego de Cambronne>>
(Víctor Hugo). ¡He allí el atrevimiento como un progreso que desafía
toda la impunidad y el terrorismo de un Estado, para enfrentarlo en un
proceso electoral! El pueblo colombiano está perdiendo el miedo y ya no
quiere seguir siendo víctima de su propio silencio.
Sólo
el pueblo colombiano, pronto o tarde, hará de su palabra un hecho. La
izquierda con sus hechos podrá ganarse o no, ser la palabra del pueblo.