"La patria se construye trabajando", siempre se ha dicho en los medios publicitarios y hasta en la academia. Para fortalecerla "hay que lavarse el paltó", se dice en el lenguaje coloquial. Esta es quizás una manera hasta procaz de decirlo, pero en fin de cuentas, como la primera frase, quiere significar que hay que luchar, trabajar duro en todo lo que esa expresión significa pero manteniendo principios de honradez y solidaridad. Para Marx producir en solidaridad era una fórmula clave. No es posible construir una sociedad justa y sustentable sin que medie una alta producción donde aplique el principio de "a cada quien de acuerdo a sus necesidades" pero también su complemento "de cada quien de acuerdo a sus capacidades". El trabajo es pues el principio y fin de todo. La igualdad se alcanza trabajando en medio de unas relaciones justas y esto empuja la productividad a altos niveles. En Cumaná solíamos decir, "cada quien tiene algo que aportar, aunque sea el aire de los pulmones". Frase aplicable cuando hacíamos un sancocho y faltaban muchas cosas, hasta quien soplase la candela.
Pero también desde niño uno ha escuchado cosas como aquellas:
-" Si no hay "lial", no hay lopa", frase que repetían los chinos que hacían de lavanderos en las orillas del Manzanares a la altura de San Francisco. Claro, esta expresión denota en cierto modo principio de solidaridad, intercambio honesto, "dando y dando". Así funciona la economía y las normales relaciones sociales.
-"La plata es la grasa que afloja todo tornillo", también sentenciaban en mi tiempo y a ella se le daba el rango de frase sabia, para otros era expresión irónica y mordaz.
"Pendejo no llega lejos", le decían a uno en todos los espacios; no para estimularnos a estudiar, crecer, sino que tomásemos como ejemplo a los rapaces. No pararle a aquello que dijo Benito Juárez, "mis derechos terminan donde comienzan los del otro". Por aquello, no por esto último, P………., le robaba los útiles a sus compañeros del Liceo A. J. de Sucre, mientras disfrutábamos el recreo para luego venderlos. Ya graduado llegó a ser, nada y nada menos, que jefe de compras en un ministerio. Por eso, cuando posteriormente hablaron hasta con admiración sobre su conducta y vida dispendiosas a uno aquello no sorprendió. Como dije, desde muchacho se preparó para las carreras de fondo o "llegar lejos" y seguro, que sepa, nunca le "agarraron con las manos en la masa". El carajo siempre fue relancino. Pero, como se dice, la bonanza económica y la gripe son difíciles de ocultar
El señorío, la sabiduría y el tronío, como dicen los andaluces, están asociados a la plata; pese que otro refrán diga, "el hábito no hace al monje".
Un país, sociedad o economía no se construye sólidamente haciendo trampas, robando, especulando, acaparando, contrabandeando y menos bachaqueando. Claro, quienes en esto incurren, que incluye una amplia gama de agrupaciones y personas, moralmente se justifican en lo mismo. Ellos si creen y les creen que sus conductas no sólo son buenas sino dignas de imitarse. En el individualismo y deseo de sobresalir, lo que incluye acumular más allá de lo que se puede, todo eso vale. Esta conducta de hacerle trampas a la vida, vivir de lo mejor, dando muy poco a cambio y hasta haciendo daño, por encima de quienes de verdad trabajan y se preocupan, la practican personajes repartidos en todas las clases sociales. Los pranes gozan de gran prestigio porque han alcanzado "el éxito" anhelado de acumular dinero y hasta poder indebido y ajeno al "Contrato Social", por eso así les llaman. Lo que sucedió días atrás en Margarita, cuando los "privados de libertad", eufemismo que poco me gusta porque les trata como víctimas, rindieron honor a un "Pran" muerto con una balacera descomunal, habla de aquello. Ahora mismo, cuando se habla de "El Picure", por la resonancia que se le da al personaje, cualquiera piensa en alguien de mucha significación; hasta con ironía le comparan con aquel Robin Hood medieval inglés.
Es casi un lugar común asociar las grandes fortunas a hechos delictuales de distinta naturaleza; grandes fortunas y familias poderosas como los Rockefeller, usualmente están asociadas a hechos fuera de la ley; y más ejemplos de eso abundan. Pero pese eso, a quienes en ellos están incursos se les admira y tiene como grandes personajes. Todo eso porque la sociedad no admira el trabajo, sino al dinero. Es un gran pendejo quien se mata trabajando sin ganar real. Médico bueno es quien se hace rico medicando; se es malo por pendejo y nadie le busca aunque sea un sabio. Verle sin lujo hace suponer que nada sabe.
