Dice el filósofo español Ortega y Gasset: "En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso"… Una afirmación tan contundente, de esta naturaleza, no puede causarnos disgusto o desazón, en aquellos que estamos identificados con el proceso revolucionario, sino, más bien, debería hacerse de ella, un buen punto de partida para la reflexión. Oímos con frecuencia decir que "la revolución debe mirarse a sí misma" pero le tenemos miedo, casi terror, a ello. Miedo porque requiere ver la realidad, evaluar las decisiones que tomamos y observar el impacto que ellas tienen sobre nuestra vida cotidiana. En una sola y sencilla palabra requiere "aterrizar". Agrega Ortega y Gasset: "Los problemas humanos no son, como los astronómicos o los químicos, abstractos. Son problemas de máxima concreción…".
Mientras un conocido analista político, entrevistado por José Vicente Rangel, señala: "Maduro está viviendo una fantasiosa épica revolucionaria y no aterriza en los problemas de la gente", el propio Presidente, entrevistado por Ernesto Villegas, explica, frente al hecho concreto del triunfo electoral de la oposición: "Es un triunfo circunstancial debido a un estado de conmoción" que caracteriza por "la guerra sicológica, la guerra política, asociada al fenómeno de las colas, al sabotaje económico" y a una situación real como lo es la caída de los precios petroleros. No hay errores, ni tampoco contradicciones. Todo es externo a la revolución, nada interno a ella. La elevada inflación y el alto tipo de cambio paralelo, por ejemplo, no tienen nada que ver con la monetización del déficit fiscal, con la expansión monetaria inorgánica, con la ley de oferta y demanda, sino solamente con la guerra económica, la especulación y el "dólar today"… Buscamos crear, por decreto o mediante leyes, el propio poder popular, la conciencia ciudadana, la eficiencia en la gestión pública e, incluso, el socialismo. No se requieren políticas coherentes, ni claridad ideológica, ni conocimiento, ni trabajo constante y, menos aún, valores y principios firmes y sólidos.
La afirmación de Ortega y Gasset es dramática para nosotros pero no está alejada de la realidad.