A Lucía Gabriela en sus diez.
Los recuerdos van quedando en los afluentes de quebradas de algunos tiempos ya idos sobre suficientes aguas cristalinas, pero que hoy en día gran parte de sus corrientes están contaminadas. Precisamente en el punto geográfico donde está enclavada La Mucuy se aprecia a la distancia, subiendo a mano derecha, el cauce de un río conservando todavía en sus frías aguas y menos afectadas por la mano del hombre, pues sus montes han sido protegidos entre cerros cercanos permitiéndoles protegerse o blindarse contra el urbanismo desenfrenado.
Muchos sienten tristezas, cuando después de recorrer gran parte de aquellos territorios, llegan hasta la capital de ciudades donde cuyos ríos son reductos de aguas negras, salvándose algunos grandes afluentes de los Llanos, aunque muchos mermados por la tala y la quema, quedándoles la esperanza hasta encontrarse con otros más lejanos que, por sus caudales y formas, su poca población los han salvado.
Así los mercados con sus faenas agrícolas y pecuarias más la rutina antañona han ido desapareciendo para dar los pasos a una modernidad sin que hasta ahora se haya llegado al fin de otra historia que para muchos no desearían desaparecer o borrarse de la faz de sus recuerdos, sobre todo de aquellos poderes copiados tras la historia prolongada de nefastos aconteceres.
Pero ya estamos muy lejos de aquellos tiempos que un día fueron nuestros, quizás algunas de las generaciones más nuevas que la de algunos viejos. Las memorias pudieron sin embargo saborear lo bueno que quedaba de los pasados de nuestra tradicional crianza ahora ya acoplados a estos tiempos de amenazas y peligros por efectos de la sombra de quienes al margen del privilegio natural de la inteligencia, actúan peor que los irracionales.
Las recordaciones bajaron por la principal entrada de La Mucuy y tras el remiendo de algunas suelas se mantuvieron permanentes de arriba abajo, tras pasos de quienes lograron entender los presentes de las historias que se convirtieron en sus holgadas formas de vivir.
La Mucuy
GATO
Al único Viejo Lobo Ramón Palomares.
He visto y tocado a un viejo gato angora maltratado por los segundos del tiempo, pero este fue un minino que un día desconocido decidió irse detrás del revoloteo encantador de una mariposa capaz de cambiar en colores rápidos que lo confundieron tras sus alas locas y, en un momento de emoción, lo engañó y traspasó el vidrio abierto de una ventana inconclusa y lo llevó hasta el salto de un vacío que nunca tocó su fin y del cual nadie se atrevió a mirar, pues aún creen que todavía está cayendo.
En una data fue felino, ahora es un anciano con la cara hundida y arrugada pero protegida por todos sus pelos los cuales conserva a estas alturas uno a uno. Nadie nunca logró saber su nombre y a cada rato maullaba inundado de hambre, nunca se atrevió a cazar un ratón y con aquella mariposa que lo confundió hasta hacerlo saltar al vacío solo pretendía jugar.
Aquel taimado animal pasaba las horas de las noches despierto paseándose entre montes y piezas de casaS escondidas en cocinas sagradas casi lúgubres de limpieza por sus atentos dueños. Allí permanecía bajo madrugadas cuidando a los ratones en vez de devorarlos. Cuentan que llegó a ir hasta las camadas de ratones recién nacidos para lamerlos, limpiarlos, abrigarlos y protegerlos mientras su parida madre salía a comer y él los protegía cuando llegaban los dueños de aquellos santuarios buscándolos para su exterminio. Él salía y maullaba advirtiéndoles que por aquellos sus espacios no estaba lo buscado.
Esos acuerdos los había logrado con la mamá de los ratones después de haber esperado durante horas vencer el acuerdo de sus logros. Un día trajo migas de queso fresco enganchadas desde sus largos bigotes y las esparció en la entrada de la madriguera hasta que sus contrincantes entendieron los buenos pasos de aquella amistad duradera.
Sus pasos nunca lograron cansarse y sus afiladas uñas amasaban las barrigas de sus amos mientras el motor de su alma sonaba como expresión diciéndoles que los amaba, pero que él se había enamorado de nuevo, por eso a la hora de la única comida del día se paseaba con todas sus impertinencias hasta que se abrían latas y bolsas contentivas de frescos pescados.
