I
Punto de quiebre
Hemos llegado a un punto de quiebre, tal como se titula una película donde trabaja estelarísimamente el actor venezolano Edgar Ramírez. Así como se los digo, apreciados lectores. La masa no está para bollo. Llegamos al llegadero. Una sola candelita puede incendiar la pradera. Y un incendio, que yo sepa, no sabe distinguir entre un chavista, un adeco, un copeyano, un amarillo, o un azulado. Esta situación se agravó tanto que no queda otra que hablar. Y hay que conversar. Hay que dialogar, con el país en cada mano. Bajándole tres a la intolerancia. Apartando hacia un lado a los extremos. Entiéndase, los extremistas que existe de un lado y de otro. Llegó la hora de la verdad. Y en nombre de esa verdad y de este bello país, tiene que darse un acuerdo entre los hombres y mujeres más consientes de la Patria de Bolívar, y encontrarle la solución a la crisis que amenaza con sumirnos en un caos de consecuencias imprevisibles.
II
Aristóbulo, presidente
Entre un acuerdo de alto nivel, entre los líderes de la oposición y la dirigencia del chavismo, se podría acordar el nombre de un hombre con el color de Obama, pero con el corazón más venezolanista que el que más. Ese hombre tiene nombre y apellido: Aristóbulo Istúriz Almeida. El actual vicepresidente Ejecutivo. No es de extrañar que ese sea el hombre elegido para sustituir, producto de una negociación la salida de Nicolás Maduro de la presidencia, sin mayores traumas. Todo, bajo el compromiso de trabajar, todos unidos, por el país. Un solo objetivo: sacar a Venezuela del hoyo donde se encuentra. Sin pararle a los dos extremos. Que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y los organismos de seguridad del Estado se encarguen de meterlos en cintura. El profesor es apreciado de un lado y de otro. Pero más del lado oposicionista. Lo conocen. Es un hombre con sapiencia política. De mano tendida y de la conversa a flor de labio. Dios quiera que estas elucubraciones apunten hacia la realidad... ¡Volveré!
