Castillo de Bocachica, 19 de mayo de 1829
A su excelencia el general Jackson, presidente de los Estados Unidos de América.
Señor: Un hijo del hemisferio colombiano agobiado de padecimientos tiene el honor de dirigir su voz al ilustre americano cuyas eminentes virtudes y señalados servicios a su país han elevado a la primera magistratura. Mi ardiente amor a la libertad americana, mi fiel adhesión a las leyes fundamentales de mi patria, mi leal sumisión a los deberes que ella me impuso al encargarme de la vicepresidencia del estado, me han acarreado las persecuciones, las penas y la dura prisión que sufro en estas fortalezas. Procediéndose violentamente en el juicio que se me siguió por la conspiración de Bogotá del 25 de septiembre del año pasado, privándoseme del derecho de defenderme, omitiéndose el careo de algunos testigos conmigo, traspasándose todas las fórmulas que sirven de garantías al honor y a la vida de los asociados, y violentándose las leyes y lo más sagrado, se me condenó a la última pena y se me declaró conspirador. El presidente Bolívar, por consideraciones que no es del caso examinar, conmutó esta injusta pena, imponiéndome la de destierro de Colombia durante su voluntad. Pero con escándalo de los hombres justos, con ultraje de la moral pública y de la buena fe del gobierno, en vez de cumplirse religiosamente aquella superior providencia, se me ha reducido a cautividad en estas fortalezas, sujetándome a rigurosas restricciones sin saber cuál es la causa de este arbitrario procedimiento, ni haberse pronunciado semejante disposición por ningún tribunal.
A la sagaz y prudente penetración de vuestra excelencia no puede ocultarse que en todos estos procedimientos no obra sino el espíritu de partido, que me quiere castigar la firme oposición que por el de tres años he hecho al establecimiento de una dictadura militar sobre las ruinas de nuestras leyes fundamentales. Me atrevo a decir que en mí se han reproducido en parte, y por las mismas causas, las escenas de Barnevelo en Holanda, y de Sidney en Inglaterra.
Señor: Al trazar este confuso bosquejo de mis actuales padecimientos sé que los negocios internos de un estado están fuera del dominio de los gobiernos extranjeros, aunque no de la opinión pública. Estoy por consiguiente muy ajeno de pretender comprometer la suprema autoridad de vuestra excelencia, ni su carácter público. Mi único objeto es primeramente hacer estas indicaciones a un ilustre defensor de las libertades y afortunado soldado contra la tiranía, en cuya opinión deseo conservar la que yo pudiera merecer por mis servicios en 18 años de guerra por su independencia, y en 7 años que ejercí el gobierno supremo.