La praxis política en la Venezuela presente desnuda verdades y muestra en toda su esencia la escasez de proposiciones por parte de los sectores opositores al gobierno nacional. Pareciera que la pluralidad de pasados se descompone, dejando una estela de fragmentos putrefactos que a pesar de sus caracteres antagónicos han generado en mutación, dando nacimiento a una perversa corriente de pensamiento entremezclado con el terrorismo y el fascismo, y muy alejada de las fuentes democráticas. Así hundida en la miseria del discurso intolerable, esta corriente de extraña progenie, cercena los derechos fundamentales de la democracia y fragmenta la realidad.
Sin embargo, a pesar de los avatares del oficio confundido y de la entropía de los sujetos descompuestos, desde el año 1998 una nueva clase política con visión de conjunto guía un proceso de país, un proyecto democrático que se refuerza y consolida con la dinámica fulgurante de todos los días. Cada uno de los acontecimientos de coyuntura y estructura que han ocurrido desde aquel 6 de diciembre del 98´, sincronizan en un proceso que empuja hacia el encuentro con la democracia del pueblo, con la democracia participativa y protagónica. Esta experiencia que se vive en Venezuela representa un nuevo tiempo político que ya empieza a tomar cuerpo en América Latina, abriendo las compuertas para que las voces olvidadas, excluidas y oprimidas comiencen a cantar las estrofas de la libertad.
Así ha avanzado el proyecto político propuesto por Hugo Chávez y respaldado por millones de venezolanos. A pesar del consenso conspirador y la negación de los logros del gobierno, el apoyo popular se consolida y con ello el proyecto democrático. Atrás han ido quedando las nubes grises y los caminos inventados. Sin desconocer aciertos durante cuarenta años estuvimos trajinando entre la cultura de la corrupción y la miseria colectiva, entre el discurso miserable y la esperanza de todo un pueblo, que a pesar de los embates, esperó siempre con paciencia y dignidad el nacimiento de una nueva patria.
Una vez despejado el camino, a partir del 2 de febrero de 1999 se rompe con un ciclo perverso en la manera de gobernar. Moría así una etapa y nacía otra, cuyo símbolo es la apertura del pueblo hacia los espacios de la participación que la democracia "puntofijista" le había negado siempre. Desde entonces el ideal de democracia y libertad ganan terreno, adentrándose en los rincones de la patria y el corazón de muchos venezolanos. El gran sueño es lograr un país donde todos podamos disfrutar por igual de los beneficios del sistema.
Precisamente, aquí es donde se comprimen los odios del pasado y del presente. Los sujetos prostituídos se juntan en la nada para compartir sus miserias y sus odios.
Si bien es cierto que el contrapeso de las democracias son las voces provenientes de los sectores de la oposición, no hay argumento válido que justifique el quiebre institucional por parte de los sujetos políticos, que ante la imposibilidad de alcanzar el poder por métodos propios de la democracia se apele a procedimientos malévolos como son la manipulación, el terrorismo y el fascismo.
A la luz del análisis politológico y enfocado desde la metodología propia de la ciencia política, el discurso opositor pensado y manejado por los "cerebros" de la llamada Coordinadora Democrática, más que incongruente resulta estúpido y vacío de contenido. Desconcertante es la ceguera mental de los sujetos opositores que tercamente se empeñan en no aceptar que su tiempo ya es de ultratumba y donde las posibilidades de volver lucen cuesta arriba. Por más patadas que den sobre el ataúd no volverán, pues su esencia ya fue enterrada y sin derecho a resurrección. Recojan sus espíritus malvados y acepten que el proyecto político liderizado por Hugo Chávez goza de buena salud. A pesar del feroz ataque fascista-terrorista que aún no desarticula, el Estado reconstruye donde las fuerzas del mal destruyen.
El proceso fundacional sortea obstáculos y mantiene viva la llama que hizo luz a partir del 15 de diciembre de 1999 con la entrada en vigor de la nueva Constitución de la República, que abrió las compuertas para la transformación profunda del Estado y dejar atrás el sistema político "puntofijista", cuyos principales signos eran el deterioro y el agotamiento.
Debemos recordar que la actual Carta Magna fue aprobada en Referéndum con un Sí contundente de 3.301.475 personas, que equivalen al 72% de los votos escrutados en ese acto electoral. Además de ello, este nuevo Texto Constitucional es considerado como uno de los más modernos del mundo, pues introduce cambios importantes en las estructuras del Estado, que se inscriben dentro del marco de transformación que logra la ruptura con el sistema político anterior y traza el comienzo de otra etapa política orientada hacia la refundación de la República. De esa manera se produce un corte histórico, un nuevo ciclo en la evolución institucional del país que marca el fin de un sistema político y el surgimiento de uno nuevo, donde definitivamente se le cierran los espacios a la partidocracia y al clientelismo. Se desmonta así la falsa democracia "puntofijista" y se crean las bases para el funcionamiento efectivo de un Estado moderno, de una democracia participativa, donde el pueblo reconquista los espacios negados y se vuelve sujeto protagónico en la toma de decisiones trascendentales para el país.
(*) Politólogo. MSc. Ciencia Política
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