Precios justos, ganancias máximas, costes de producción, todas estas
categorías corren a cargo precisamente de la propia y libre competencia
entre los capitalistas. El Estado poco pinta en este tipo de injerencia y
esta hasta podría resultar contraproducente. Muy distinta es la nueva
política de competencia que está emprendiendo ahora el Estado creando
cadenas de distribución al detalleo y hasta domiciliarias, y con mercancías
de alta calidad.
Ese es el caso venezolano y donde desde hace muchos años ha desaparecido la
competencia, misma que ha quedado reducida a la que claramente coexiste
entre el capital privado y el sector público por ahora con gran desventaja
para este último, salvo que cese en su injerencia en el mercado privado y se
limite a competir con producción pública y distribución mixta, si fuere el
caso.
Aquí todos los intermediarios privados de cualquier eslabón están
tácitamente de acuerdo en mantener un precio uniforme para todas las
mercancías de igual utilidad. El propio Estado ha clonado esa mala praxis
económica cuando impone un "precio justo" como si el mercado burgués
pudiera gobernarse con decretos, particularmente cuando se trata de un
Estado atado a un Poder Fiscal deficiente y ralentizado por demás frente a
los numerosos infractores.
Ese Poder Fiscal invierte muchos recursos en averiguaciones del pasado,
mientras ralentiza la vigilancia y sancionamiento debido de los delincuentes
políticos actuales. Por su parte, el Consejo Nacional Electoral (CNE) les ha
estado dando luz verde a cuanto aspirante lo solicite con su desvergonzada y
notoria mala reputación.
La fijación de precios uniformes para las variadas mercancías que son
sustitutas de las demás con la misma utilidad es una medida que contraría y
frena la competencia. Ningún empresario va a vender por debajo del precio
justo si el Estado se lo avala, y si este precio monopólico molesta al
consumidor, mejor dentro del marco de salir del gobierno actual.
Por lo demás, es característica intrínseca del sistema capitalista la
autogeneración de una tasa de ganancia media alcanzada tendenciosamente por
todos los empresarios en su lucha por conquistar el mercado del cual forman
sólo una porción. De aquí la formación de precios de mercado (precios medios
de mercado) como expresión macroeconómica de todos los productores e
intermediarios. De allí la defensa a ultranza del libre mercado por parte de
la burguesía.
Lo venimos remarcando: los costes de producción sólo sirven para medir la
ganancia individual de cada empresario. Esta ganancia les viene dada por la
diferencia aritmética entre el precio de mercado y sus costes de producción,
ganancia que determinará, según el capital particular involucrado, la tasa
de ganancia microeconómica. La comparación de esta con la tasa media del
mercado arrojará una ganancia extra, deficiente o igual para cada
empresario. De estas informaciones derivan los progresos técnicos tendentes
a ganar más, a mejorar la productividad particular y con ello la de toda la
economía en general.
De resultas, sólo la competencia arregla los precios en favor del consumidor
ya que con el abaratamiento de los precios es como cada empresario puede
robustecer su mercado que, por supuesto, lo enriquecerá como capitalista.
Los empresarios triunfadores, hoy confabulados en guerra contra el pueblo,
tendrán que enfrentarse competitivamente con el Estado, y de esta
competencia saldrá un vencedor. Acabar con la presente crisis, con la
presente guerra, es competir triunfalmente.