El
terrorismo individual no es santo de mi devoción, porque aun teniendo
el que lo profesa un grande corazón humano, cree que con su inmolación
conquista la libertad de su pueblo oprimido. De esa manera, creyéndose
el salvador, deja en la indefensión de su pueblo el pago de las
terribles consecuencias con que cobrará la represión venida de sus
enemigos. Sin embargo, criticar esa forma de terrorismo en un tiempo en
que el imperialismo ataca con armas tan sofisticadas desde el aire y
sin nada decir del terrorismo de Estado, es cinismo de política vulgar.
El terrorismo de Estado es tan hipócrita y atroz, que asesina
indiscriminadamente a una parte del mismo pueblo que dice ha
intervenido en su ayuda para liberarlo del despotismo político de un
determinado régimen que no es de su agrado. Basta una excusa para
evitar protestas: <<muertes por error>>. Con un amigo como el terrorismo de Estado imperialista, para que buscarse más enemigos.
Al-Zarqawi
profesaba el terrorismo de grupo o individual, para derrotar al invasor
imperialista, con la misma pasión de creencia en su Dios Alá, que los
señores Bush y Blair hacen su terrorismo de Estado creyendo en su Dios
Dinero para aniquilar la resistencia del pueblo iraquí. Una gran
diferencia estriba en que Bush y Blair le tienen tanto miedo al
terrorismo de grupo o individual como valor para enfrentar al
terrorismo de Estado tiene un terrorista de grupo o individual.
En
la guerra se ha tratado que ciertas normas de ‘humanización’ sean
respetadas en combate, y quienes la violan no hacen más que dar prueba
de su barbarie y salvajismo, amén de su terror ante un enemigo incluso
muerto. El general Jesús María Hernández, el más brillante de todos los
revolucionarios que siguieron el ideal del general Ezequiel Zamora, fue
víctima de un remate a lanzazos habiendo quedado herido en combate, y
no hubo una sola voz de protesta en el campo de sus enemigos que
condenara tan vil manera de asesinar a un soldado ya en estado de
indefensión.
Los
mercenarios gringos ninguna norma respetan, porque se sienten con el
suficiente poder militar para acallar con todas las protestas, vengan
de donde vengan. No pocas veces los traiciona el subconsciente. Rematar
a un adversario herido y ya en estado de indefensión, deshumaniza por
completo al victimario. Si ha sido terrible y condenable el grabarse,
para publicitarlo a los ojos del mundo, degollando a un reo indefenso y
que no era –en todo caso- culpable de la invasión imperialista en Irak,
no es menos terrible y repudiable que dar tiros de gracia a un
adversario que yace indefenso por las heridas recibidas en un combate.
El
dedo de Al-Zarqawi –el muerto- acusa la perversión de los soldados de
Estados Unidos. Primero bombardearon el lugar donde aseguraban estaba
presente Al-Zarqawi. Luego, al ver desde arriba que toda la
infraestructura del lugar estaba destruida por completo, ordenaron
(¡pendejitos los gringos!) que avanzaran al lugar los soldados del
gobierno iraquí. Los epígonos del invasor llegaron y sacaron los
cuerpos de los escombros. Notaron que uno todavía respiraba y eso era
señal que aún estaba con vida. Lo montaron en una camilla y la metieron
en una ambulancia para ser auxiliado. La soldadesca gringa oteaba a
cierta distancia el acontecimiento temeroso de sus propias atrocidades.
Al darse cuenta que no había peligro inmediato, tomaron la gran
decisión de llegarse hasta el lugar arrasado por sus bombardeos.
Rodearon la ambulancia y sacaron la camilla donde reposaba el herido.
Le quitaron el turbante que cubría su cabeza y a culatazo limpio
hicieron que le brotara sangre por la nariz como sinónimo de muerte en
combate, disculpen, por torturas.
Habían
anunciado que Al-Zarqawi murió de manera instantánea como producto del
preciso y exitoso bombardeo del invasor. El invasor vive gracias a su
corta memoria. No se habían percatado que un dedo índice del muerto
había quedado erecto acusándolos de tortura. Preguntado el jefe
militar gringo en Irak sobre si Al-Zarqawi había quedado herido del
bombardeo, se limitó a decir que cuando bajaron la camilla y el
terrorista se dio cuenta de la presencia de los militares
estadounidenses, intentó bajarse y huir. No pudo, Al Zarqawi, intentar
huir antes que llegaran los soldados iraquíes para hacerlo ¡justo!
en el instante en que estuviese rodeado de soldados estadounidenses.
¡Qué manguangua! No hay duda que el ejército que invade tierra ajena
alegando que su misión es devolverle la democracia, la libertad y la
paz a los iraquíes, viola con descaro toda norma de respeto a la vida
de un adversario herido en combate que ha quedado en estado de
indefensión. No se quiera con esto creer que por ello se esté avalando
un determinado crimen antes cometido por la víctima de ahora. No, se
trata de denunciar la doble moral del invasor, que habla de liberar y
lo que hace es oprimir, habla de paz y hace la guerra al mismo pueblo
que se la ofrece, habla de democracia e impone un gobierno que no
representa los intereses de un pueblo que está en resistencia contra su
invasor.