Los empresarios, como Donald Trump, para no nombrar otro y se piense que este esfuerzo tiene fines partidistas o intención de descalificar a alguien por la conflictividad que ahora hay en Venezuela, deben más su prestigio a la cantidad de dinero acumulado que a las cosas que hacen. Es poco probable que hayan creado obra de arte, en alguna de las tantas manifestaciones que de este existen o promovido algo en favor de la especie humana, porque si así fuese, el hoy candidato presidencial gringo no hiciese su campaña política destacando que ha amasado una fortuna aproximada a los 8 mil millones de dólares. Sólo que no da detalles de cómo. Sus posiciones políticas que incluyen racismo, ultranacionalismo, que no debería ser del gusto de quienes no quieren patria, y consecuencialmente su manifiesto odio contra los inmigrantes, sobre todo latinos, revelan su poca sensibilidad y bajo nivel intelectual. El común de la gente admira eso. Picasso es más famoso ahora porque sus obras valen en el elitesco mercado del arte millones de dólares. Es probable que una mayoría no sepa que significan el "Guernica" y las "Damas o señoritas de Avignon", en la pintura y percepciones políticas del gran pintor malageño, creador del cubismo, pero si en cuánto se cotizan en el mercado, pese que esa información no suele hallarse en las revistas o "Mercado Libre". Reverón, con todo el valor intrínseco, creatividad de su obra pictórica sonó a los oídos de la multitud venezolana, cuando un cuadro suyo se vendió en una subasta en Nueva York por centenares de miles de dólares. Es posible que casi nadie sepa valorar la actuación de un notable artista del canto, teatro, cine pero si cuánto ganó en cada oportunidad o la cifra que acumuló a lo largo de su carrera. Ahora mismo acaban de hallar un cuadro de Caravaggio, pintor romano del barroco, de las primeras décadas del siglo XVII, en una oscura buhardilla, sin duda porque quienes allí le abandonaron no supieron nunca, no sobre el pintor, sino qué precio tenía en el mercado.
La sociedad capitalista donde nos hemos formado no da valor al trabajo, ni siquiera importancia al de cada quien. Lo que importa es cuánto te produce lo que haces. Hasta suele suceder que si pintas, escribes o impartes clases, enseñar a aprehender, no significa nada si cobras poco o nada, lo que es habitual en esas ocupaciones. Somos tan absurdos, que sí alguien por bondad o deseo de servir, presta servicios a muy bajo costo, automáticamente le calificaremos de "pirata"; mientras al verdadero acudiremos a pagar lo que nos pida. Por eso dije una vez, todo maestro de escuela, por muy valioso que sea su trabajo, nunca gozará de prestigio porque su limpieza lo diluye. A nadie la interesa la calidad de lo que hace. A menos que se vuelva mercancía costosa o se venda por montones. Nunca olvidaré cuando Pedro Berroeta, periodista, escritor dramaturgo, autor de las novelas "Leyenda del Conde de Luna", premio Cámara Venezolana del Libro 1956 y "El espía que vino del Cielo", solía decir "si vas a dar una conferencia, publicar un artículo en un diario, cobra aunque sea un bolívar". Decía aquello por la internalizada cultura según la cual escribir, disertar, no son trabajos; y no lo son porque ellas no dan real; es más, los diarios, salvo contadas excepciones, por compromisos de otra naturaleza, no pagan a sus columnistas. A estos se les llama como "religiosamente", solaboradores. Sólo cuando el escribir da bastante dinero, el escritor, pintor, se vuelve importante y lo que hace se convierte en trabajo. Porque el trabajo se le asocia a la idea de producir real. Entonces robar, estafar, acaparar, contrabandear, chulear y bachaquear son trabajos. Tanto que quienes esto hacen, como Donald Trump se vuelven atractivos, famosos, adorados, como cualquier "Pran". Estos son líderes de grandes masas.
Puedes escribir un maravilloso cuento o magnífica poesía y nadie dará nada por eso. Pero llénale una planilla, apenas rellena un formato, a alguien para hacer alguna solicitud y pagará con entusiasmo a menos que te excedas cual bachaquero.
Es común práctica en nuestra cultura que alguien nos pida le escribamos un discurso, un trabajo con fines de grado o cumplir un trámite – en el pasado era muy usual una carta de amor –, lo que podría ocuparnos bastante tiempo, sin que el beneficiado se sienta por lo menos obligado a preguntarnos "¿cuánto le debo?". Pero también pensar cobrarle, sólo eso, produce la sensación que estamos cometiendo delito. Porque sería como pretender cobrar sin trabajar; hasta quien escribe está como convencido de eso. Si logra que le publiquen se siente agradecido.
Acumular dinero, no solo hace famoso a quien eso pudo, sino que induce como automáticamente a pensar que se mató trabajando. ¡Sorpresas que da la vida!