Una
de las trampas más fáciles de rebatir, pero al mismo tiempo fácil de
imponer como verdad por parte de sus perpetradores, es esa fantasía
según la cual el confort y los altos niveles de vida del este de
Caracas (las zonas de clase alta y media en cualquier ciudad) tienen
que ver con que los alcaldes de esas zonas son muy eficientes. El
caraqueño común pasa por La Castellana, Los Chorros, Santa Fe y
Terrazas del Club Hípico y queda deslumbrado: son territorios
bucólicos, más o menos limpios, organizados, muchas veces silenciosos,
con buena señalización y gente muy linda, muy limpia (de la ropa y de
la piel, no del bolsillo) y muy blanca que dice “buenos días” al pasar
(depende de la pinta que usted tenga, eso sí), y cuyos ejemplares
femeninos despiden un olor a selva domesticada capaz de enloquecer a un
obispo. Son zonas que parecen más un sueño de Hollywood que un rincón
del trópico, de modo que hay quien cae facilito en la emboscada: “Ay,
Leopoldo si es buen gerente, mira este paraíso”. Y, por supuesto, de
manera automática, el resto de la fantasía: creen los sifrinos y muchos
pobres que si Leopoldo gobernara en el municipio Libertador a los tres
meses La Charneca y Mamera estarían así de organizadas, limpias y
despojadas de los huecos, las aguas negras, la delincuencia y el olor a
pura mielcita que recorre estas calles.
¿Será necesario o conveniente, a estas alturas, invitar a los lectores a que se bajen de esa nube?
***
Las
respuestas más rápidas a esa teoría del buen gerente que logró amansar
con su sabiduría los males del municipio son básicamente dos. Primera:
es mentira que tanta belleza se deba a las dotes organizadoras de una
mente superior. Segunda: la gente que vive en esos lugares ya nació con
sus problemas básicos resueltos, así que en esos municipios el confort
y la estética clase media serán una constante durante muchos años más,
así el alcalde sea Betulio González. Dicho en tempo de provocación:
usted me presta a los alcaldes más exitosos del mundo para que formen
mi equipo de gobierno en el municipio Libertador, e igualito saldré de
ahí pateado por no haber resuelto el problema de la basura y menos el
de la delincuencia; pero présteme a un barrendero, un mecánico y dos
amas de casa que me acompañen a gobernar a Baruta y ahí me verán
convertido en tremendo gerente.
Así
de simple y así de profundo: el Country no está limpio porque el
alcalde haya enseñado a la gente a no echar la basura en la calle, ni
porque con su tremenda personalidad haya puesto a miles de personas a
imitarlo en eso de la “buena ciudadanía”, sino porque la sensación de
bienestar que el Estado burgués le procuró a las clases media y alta ha
hecho que la preocupación de esas gentes sean distintas a las nuestras.
¿Bajar y subir el cerro con una bombona de gas en el hombro, porque
esta mañana se acabó y los carajitos tuvieron que irse a la escuela sin
tomar café? No: salir más temprano porque la otra vez llegué tarde a la
bailoterapia y el instructor no me dejó entrar, o sea. ¿Tener que
guardarme a las 8 de la noche en la casa porque después de esa hora
sale la banda del Alcancía full de polvo por esas narices y lo más
probable es que me mate para robarme y violarme, o que me mate, me robe
y me viole en vida? No: hablar con el conserje porque en ese ascensor,
o sea, hay gente que ensucia los espejos y es muy desagradable meterse
ahí con el espejo lleno
de gotitas de saliva, tú sabes. ¿Pararse a las cuatro de la madrugada
porque a esa hora es que llega el agua y hay que recoger los tobitos
para poder medio bañarse y limpiar la poceta? No: hablar con todos los
vecinos del piso porque ayer venía entrando y me encontré de frente, o
sea, con una señora que venía caminando descalza en Planta Baja y yo
quiero saber quién le dio la llave para que entrara.
Este
último es un caso real y concreto: nuestra pana Raquel es quien limpia
el apartaco de Alicia allá en La Urbina y ya entre los vecinos hay un
escándalo porque esta tipa, una negra gigantesca de un metro 80 y 100
kilos de peso, sale descalza cuando va a abrirle la puerta a alguien. A
mí mismo me quiso interrogar el presidente de la Junta de Condominio
porque entré un día y él no me había visto nunca, planteándose la
clásica conversación:
-Epa señor, ¿usted vive aquí?
-Yo sí. ¿Y usted?
-Claro que sí. ¿En qué apartamento vive?
-En uno ahí.
-Le pregunto porque yo no lo he visto nunca.
-Yo tampoco te he visto nunca a ti.
-Yo soy el presidente de la Junta de Condominio.
-Caramba. Qué lejos has llegado. Te felicito.
-Mire señor, dígame para dónde va.
-Pa allá arriba.
En
el 23 de Enero, en cambio, cuando llega un extraño uno puede o no
saludarlo, tal vez los carajitos agarren y lo atraquen más adelante si
lo ven perdido o asustado, pero no se va a poner con esa mariquera de
estarle haciendo interrogatorios. No respetan, esos sifrinos de mierda.
Los
pobres, recuérdenlo, somos malos ciudadanos: rara vez utilizamos las
papeleras, caminamos descalzos en los hermosos condominios de la clase
media, somos feos (o hermosos a nuestra manera, esa manera bárbara y
aparatosa del lumpen que ha de sacudirse a todos los seres mezquinos de
estos parajes de hormigón).
***
Y
allí reside el secreto: el lugar donde vivimos los pobres no se parece
al que ocupa la clase media porque nuestro temperamento es bravío,
acostumbrado a batallar contra problemones domésticos, pequeños e
inmensos (agua, transporte, hampa), porque ese temperamento y la
historia de opresión, escasez y exclusión nos ha arrebatado el disfrute
de ciertos placeres burgueses, y no porque Leopoldo y Carriles Radonsky
tengan una varita de gerenciar que convierte en hermosas las calles de
la urbe.
De
colofón: Baruta y Chacao ya eran así antes que nacieran ese par de
muchachos. Así que eso de “El chavismo quiere meterlos presos porque
esos municipios son ejemplo de cómo gobierna Primero Justicia” pueden
ir vendiéndoselo al coñísimo. Que los pobres solemos estar mal
informados, pero brutos no somos, ni tan güevones como nos pintan.