De entrada, el empoderamiento al trabajador marginado realizado por el presidente Hugo R. Chávez F. incluye ese ánimo y confianza que hoy tiene quien hasta su llegada no se atrevía a reclamar sus derechos conculcados por la burguesía como estrategia de opresión política y económica.
Yendo al punto que nos ocupa: El arrojo y la valentía a toda prueba que caracterizó al llanero independentista del siglo XIX, libertario y "pat’enelsuelo"[1] comandado entre otros por el valiente y eficiente Páez antes de aburguesarse y traicionar el legado de Bolívar, esa valentía del llanero, decimos, se ha perdido en las férreas paredes de las fábricas capitalistas, convertidas en los verdaderos centros celulares de lavados cerebrales, además de la subyacente explotación en términos de plusvalía que allí se procesa.
Recordemos que el mal llamado éxodo campesino ejecutado por Rómulo Betancourt, con su perversa y malintencionada "reforma agraria", sembró de desocupados los cerros y sitios afines de Caracas. Se trataba de liberar económicamente al campesino que estos empresarios citadinos necesitaban para su contrata como asalariados y bien mal pagados, o sea, sobrexplotados en lo absoluto y en lo relativo.
El trabajador llega a la oficina con la incertidumbre de no saber si lo dejarán trabajar ese día o lo "invitarán" a pasar por caja. Por muchas leyes que haya como garantizadoras de estabilidad laboral, ese temor subsiste.
Luego, dentro de los talleres siente miedo y angustia ante sus supervisores, la censura es absoluta. En esos talleres sólo es válido hablar de asuntos estrictamente técnicos consistentes en órdenes o indicaciones operativas. La deshumanización queda consolidada porque se trata de poco menos que un equipo de trabajadores hecho máquina y cuyas piezas son aquellos[2].
Este asalariado, fuera de la fábrica siente un temor inexplicable aunque no lo manifieste ante cuanto comerciante necesite para abastecerse de sus bienes de consumo familiar. Un miedo, hoy convertido en terror debido a comerciantes que fungen de terroristas le aumenten los precios[3] o reduzcan el volumen de su cesta, sumado a la incertidumbre cotidiana experimentada para hallar dónde conseguir inmediatamente lo que necesite para su familia y para sí mismo.
En fin, tenemos un trabajador, en el más dilatado sentido de esta palabra, que ahora se ha transformado en tremendo cobarde con la mayor justificación ante el miedo que ha sabido inocularle este perverso y diabólico sistema de vida. Así, pues, ahora tenemos un trabajador timorato cuyo miedo a la protesta ha propiciado y permitido la designación de representantes sindicales, o sea, intermediarios entre el patrono y él como víctima permanente, porque él se siente atado de manos, con un bozal arepero y sin entrenamiento alguno en la lucha obreropatronal, salvo bajo la dirección, lugar, oportunidad y voluntad quebradiza de estos ex trabajadores[4] metidos a labores de intermediación, quienes a ojos vistas siempre tienden a estar más al servicio del patrono que de su propio gremio laboral, razón por la cual este nuevo trabajador, antes bravo y valiente, ahora es víctima permanente y sujeto consecuencialmente a las desviaciones morales que tienden a sufrir dichos intermediarios.
En esos centros laborales sólo se observa, bajo el eufemismo de disciplina en el cumplimiento de sus "obligaciones contractuales", sumisión, silencio antihumano, sometimiento a las largas cadenas verticales de mando; respeto incondicional al supervisor, al jede del departamento, al director, aunque al personal gerencial apenas se le ve desde lejos y/o en fechas aniversarios o de comunicación directa que eventualmente les regala este administrador del patrimonio de los accionistas del caso.
Hasta los burócratas son portadores de este miedo, y tan así es que teniendo derechos consagrados en la Constitución no se atreve a esgrimirlos o lo hace a medias por temor a represalias.
