La historia la escriben los triunfadores a su imagen y conveniencia, se podría decir mejor: la falsifican de acuerdo a sus intereses. Pero, ¿cuáles son esos intereses? Veamos.
El primero de ellos es despojar de la memoria de los humildes los intentos de redención, y deformar la imagen de los hombres que los dirigieron, cuando no borrarlos; ignorarlos, impedir que se hagan referencias de rebeldía, guías espirituales de futuras batallas; despojar las luchas sociales de su carácter de clase, de enfrentamiento de los desposeídos contra los explotadores; hacer de la historia un cuento lineal, sin errores, sin relaciones, más parecido a una comiquita que a la cruenta batalla de la humanidad por recuperar su condición de sociedad fraterna.
La historia revolucionaria está llena de falsificaciones, de deformaciones, de ocultamientos. La burguesía triunfante se ha encargado de olvidar, de satanizar a los revolucionarios, o en los casos en que su grandeza les impide exiliarlos del alma de la humanidad convertirlos en una imagen sin contenido.
El primer gran falsificado fue Cristo. ¿Qué tiene que ver el Vaticano con aquel pescador de Galilea, hijo de carpinteros, pobre luchador por los pobres? Bolívar, Libertador de los esclavos lo redujeron a Libertador de unos países gobernados por oligarquías, y que en realidad eran la fragmentación de su sueño, la Gran Colombia. A Simón Rodríguez lo convirtieron en un viejito excéntrico y medio loco al que Bolívar le tenía cariño, ocultan la fuerza de su pensamiento revolucionario. A Zamora le mutilan su relación con los socialistas franceses.
Y así llegamos a nuestros días. El presidente de la asamblea lo primero que hizo al llegar al congreso fue mandar a la basura los retratos del Comandante Chávez. El hecho parece algo aislado para los ingenuos, sólo producto de la grosería de este sobreviviente adeco; sin embargo, si lo relacionamos con el desmantelamiento del Salón Hugo Chávez que el presidente macri ordenó allá en el lejano Buenos Aires, vamos entendiendo que es un asunto ideológico, que se trata de las oligarquías triunfantes construyendo su propia historia, desmantelando a los líderes. ¿Qué no harán cuando la derecha entre en Miraflores que esos tontos no han sabido defender? ¡Demolerán el Cuartel de la Montaña!, y en su lugar construirán una sucursal de un banco transnacional.
Es así, defender la historia revolucionaria de estos pueblos es defender a la Revolución. El precio de entregarse al capitalismo es terrible, significa la entrega de la dignidad y de la historia. Y no se puede defender a la Revolución arreglando su historia a la conveniencia del momento. O mejor, la calidad de una Revolución se mide por la calidad de su historia, por la limpieza de sus recuerdos lejos de las manipulaciones de la conveniencia; recordar a sus líderes sin mezquindades, reconocerle sus hazañas sin importar las coincidencias momentáneas. A la Revolución le hace daño devorar a sus hijos, ese pecado se paga tarde o temprano. Recordemos a Trotsky, borrado de los libros de la Unión Soviética y que aún hoy es un proscrito.
Recordemos también a Douglas Bravo, Comandante Guerrillero. Puede que no comulguemos con su posición hoy, puede que esté en otras trincheras, pero son innegables sus logros, su resistencia, su perseverancia en el campo revolucionario defendiendo con su piel las creencias que lo mueven. Douglas, el Comandante Martin, hoy olvidado, con mezquindad, por el gobierno que hace merecidos homenajes a los mártires de la cuarta, como a Jorge Rodríguez, pero subiendo al presídium a los saltimbanquis que acompañaron a sus verdugos.