Si usted es una de esas respetables personas, de condición oposicionista, que constantemente sufre la angustia de vivir en un país imposible, donde es una auténtica utopía ponerse de acuerdo con el prójimo que se tiene al lado. Cuando todos los días al iniciar la jornada habitual de relaciones ordinarias, tiene que decidir, cuál de los dos horarios utilizar para cumplir con sus compromisos: si el oficial gobiernero, adelantado media hora, o si el otro (para llamarlo de alguna forma), el tradicional, retrasado para esta ocasión, 30 minutos, que le permite llegar tarde a todos lados. De ninguna forma acepte estar confundido o extraviado, no es más que otro, de los muchos malos entendidos que alimentan nuestros endémicos pero explicables desencuentros.
Porque ¿Cómo entender eso de que ahora es una anormalidad, adelantarse o llegar tarde (según la conveniencia), a lo pautado, cuando todo el tiempo fue así? Con el valor agregado, en estos feroces tiempos, de pedir que le resten la media hora oficialista si el retardo excede escandalosamente lo convencional (de unos 45 a 70 minutos, cuando menos). Por ejemplo: cuando usted llegue hora y media tarde, no se preocupe, pues se habrá retardado humildemente, solo una hora, el resto que se lo cobren a los chavistas por robinsonianos.
Si por alguna razón le toca recurrir en su imaginario a los símbolos patrios, no habrá ningún estrés que ponga en peligro la identidad nacional (que para qué sirve, o como diría aquel connotado saltador: ¿Cómo se come eso?) y la pacífica convivencia con sus paisanos, si se tiene que escoger entre la bandera de 7 o la de 8 estrellas ¿Cuál es el peo? Una que otra estrella ¿Quién se pone a contar las estrellas de la bandera gringa? Que además sería una ociosidad. Mucho menos, izarla al revés, o en tonos grises y obscuros, manchada de sangre, lo que podría entenderse como las representaciones momentáneas de la lucha de la sociedad civil contra la otra sociedad, la chavista ¿Qué decir del escudo? Primero, habría que averiguar cómo funciona, qué simboliza ¿No será otro uso en desuso? ¿Si alguna utilidad tiene, cuál exhibir? ¿El del caballo que corre a la derecha o el que lo hace a la izquierda? Dígame el himno ¡Por Dios! Otro saludo a bandera, suficiente con saber que existe. Es una exageración anacrónica cantarlo, mucho menos completo, y en su orden coral ¡Por favor! Escoger entre el de Chávez o el de Ilan. Nada de ello debería chocar con la coherencia de un pensamiento ordenado, no hay ningún viso allí de irracionalidad, porque además, es natural el que no nos pongamos de acuerdo en una sociedad donde se tiene la convicción de que se vive en países paralelos.
Tampoco sienta confusión cuando aspire a que todo en este país salga mal, no es que usted sea una mala persona, porque a la vez, ruega por todo lo contrario, lo que la sitúa en un término medio, un poco de allá y un poco de acá (en donde se sienten tan cómodos los que no quieren tomar una posición clara y definida), es decir, equilibrado, ecuánime; distinguiéndose de los violentos, que esos sí que van por todo. Desear que no llueva, como ha sucedido en casi tres años, para que el sistema eléctrico nacional colapse, pero a la vez rogar para que se desaten inundaciones, vaguadas, crecidas, que caoticen el país y el gobierno se vea rebasado y no tenga capacidad de respuesta, no tiene padrote intelectual. Dejar las bombillas encendidas y cuanto coroto eléctrico haya para ir en contracorriente del ahorro energético, y por otro lado invocar los apagones para exacerbar los ánimos y posicionar la sensación de inseguridad, no es una irracionalidad ni un absurdo, es pura puja filosófica. Animar, aupar, incrementar, promover, la existencia de las colas porque ellas son la prueba del fracaso del proyecto económico socialista, pero a la vez validar el que esas megacolas sean invisibles por la necesaria acción de bandas de bachaqueros y mafias de contrabandistas quienes acaparan cientos de cupos, produciendo descomunales columnas y filas virtuales, no es de locos al estilo del Pepe, es el resultado de un conjunto de anomalías sicológicas que tienen que ver con la ausencia de identidad. Ahora ¿Qué tiene que ver el ano con la pestaña?
