Eso dice Platón, para quien la esfera era la figura más perfecta porque es idéntica a sí misma en todas sus partes y no necesita nada. No requiere manos porque al contener todo no tiene qué coger fuera. Tampoco tiene pies porque no tiene donde ir que no abarque su interior. No exige ojos porque no hay nada que ver en su exterior. Mundo autista el de Platón.
Herman José Ignacio Hernández Lejter, sin cuyas investigaciones estas líneas no hubieran sido posibles. |
Esa porción de cuero y viento causa estrés, decisiones de vida o muerte, euforias o depresiones nacionales. Países enteros ponen su honra a rodar sobre ella. Y continentes, lo que explica por qué los venezolanos, tan ajenos al fútbol como consanguíneos del beisbol, hinchamos por cualquier equipo suramericano durante los mundiales de balompié.
El mundo no está dentro de la pelota, como en la esfera platónica, pero se organiza entero alrededor de ella. Durante el Mundial no hay acto que no esté tamizado por el ritmo de los juegos y sus resultados. Para un país la vida termina cuando su equipo es eliminado; pierde por un tiempo toda noción de mañana. O invade todo el futuro cuando triunfa. Oscila entre la gloria y el bochorno en cada instante. La pasión del fútbol es maníaco-depresiva. La vida debe recomenzar para todos los países, menos para uno, el vencedor. El subcampeonato no es suficiente porque nadie recuerda a los segundos. Baggio falla un penalty y su mundo se desploma, años de gesta se revocan, el país lo increpa por haber traspapelado esa ocasión en que se encomendó a su pie la historia cabal, desde la Guerra de las Galias, pasando por el Dante y la Capilla Sixtina. Imagínate ahí frente a un portero prodigioso con tu Panteón Nacional, tu Salto Ángel y tu Miranda en La Carraca, tú solo, dependiendo del tumbo ocurrente de una burbuja de cuero que puede con todos los trayectos. Te lo juegas todo en una fina patada. No basta dominar el balón, también hay que dominar los nervios, que no es menos difícil. Ronaldo no pudo.
Veintidós hombres se disputan un balón de contados centímetros de diámetro sobre el cual se concentran las pupilas del mundo. No hay prensa ni Internet ni televisión ni radio ni plaza ni cafetín ni pasillo que ignoren la breve esfera. Nadie trabaja, o lo hace distraído por un globo geométricamente más importante. Se detienen campañas electorales y las crisis económicas se dejan para después porque hay que dirimirlo todo en una minúscula geometría que redefine toda topología simbólica.
¿Cuántos deportes configura la esfera? No importa la contabilidad escrupulosa. Lo importante es que esa forma cría muchos porque seduce con un guiño fundamental para que corramos a dominar su arisco movimiento contra el prójimo.
Francia lo gobernó el día de la Final y puso el mundo a sus pies.