Seguramente el lector se ha percatado –me gusta esta forma verbal-, como los dos personajes antes nombrados, lo diré así para no parecer prejuiciado, tuvieron y tienen tantos adoradores como personas que no les gustan. Hasta para decirlo, no porque sea de mi agrado, sino por ser así, arrastran tanta simpatía, amor, admiración como odio.
Lo de Maradona, cualquier lector, aun siendo muy joven, hoy lo percibe y es más, lo sabe bien; pero lo de Alí quizás no; porque pasaron los años y hoy, aquel odio contra el glorioso hijo de Louisville pasó de moda; como en el olvido está. De él, queda su gloria. Es más, como el paso del tiempo suele borrar hasta las heridas y la memoria, las clases dominantes hoy, entre ellas los dueños de los grandes medios, parecieran haber dejado allá, en las cavernas, para que nadie las halle, las infamias que difundieron contra el peso pesado que "bailaba como las mariposas y pegaba como avispas". Pero dejemos a Alí para luego, hablemos primero de Diego Armando Maradona.
"El Pelusa" o el "cabecita de fósforo", como le llamaba una amiga argentina que lo adoraba, fue en el fútbol lo que Alí en el boxeo. No me cabe duda que ha sido de los mejores futbolistas que el mundo ha parido; el brasileño "Pelé", fue excelente, pero si recordamos que éste jugaba en una formación de 1-2-3-5; es decir el portero, dos defensas, tres en la línea media y cinco atacantes, se comprenderá que era un juego más que todo de atacantes; que lo hacían en bloque; la idea "la mejor defensa es un atacar constante". "Pelé", desde que llegó, siendo todavía un muchacho, a la selección de su país, siempre jugó teniendo a derecha e izquierda, cuatro delanteros que le acompañaban en el ataque, de tanto nivel futbolístico como él. Por ejemplo en el mundial del 66, al lado de Pelé estuvieron Jairzhinho, Garrincha, Alcindo, Zito, Gerson y Tostao. Las selecciones brasileñas estaban integradas por los mejores jugadores, sobre todo al ataque, del mundo. Eso no pasó con el "Pelusa. Dentro de la selección argentina y en el Nápoles, comandada equipos muy lejos de la calidad del de "Pelé". Hizo del Nápoles, un equipo de segunda, si mal no recuerdo, dos o tres veces campeón de la Liga italiana. Por eso en aquella ciudad es un ídolo todavía.
Pero "el cabecita de fósforo", de origen tan humilde o más que "Pelé", cometió el pecado de pensar alto e identificarse en la grandeza y fama con su gente del barrio. A él, aquella tarde de hace más de veinte años en Atlanta, EEUU, le seleccionaron escogido a dedo, o mejor seleccionado, no al azar como mandan las reglas, porque sabían que ya en el ocaso de su fabulosa carrera, estaba por retirarse, consumía droga. Pero la moral de la Federación Internacional del fútbol (FIFA), comandada entonces por el brasileño Joe Havelange, puesto en el cual llevaba más de veinte, años no era otra sino la misma de los corruptos que ahora están siendo juzgados. Y no quería moralizar el deporte, sino descabezar a un atleta, no por sus pecados, sino porque venía denunciando la corrupción y los abusos contra sus colegas por parte del ente encabezado por Havelange. Pero además de eso, ya en esos tiempos, Dieguito, no ocultaba su admiración y solidaridad con Cuba, Fidel Castro y el Che Guevara. Es decir, a través de ellos, aparte de las dudas o diferencias que uno pueda tener, el astro argentino se vinculaba a las luchas populares, antiimperialistas y a favor de la unidad latinoamericana. Para el ente futbolístico mundial, con estrechos vínculos con grandes firmas capitalistas del mundo con intereses en los campeonatos de liga hasta el mundial, el pequeño argentino era un "rebelde y enemigo". Fue exactamente eso, lo que le cobraron al "Pelusa", hasta desatar una campaña brutal en su contra como pretender negarle sus pasadas glorias y méritos como atleta. Por eso, formal o informalmente le persiguieron, acosaron y contra él incitaron el odio. Tanto que muchos ingenuos llegaron a creer y decir que su genialidad futbolística había sido producto de la droga. Miles llegaron al odio inducido por la propaganda orquestada por entes del capitalismo, pero también millones siguieron adorándolo por su incalculable calidad atlética. Dieguito no se plegó a los truhanes de la FIFA como si lo hicieron, el astro francés Richard Platiní y el mismo "Pelé".
Cassius Marcellus Clay, muchacho negro de Lousville, el más grande boxeador de la historia, se mostró por demás irreverente contra el sistema y las clases dominantes de su país, que lo son en el mundo entero. Su primera irreverencia, fue cambiarse el nombre por el de Muhammad Alí. El suyo, aquel que le pusieron sus padres, era para él, nombre de esclavo y estaba en lo cierto. Los esclavos adoptaban nombres y apellidos de sus amos; por eso, tuvo razón y fundamento de cambiarse el nombre. Aquello, aunque pareciese sólo un gesto simbólico, fue una protesta contra la discriminación y la injusticia, en medio de las duras luchas de la negritud norteamericana por los "Derechos Civiles", porque al negro se trataba como si nada significase. Iba a decir, como a un perro, pero recuerdo que ya en esos tiempos, sobre todo la clase alta, daba a sus canes el trato que negaba a los negros.
Eso debió excitar el odio de las blancos dominantes. Un negro rechazando el apellido de uno de ellos. Ese, debieron haberse dicho, sólo por eso, es un enemigo al que hay que acorralar.
Lo de Vietnam es historia harto conocida y muy contada en estos días. Pero a Muhammad Alí, pasado los años, reconocido por el pueblo norteamericano de la inutilidad de la aquella guerra, el esfuerzo y gesto heroico del genial gladiador, las clases dominantes optaron por intentar apropiárselo; no sé si algo de eso lograron; le concedieron el honor, creo siendo Clinton presidente, de encender la llama olímpica. Ahora, cuando le enterraron, según resaltó la gran prensa, entre el pequeño círculo que acompañó el féretro estuvieron el ya mencionado presidente y su esposa, Hilary Clinton, actual aspirante a la presidencia por los demócratas. Quizás tuvieron que admitir para sus adentros la grandeza del "bocazas" y optar por vincular su nombre y gloria a la herencia de ellos.
Diego por fortuna está vivo. No sé bien si aquel odio incubado contra Alí, entre mucha gente sencilla que despotricaba de él como ahora hace contra Diego, se quedó en el pasado. Le acusaron de cobarde habiendo tenido la valentía de desafiar al Pentágono y los grandes poderes en favor del pueblo vietnamita al cual diezmaban y del suyo propio, los negros norteamericanos. También de antipatriota pero no reconocían su enorme sacrificio por su gente. Pero el que crearon contra el argentino está vigente, vivito y coleando. Porque el ánimo de combate por la justicia del "Pelusa", está intacto. Además, aquellos goles del pequeño pampero, en uno de los mundiales de futbol, entrando por el centro, solo, con genialidad y astucia, entre dos gigantescos defensas ingleses, son cuadros imborrables, de mucho simbolismo en nuestra heroica lucha. Por eso, "Calle Trece", lo recoge en una de sus interpretaciones donde definen ¿Quiénes somos?: "Somos Maradona anotándole dos goles a los ingleses".