La Mucuy
TATARABUELAS
Abuela, bisabuela y tatarabuela. Nietas, bisnietas y tataranietas. Una, dos, hasta llegar a la tercera generación. Es la terciaria abuela. Viejas superadas por cien intervalos. Eran Eloina Elodia, Emérita Enriqueta y Epifanía Elena. Todas echadoras de traguitos y nunca aceptaron lo que denominaban como regaños tontos.
Buscaban el miche sanjonero y el gorro de tuza preparado con díctamo real y lo guardaban en sus almohadas. Por eso no dudaron en llamarlo el miche de cabecera del cual con clara voz decían que esas aguas eran medicinales y muy vigorizantes.
Esas hojas criadas en el frío templado y conocidas como Díctamo Real daban experiencias mágicas; muchas de esas muestras estaban destinadas a la felicidad pero antes deberían desnudar verdades guardadas tan bien que con los simples soplos prolongados de la vida todo sería descubierto.
Aún después de viejas estas señoronas eran reconocidas por la vocal de sus nombres, recordadas y llamadas como las jovencitas E. Pasaron los años haciendo vidas de felices andadas juntas y todavía con sus maridos e hijos resultaron ser las esperadas compañeras donde antes de cualquier encuentro, plan o diversión veían el juego de la verdad: nunca engañarse ni ocultar los espantos de la vida que las llevarían a la prolongada toma de las mejores decisiones.
Sus antepasados llegaron en fortificados galeones utilizados con las décadas en fuertes carcasas de cargas destinados a los pasajeros que les ganaron los incontables secretos arrimados a la vida. Quienes se negaron a morir en el destino de las incontables guerras que el mundo vivió. Ellos, quienes prefirieron enfrentarse a bravos océanos inundados de historias de seres mágicos que avistaban con sus lanzas gigantes pulpos, calamares y ballenas capaces de tragarse gigantescos y pesados árboles que un día fueron confeccionadas con las hachas que embarcaron esas grandes maderas.
Ellas se convirtieron en esta descendencia de recuerdos arropados capaces de enfrentar el odio del tiempo y de ponerse a diario sonrisas sobre suelos despoblados que vieron florecer sus casas con el sudor de sus espíritus.
La Mucuy
CARBAJALINA
Carbajalina fue criada por una india llamada Josefita Carvajal quien a su vez había sido servidora de su abuela materna; pero no en La Mucuy sino en tierras de mucho calor. Contaba Josefita que entre su abuela, sus cuatro hijas y sus seis nueras, todas vivían en una casona de una calle mentada Bolívar, donde las cuerdas de colgar ropa se extendían para airear los pañitos de la menstruación de todas esas once mujeres.
Todos quedaban identificados con sus iniciales bordadas y en los cuales no podía quedar ni la más mínima manchita debiendo estar del blanco más inmaculado. Luego había que plancharlos para doblarles y colocarlos en la mesita de noche de cada una.
Decía Josefita que el calendario no alcanzaba para tan diferentes fechas de visita de "la cosa" a tantas mujeres y que su abuela quien no aprendió a leer ni escribir, sin embargo llevó un diario con las fechas aproximadas de la llegada anunciando que a fulana le debe venir tal día.
A esta rumiante abuela la crió una india llamada Josefita Carvajal quién a su vez, había sido acompañada por la abuela materna conocida como Carmen T. Contaba Josefita que esa abuela con sus cuatro hijas y sus seis nueras vivían todas en la casona de la calle Bolívar. Allí las cuerdas de colgar ropa se extendían hasta la casa de Areo quien cuidaba de los pájaros para que no viniesen a cargárselos, porque cómo iban hacer con los pañitos para la menstruación de todas esas once muchachas, si al dejarlos en los nidos, después el aire los rescataba identificados con sus iniciales bordadas y en los cuales no podía quedar ni la más prueba que pertenecían a algunas de sus niñas.
Recordaba siendo niña que se escuchaba hablar de "trapos secretos" para referirse a los "sobrantes". Lo que no se sabía era ese uso funerario dado en La Mucuy a las muy discretas toallas sanitarias. Esos pañuelos hacían recordar a Pedro cuando enviaba a sus emisarios a palabrearse con los futuros matrimonios de los cuales cada dama le andaban con premura, pues don Pedro se excusaba diciendo que "pasado mañana no puede casarse porque tenía la luna".