Por ejemplo, si un trabajador se enfrenta a un patrono X, y sale despedido por "reclamón", o por cometer la "imprudencia" de cuestionar algún imprecisión de sus superiores, o simplemente porque resulte un trabajador difícil de manejar, será condenado a una mala referencia interpatronal nacional e internacional. Este daño a su currículum se torna irreversible, y así quedaría vetado para reengancharse en muchas nóminas privadas o públicas. Al respecto tengo una desagradable anécdota que paso a detallar:
Le trabajé 3 años[5] a la antigua IVP, hoy Pdvsa. Uno de los jefesotes que me tocó y quien hasta cochochos tendría, posiblemente con una pobre formación académica-apenas 6to. Grado de Primaria mal recibido- había trabajado en una de las concesionarias petroleras. Allí les impartían-lo usual a nivel mundial-cursillos y cursilletes, esos de fin de semana, y terminaba siendo director, más como viejo y experto en asuntos técnicos y manualistas, que como teórico. Por supuesto, se caracterizaba, como casi todos esos ex trabajadores, por un marcado desprecio e irrespeto a los profesionales universitarios.
Tuve discrepancias con una evaluación que pretendió hacerme y le demostré que el equivocado técnicamente era él por su baja formación académica, que el conocimiento no es reductible a prácticas y empirismos aislados, que respetara mis calificaciones curriculares depositadas en mi carpeta de la oficina de personal. Más adelante, cuando necesité trabajarle a otra empresa, privada, por cierto, allí tropecé con un "colega" de aquel y por supuesto mi currículum le facilitó contactar al jefesote que nos ocupa, y obviamente la puerta de ingreso a la nueva nómina quedó cerrada.
[1] Se trató de "peones" que crecían y se desarrollaban sin calzado; en las plantas de sus pies no entraban espinas, tal como los sometían sus amos de marras, los sempiternos hacendados dueñitos de valles y llanuras, los terratenientes que hemos heredado casi limpiamente y quienes hoy practican en paralelo actividades capitalistas, al punto que resulta explicable que las alpargatas para ellos fue la gran solución de bajo costo, de fácil manufacturación y muy adecuadas para bailar joropo. Súmesele a esas ventajas técnicas la calidad ergonómica que las caracteriza. Así, por ejemplo, las personas afectadas con dedos martillos, en principio, una patología congénita, "van que chutan" con este extraordinario calzado, suerte de sandalia criolla que por ser usada por llaneros y llaneras campesinos fue ganando en descrédito mediático, y hoy a la escualidad joven hasta le causa risas o asco imaginarse calzada con semejantes prendas "sólo para pobres.". Esta falsa connotación ha sido aprovechada por el comerciante del calzado, y fue así como aparecieron las fulanas sandalias hechas con tiritas o recortes que inevitablemente arroja la confección de calzado de lujo o cerrados.
[2] Véase Carlos Marx, El Capital, Libro I, Cartago, Bs. Aires, 1973, p. 354, Nota 47.
[3] Son muchos los casos de expendedores que, en ausencia de los dueños o supervisores, incrementan a voluntad personal los precios ya fijados bien elevados por aquellos, a fin embolsillarse apilladamente la diferencia.
[4] Normalmente, los sindicalistas ocupan sus jornadas en diligencias sindicales lo que los convierten en auténticos parásitos como antiproductores de ninguna mercancía, ni de ninguna de sus fases en el proceso de trabajo correspondiente. y victimas también de la empresa por cuanto termina desconociendo cómo se bate el cobre, ya que tan pronto es designado representante obrero asume funciones extralaborales.
[5] Cuando me liquidaron mis petrorinocos que a estas alturas se las robaron los terroristas comerciales actuales, no me computaron tales años, por negligencia de la Universidad a la que le trabajé 24 años en línea sin años sabáticos que siempre se los reservaron los puntofijista privilegiados de entonces. Inclusive, esa Universidad estuvo a punto de no reconocerme la prima por hijo que accidentalmente puede recuperar justo en el último semestre activo, año 1999 de esta cristiana era.