La influencia ejercida por la industria ideológica, el monopolio del saber, y la propiedad privada de los grandes medios de producción constituye, básicamente, el mayor escollo estructural con el que se tropezarán los revolucionarios para la realización y la consolidación de un nuevo modelo civilizatorio, cuyo eje central sea la emancipación integral de todas las personas. A fin de demoler esta difícil realidad, será preciso que las nuevas formas asociativas de producción que surjan (llámense mutualistas, colectivistas y/o comunistas), como también aquellas de origen particular, tiendan a romper -de raíz- la división jerárquica del trabajo y la concepción económica individualista impuestas por el sistema capitalista; todo lo cual tendría que ser acompañado, necesariamente, por la adopción de una nueva conciencia, (individual y colectiva) que se refleje también en el establecimiento de nuevas relaciones de poder que reduzcan la dicotomía entre gobernantes y gobernados, e impongan, por tanto, la práctica de una democracia consejista y directa. Esto obliga, por supuesto, sin concesiones ni excusas que la impidan o posterguen, a una redefinición de algunos conceptos relacionados con las nuevas realidades por conformar. Así, el poder, la política y el Estado (lo mismo que la espiritualidad, la cultura, la economía y otros elementos que podrían abarcarse sin menoscabar el propósito central trazado) tendrían que observarse y comprenderse bajo la luz de nuevos paradigmas, todos ellos como resultado de la acción y de la revisión constante de organizaciones políticas revolucionarias de nuevo tipo. No se trataría de recurrir (como algunos proponen y muchos siguen mecánicamente) al uso de fórmulas desgastadas, cuyo objetivo es paliar la crisis por la que atraviesan el capitalismo y el Estado burgués liberal vigentes, todas ellas transitorias, que no erradicarían, por muchos esfuerzos que se hagan, las verdaderas causas que la originan, dando lugar -por ende- a su eventual resurgimiento; crisis que además, vale decirlo, es expresión visible de una profunda crisis civilizatoria.
Bajo este entendimiento, René Zavaleta nos dice en su libro «La autodeterminación de las masas», siguiendo a Carlos Marx, que «el modo de producción de la vida material determina (Bedingen) el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de éstos, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. […] Se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella».
Por ello, conceptos como la "selección natural" y la "lucha por la vida", convertidos ahora en dogmas económicos por obra y gracia de la dictadura corporativa que trata de dominar todo el escenario económico mundial, conspiran contra la posibilidad cierta de transformar radicalmente el modelo de civilización actual, según la visión de los sectores populares explotados, oprimidos y marginados de todo nuestro planeta. Esto evidencia el alto grado de manipulación ideológica desarrollado por los centros hegemónicos corporativos, de lo cual da cuenta Juan Pérez Ventura, Director de la web ‘El Orden Mundial en el S.XXI’, en su artículo ‘El club Bilderberg’, al afirmar que "la idea de un gobierno mundial controlado por una pequeña élite financiera y económica es cada vez más aceptada por la sociedad. Con la última crisis económica se ha puesto en evidencia que no son los gobiernos los que controlan los países, sino organismos de rango superior a los propios ministros y presidentes. Las decisiones que se toman en cualquier país parecen estar continuamente influenciadas (directa o indirectamente) por entidades como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC)… etc. Entidades cuyos líderes no han sido elegidos por la ciudadanía, y por lo tanto están tomando decisiones decisivas sin legitimidad democrática".
Esto obliga a los revolucionarios a producir alternativas que oscilen entre lo electoral y el ejercicio de poder territorial y hegemónico a manos de los sectores populares organizados, esto último sin que haya dependencia alguna respecto al Estado, dada su configuración burgués liberal, lo que se combatirá y erradicará, de modo que resulte factible la democracia consejista y directa. Por eso, cabe esperar que los revolucionarios usen su arsenal teórico, ausculten debidamente la realidad social y elaboren, lo más comprensiblemente posible, propuestas viables a ser asumidas y concretadas de manera constituyente por los sectores populares organizados, superando los límites, las contradicciones y los obstáculos que cercenan sus aspiraciones largamente excluidas y postergadas; además del escollo estructural, para lograr la revolución.-