La silla vacía del sujeto popular

La pugna política actual en Venezuela es, fundamentalmente, dominio de las élites. Los sectores populares discuten, se encolerizan y, en medio de la profunda crisis existente, se concentran, legítimamente por lo demás, en la sobrevivencia biológica; sin embargo hasta el momento, el protagonismo sobre las opciones globales se encuentra en las élites, de izquierda y derecha. Estas élites en su mayor parte proceden de las capas medias (aunque en el campo de la derecha la tendencia cada vez más evidente es que sean los empresarios quienes se colocan al frente de las organizaciones políticas de ese sector). Cierto es que hay protestas frecuentes por la aguda escasez de alimentos y medicinas pero no se expresan –todavía al menos- en el terreno ético-político, es decir, en el espacio del Estado.

Los de abajo siempre han luchado, pero se trata sobre todo de luchas dispersas que (a pesar de algunos combates estelares que han tenido lugar en nuestra historia contemporánea), no alcanzan a reunir una masa crítica ni, menos aún, confluyen en un solo torrente. Somos quizás el país latinoamericano en el que la fragilidad del sujeto popular es más notoria. El origen de esa debilidad obedece a un condicionamiento histórico de largo plazo, ejercido por el sistema económico rentista petrolero que surge en Venezuela hace noventa años (iniciado simbólicamente en 1926 cuando las exportaciones petroleras desplazan por vez primera al modelo agroexportador). El petróleo configuró una economía desarticulada, dependiente e importadora, un Estado clientelar con prerrogativas conciliadoras y una mentalidad que oscila entre el arrime, la picardía y el acuerdo. Una realidad económica, sociopolítica y cultural que (aún hoy, en medio de la tremenda crisis que sacude al país), neutraliza el alcance de la conflictividad social y la profundidad de la acción política de los sectores populares.

Ciertamente, la democracia liberal en general, corre pareja con una tendencia a la profesionalización de la actividad política, que se transforma en un asunto de "expertos": los demás, millones de personas, carecen de agenda propia, glosan lo que hacen los expertos y, en algunas ocasione los sacan del gobierno. Es un círculo vicioso: los expertos dirigen el Estado, los de abajo los desalojan con el voto (la famosa democracia de los cinco minutos) y colocan en su lugar a otros expertos. No obstante, allí donde la organización social tiene raíces, tradición y fuerza convocante, la tendencia elitista inherente a la democracia liberal puede ser contrarrestada.

En Venezuela (en un sentido fuerte, profundo), no hay un sujeto popular constituido; para la derecha –a la que sólo le gusta lidiar con individuos sueltos o pequeños grupos impotentes- no hay nada de malo en eso. Es sobre todo mejor que sea así. La democracia entonces se reduce a la maniobra palaciega y los escándalos mediáticos. Para la izquierda sin embargo, la silla vacía del sujeto popular es una tragedia: la aísla, la predispone a ser dogmática y sectaria, o a ser presa de un reformismo sobrecogedor y extraviarse en el camino. El destino de proyectos como el MAS y Causa R, así como otros tantos que huyeron en completo desorden para recaer en el bando de la política-sólo- para-expertos, debe su suerte, fundamentalmente, al vacío que hace el sujeto popular.

Con Chávez hubo una gran efervescencia popular, una gran expansión de la organización social. Se trataba de "masas", que amaban a su líder, pero que carecían de fuerza y disposición para ser "sujetos", interlocutores de igual a igual para presionar a favor de una estrategia política propia. Eran masas que aclamaban, aplaudían y "recibían" recursos, leyes, servicios sociales, inclusión en el consumo y también simbólica. Con Chávez se desataron procesos sí, pero se inhibieron otros, en particular los que podían haber conducido a la formación del sujeto popular autónomo. Demasiado protagonismo en un lado (el líder), acentuada dependencia en el otro (las multitudes entusiastas que hoy se hunden entre el desaliento y el desconcierto).En resumen, un proceso de organización y participación social predeterminado desde arriba, en sus contenidos y alcances, en términos -diría Gramsci- de una revolución pasiva.

Ahora nos encontramos en medio de una crisis severa, que es a la vez: económica, estructural y de hegemonía (es decir, en el marco de una crisis orgánica). La crisis, que nos posiciona ante un cambio de época (un quiebre integral del modelo iniciado hace 90 años), nos pone de manifiesto, con fuerza, que la silla del sujeto popular sigue vacía. Las salidas a la crisis la dirimen, de nuevo, los expertos, son ellos los que proponen la agenda: revocatorio, el diálogo asistido por el Papa, el plan contra la guerra económica, el ajuste de la política cambiaria, fiscal y otras salidas. La calle sin embargo, aún carece de cualidad para presionar a un cambio de rumbo en el gobierno. Los expertos discuten y se insultan entre ellos delante de una silla vacía.

La constitución del sujeto popular (autónomo, respondón, organizado, propositivo, en movimiento), es la necesidad más importante que tiene la izquierda y- nos atrevemos a decir-, la sociedad venezolana. Es la única manera en que la izquierda coja mínimo, no se recluya en sí misma, ni se raje. Como dice Frei Betto: "fuera del mundo de los pobres y de su protagonismo político los progresistas siempre correrán el riesgo de sostener el violín con la izquierda y tocarlo con la derecha". Esa necesidad, para convertirse en propósito estratégico, implica trabajar con humildad y paciencia activa. Lo primero, al admitir que no hay programa político partidista que pueda solucionar ese vacío. Para la izquierda la ausencia de ese sujeto popular es un agujero en su ser – la Nada sartreana- que no se puede compensar. Paciencia activa por otra parte, porque la configuración del sujeto popular es zigzagueante, con altibajos, aciertos y fracasos, en medio de un proceso cuyo desencadenamiento no se puede forzar a capricho. De allí, por supuesto, que es necesario estar atento, encontrarse preparado, reconocer por otra parte que la autoproclamación antes de tiempo puede conducir a caminos solitarios. Parte considerable de la constitución del sujeto popular es, por otro lado, una historia interna. Se trata de un despertar, lento o explosivo, que, asimismo, puede o no ocurrir en el tiempo deseado. En el marco del esfuerzo constante, optimista, expectante, bajo líneas de acción provisionales, permanezcamos atentos a la irrupción de la complejidad y su capacidad de deparar sorpresas; como dijera Edgar Morin, preparados para "el surgimiento de lo inesperado y la aparición de lo imposible".

César Henríquez Fernández

Agosto 2016



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