Todo por temerle a la revolución popular

Con Atilio Botón, de su obra escrita «Aristóteles en Macondo: notas sobre el fetichismo democrático en América Latina», decimos que «la cuestión que se plantea con más y más frecuencia en Latinoamérica es: ¿hasta qué punto es posible hablar de soberanía popular -esencial para una democracia- sin soberanía nacional? ¿Soberanía popular para qué? ¿Puede un pueblo sometido al dominio imperialista llegar a tener ciudadanos autónomos que decidan sobre su propio destino?» A la luz de los diversos acontecimientos que han marcado la historia reciente de los pueblos de Nuestra América -sacudidos por la intervención militar del imperialismo gringo, abierta en algunos casos y, en otros, arropada por una supuesta lucha antiterrorista y antidrogas; la destitución anticonstitucional de presidentes progresistas y/o progresistas, inaceptables para la Casa Blanca y sus camarillas de súbditos neocoloniales; bloqueos y sabotajes económicos; asesinatos de líderes políticos y populares destacados; amenazas a la estabilidad democrática de la región, y repunte de los sectores de la derecha internacional, «renovada» en algunos aspectos- es previsible concluir que las respuestas a tales interrogantes tendrían que plasmarse (gústenos o no) en un cambio estructural generalizado; es decir, en una revolución de nuevo tipo que abarque al mismo tiempo lo político, lo económico, lo social y lo cultural, de un modo permanente y creativo.

Nunca podrá emprenderse una revolución con estas características mientras subsistan -sin una modificación profunda que corresponda al espíritu de la revolución que se pretende impulsar- las mismas leyes, los mismos procedimientos administrativos, la misma burocracia y las mismas instituciones del Estado burgués liberal que son, a grandes rasgos, opuestos a la existencia y a la organización del poder popular mediante el ejercicio de la democracia participativa o directa. Ello explica por qué, a pesar del amplio respaldo brindado por los sectores populares a los gobiernos de Brasil y de Venezuela (al igual que otros similares) éstos siguen siendo víctimas del acoso ordenado desde Estados Unidos, sin impedirse de forma definitiva las acciones abiertamente desestabilizadoras de los grupos de la derecha.

Esto también nos remite a la vieja enseñanza leninista respecto a que sólo los revolucionarios hacen las revoluciones, algo que se ha obviado tercamente; en algunas situaciones, invocando que todo debe hacerse sin precipitaciones, paulatinamente. Quienes así lo piensan olvidan que, eventualmente, si la correlación de fuerzas amenaza su hegemonía, los sectores dominantes podrán hacer algunas concesiones que recreen la ilusión de armonía entre éstos y los sectores populares, incluso aceptando la elección de un presidente «revolucionario» o renovador, pero que estarán siempre dispuestos a obstaculizar y a combatir todo intento de modificar el orden establecido, así esto represente abandonar su aparente talante democrático y apoyar la imposición de una dictadura fascistoide, violatoria de todo derecho humano, contando con el beneplácito (como sucede desde principios del siglo pasado) del régimen imperialista de Washington. No basta con vocear y exigir el respeto a la legalidad y las reglas del juego a sectores que, de antemano, jamás aceptarán la idea de perder privilegios prácticamente heredados de generación en generación desde la época colonial y que han conservado a través del tiempo gracias a la corrupción y la complicidad de gobernantes inescrupulosos, arrodillados ante el poder económico y militar estadounidense.

Contrariamente a esa posición, si se quiere estúpida e ingenua, se impone realizar un reforzamiento del carácter rebelde de los pueblos de Nuestra América, puesta manifiesto en toda su historia y la cual les hizo elegir presidentes, cuyos programas políticos incluirían parte de sus aspiraciones. Sin embargo, hará falta confiar en la capacidad de estos mismos pueblos para crear mejores niveles de participación política y de toma de decisiones que impliquen transformar las diferentes estructuras que caracterizan al actual modelo civilizatorio. Si los nuevos gobernantes surgidos de estas rebeliones populares no hacen un mínimo esfuerzo por lograr esta última meta y sencillamente se limitan a confiar en el establecimiento de pactos que garanticen la gobernabilidad y que nada podrá ocurrir fuera del marco legal que les afecte, estarán dando ánimos a los sectores de la derecha para que actúen y alcancen su objetivo: la recuperación del poder perdido. Todo por temerle a la revolución popular.-



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Homar Garcés


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