El viejo proverbio o refrán, como prefiero decirlo, porque era esta la palabra usada en mi pueblo, entre mi gente y ¡qué bien nos entendíamos!, "los burros se buscan para rascarse", tiene muchas acepciones. Hay distintas maneras de interpretarlo y hasta en la intencionalidad del hablante. Puede ser una ironía, procacidad, pero también un buen consejo.
La más simple acepción se refiere a la imperiosa necesidad humana de prestarse ayuda mutua, sobre todo cuando están en juego cosas de vital importancia. En estos casos también se dice, "una mano lava la otra y las dos la cara". Una de esas importantes cosas, por decir algo simple, serían la simple subsistencia y el derecho a una vida en paz y digna. Las colectividades al verse amenazadas sienten la imperiosa necesidad de unir sus esfuerzos para enfrentar al enemigo común. La bella condición humana, que existe aunque en veces pareciera ser pura fantasía y para algunos en definitiva lo es, se impone entre las comunidades cuando las circunstancias apremian. Aunque es cierto, el desarrollo del capitalismo y las nuevas tecnologías, parecieran desafiar la integridad del planeta y la propia subsistencia humana, hasta la humanización misma, con el embeleso de la mayoría de la gente, incapacitada de discernir el asunto, no es verdad que se hayan impuesto racionalmente en la multitud la maldad, propensión al exterminio y disposición del hombre para acabar consigo mismo. El gregarismo implica necesariamente el deseo de prestarse ayuda y defender la especie.
Por eso, sigue siendo válido el refrán que hace referencia a los asnos. El hombre, con más razón, está obligado, por lo que hay en él de racional y mucho de bondad, a buscar las formas de acordarse para evitar el exterminio o la guerra, la peor de las formas de hacer política. No hay nada más cruel que una guerra; nada más diré al respecto porque eso parece demasiado simple.
Según las encuestas, pongamos por delante la de Hinterlaces, la que por cierto José Vicente Rangel parece darle mucha credibilidad, y esto no deja de ser interesante, más del setenta por ciento (70%), lo que parece ser una mayoría aplastante, está por el diálogo para encontrar caminos a la Venezuela y venezolanos de hoy.
Mucho más de ese setenta por ciento de partidarios del diálogo, que de paso de manera específica aboga para que lo haya entre gobierno y empresarios, es víctima de una pequeña minoría que se enriquece asquerosamente y hasta de aquellos que aprovechan la coyuntura para obtener fáciles beneficios sin aportar nada.
Pero además de las calamidades que sufre el venezolano ahora mismo, el futuro pareciera estar lleno de muy malos presagios. Cada uno de nosotros, como Juan Primito, personaje de "Doña Bárbara", al elevar los ojos al cielo, solo ve nubes de "rebullones", indicios de peores tiempos por venir, como que aquí se desate una confrontación, hasta con intervención extranjera, que ponga a los nacionales a entre matarnos, y al final, triste final, unos y otros, nos quedemos "sin chivo y sin mecate".
Es curioso, que un redomado vocero del academicismo -¡No sé si los académicos todos convalidan lo que acabo de decir!- de la derecha, como Guillermo Morón, en entrevista publicada en el diario "El Tiempo" de Pto. La Cruz, haya afirmado que no es verdad aquello que "el pueblo nunca se equivoca" o como el mismo "académico" negó, que la "voz del pueblo fuese la voz de Dios".
¿Cuál es la verdad? ¿Quién tiene la verdad en la mano? ¿Quién está calificado, como en la Venezuela de ahora, para decidir de qué lado está la verdad y cuál es el camino a tomar, sin poner atención a lo que la mayoría aspira?
No tengo la menor duda que el camino a tomar, si eso se interpreta como la verdad, es aquel que prefiere la mayoría. Es esta, en cualquier circunstancia, la más capacitada y autorizada para construir o preservar la paz y hasta instaurar los mecanismos de subsistencia en todos los órdenes. También la llamada a construir lo que quiere y conviene a sus intereses. Es así como se explica la expresión, o mejor, las dos expresiones que el académico de la derecha, historiador fosilizado desde el mismo momento que comenzó a escribir sobre historia, intentó descalificar. Si el pueblo, la mayoría quiere imprimirle un determinado ritmo y dirección a su vida, esa es la verdad. Si se equivoca, lo que no es descartable, tiene la facultad de corregir. El principio constitucional de la soberanía popular no puede ser una cosa para usar en discursos demagógicos o enarbolarla a conveniencia.
Sería muy malo pues, que desde el campo de la izquierda, asumiésemos el asunto como Morón y la derecha toda. Esta última calificación no es válida para juzgar a todo opositor o discrepante del sector oficial.
El académico dijo aquello porque es el catecismo de la derecha y las minorías, que prevalidas de su poder político y económico y supuesta ventaja en materia de conocimiento y talento, niegan valor al derecho y sabiduría de las multitudes.
Entonces, no es nada extraño que la derecha, el gran poder económico y sus voceros, hablen como el académico y procedan tal como sectores oposicionistas en Venezuela, que no tienen interés alguno en el diálogo sino en apelar al recurso hasta más repulsivo para lograr sus fines.
Pero también es verdad, son imprescindibles el diálogo, la búsqueda de acuerdos para lograr la subsistencia en medio de unas circunstancias, donde para decir lo menos, estamos con "el juego trancado", o cuajado nuestro cielo por los "Rebullones" de Juan Primito, como ya lo han dicho, personajes como Maryclen Stelling, José Vicente Rangel y Eleazar Díaz Rangel. Pero para que el diálogo avance es necesario que quienes en él intenten sumergirse no sean sordos, menos soberbios. Hay que escuchar con el mejor de los ánimos y buenas intenciones. Dejar la soberbia a un lado y con ella la idea que la verdad y lo mejor es lo que visualizo o recreo en mi mente, en el mejor de los casos. Porque la verdad, aquella que puede construir la paz, distender los espíritus o estados de ánimo, es la que concierne a la mayoría.
Pero no sólo entre sordos y soberbios pudiera estar atrapado el intento de diálogo. Si no que hay otra cosa que antes hemos dicho. El avance del diálogo, los frutos en sazón de este, podrían poner en evidencia que hay sordos y soberbios sin remedio, como llenos de malas intenciones y ambiciones estrictamente personales. Y estos últimos podrían, por eso mismo, enfermarse de sordera y soberbia. El diálogo entre venezolanos de buena fe, podría sacar de juego a esos y los ajenos interesados en lo nuestro.
El diálogo tiene a su favor al 70 % (Setenta por ciento) de los venezolanos, pero en su contra una pequeña cúpula con poder y hasta miedo.
Quiero terminar esto haciendo un llamado a mi viejo amigo y compañero Julio Escalona, a quien presumo de mucha audiencia en las alturas del gobierno. Julio, amigo, hermano, no olvides aquella sabia frase tuya, expresada en un acto acá en Puerto la Cruz, según la cual, nosotros debemos persistir en la paz, hacer por ella lo pertinente, "porque ellos siempre tendrán más armas que nosotros".