Partamos desde aquí: Un comerciante recibe su más reciente pedido u oferta que le presenta su proveedor. La mercancía viene encarecida, y él, como la necesita para seguir abierto y no perder el resto del capital de sus actuales inventarios, admite sin chillar cualquier precio, por elevado que venga, por el mismo bien, con sus mismas características.
La inferencia del lego, vale decir, del comerciante en general, es que no podrá vender por debajo del recibido aunque el Estado[1] así se lo dicte. Arguye que se descapitalizaría[2], vale decir, que como probablemente las nuevas reposiciones vengan más costosas tendría que, no sólo invertir la ganancia anterior, sino hasta parte del capital que venía acumulando-palabras más, palabras menos, traducidas por mí.
Hasta ahora, este comerciante que representa a todos por igual, no puede entender que , de ser así, tal como lo interpreta, él simplemente estaría capitalizando esa ganancia, y además estaría incrementando su capital con nuevos aportes impulsados por esas inflaciones, ya que obviamente cuando venda recuperará y con creces toda esa inversión por costosa que ella resulte. De tal manera que perfectamente podría ajustarse a lo dictado por el Estado, quedar bien con este y sólo así esperar del mismo tanta protección como la que suele necesitar y exigírselo.
[1] Nos referimos a la limitación de la ganancia ahora marcada por el Estado con 30% máximo sobre el costo de producción o de compra para su reventa, con las consideraciones macroeconómicas de la ganancia, bajo el supuesto de que toda la oferta del caso sea realizada 100/%. Así, para un fabricante y un solo intermediario, cada capital recibiría una media de 15%
[2] Ese razonamiento no le pertenece; lo ha oído de comerciantes ya experimentados y comerciantes encadenados que vienen trasmitiendo ese vulgar criterio desde los mismísimos tiempos de Aristóteles, el Estagirita, y desde más atrás.