Querido pana escuálido, te pido con toda sinceridad, que no te abrumes ante tan inquietante panorama, pues igualmente sucede de nuestro lado (por supuesto, con una fundamental diferencia que trataremos en otra oportunidad), sin querer pretender con esto, ofrecer algún consuelo, nada tan alejado de nuestra intención. Estos desacuerdos no son una exclusividad del bando contrarrevolucionario entre sí, ni se suscitan por la confrontación entre los dos bloques en pugna, como la ligereza pudiera inducir a pensar. Tampoco son una novedad acaecida por la irrupción de la Revolución Bolivariana. Ésta, como toda revolución, lo que hizo fue develar una profunda polarización que había sido solapada por una gran concertación a juro. La imposibilidad de ponernos de acuerdo, está presente a lo largo y ancho de nuestra historia después del fatídico 1492, cuando es introducido en escena, por una fuerza superior, el largo proceso de descomposición, degeneración y extinción de la cultura existente en este vasto territorio, con la pretensión de ser sustituida por otra, y que en el intento, no logra ni lo uno, ni lo otro, ni siquiera todo lo contrario, sino la producción de un espejismo identitario con algunos grados de funcionalidad cultural.
Lo mismo que ocurre en esa coalición de intereses encontrados que conforma la contrarrevolución en términos de contradicciones, ocurre en un consejo comunal, en una comuna, o en un CLAP (la última creación de la eficacia revolucionaria). Así como en una reunión de vecinos, de padres y representantes, de equipos de trabajo, incluso de amigos o familiares, es decir, el desencuentro a lo interno de la sociedad venezolana, no es propiedad única de la tradicional lucha por el poder, presente en todo conglomerado humano, es, entre otros factores de mayor normalidad, una alteración en el origen de la integridad del ser individual que lo proyecta, inexorablemente, al fracaso en materia de identidad colectiva.
El acuerdo democrático, la homogeneidad trabajada, incluso el consenso técnico, encuentran su natural tropiezo en la exuberante y a veces agobiante, diversidad, pero ello no es el mayor obstáculo a vencer, lo cual conformaría parte del proyecto en común que llevarían adelante las diferencias contenidas en una unidad, en este caso el de la nación. El gran obstáculo se encuentra incubado en la incapacidad de conectarnos con la fuente que nos da identidad, aquella que nos pone en contacto con nuestra cosmogonía, con nuestra superidentidad (lo que para la cultura occidental es la religión), la que nos define en relación con el universo, y nos explica el por qué creemos en tales o cuales cosas.
Alguien pudiera afirmar que el pueblo venezolano tiene muy bien visualizada su cosmogonía, la que le implantó el colonizador y aquella menor, fragmentada de nuestros ancestros aborígenes, que ha logrado resistir hasta nuestros días. He allí una dualidad inconexa que divaga en nuestro interior sin acordarse entre ella. De ponernos en contacto con nuestra lingüística, quiero decir, con la necesidad de comunicarnos a través de las palabras, las que te proporciona la tierra, la flora, la fauna, la hídrica, los minerales; todos los elementos del paisaje que casi componen tu cuerpo y por lo cual la mayor parte de tu vida, andas buscando cómo expresar en otro idioma, lo que en español te resulta imposible cuando se trata de temas esenciales (me viene rápidamente a la memoria la dificultad que presenta el Presidente Evo para hablar en castellano). Con nuestra historia, si lo que conocemos con mucha dificulta, empieza apenas cinco siglos atrás contado por un actor, casi siempre interesado en ocultar sus grandes debilidades, sin mencionar todo el entramado de omisiones tergiversaciones y manipulaciones con el propósito de mantener una hegemonía opresora.
En fin, si Gabriel, de alguna manera, definió la soledad como la incapacidad para amar, nosotros seguiremos condenados al olvido del uno hacia el otro, y no acordarnos jamás, mientras persista la negación de nuestro origen común. La Revolución Bolivariana y el chavismo militante, tampoco es que son la panacea para el despeje de esta incógnita, pero son el camino, y en ello debemos caer en cuenta todos, escuálidos y chavistas, entre más pronto mejor, porque después de este amargo trecho de lucha intestina, donde se corre el riesgo, ya no de seguir perdidos en el laberinto de la identidad, sino de perderla definitivamente, comenzaría la larga y dura guerra contra el verdadero enemigo exterior, el que se encuentra mimetizado entre los pertrechos de los hermanos confrontados.
El chavismo es emancipación cultural.