Algo más de la traición de los sacerdotes (4/4)

Ahora bien, si el texto de Marcos es el que responde a una tradición, es el menos afectado por el lenguaje litúrgico, los elementos más originales serían: a) una cena de despedida en que Jesús anuncia la inminencia del final de su vida de predicador y anunciador del Reino de Dios; b) una cierta esperanza con lo que ha sido su predicación del Reino y su relación con el Padre; c) la referencia a su cuerpo y a su sangre como alimentos nuevos de la alianza de Dios con el hombre; d) un profundo sentido sacrificial de toda su vida entregada a los demás. Que esto ofrezca suficiente base para que una tradición, muy primitiva, viera en los sucesos de la cena y de la crucifixión un claro sentido soteriológico y expiatorio, no permite concluir que Jesús apreciara su muerte en los mismos términos. En los diferentes enfrentamientos de Jesús con sus enemigos con ocasión de su enjuiciamiento, los evangelistas proponen una serie de títulos, que mostrarían cómo el propio Jesús teologizaba creyentemente lo que estaba ocurriendo, sobre todo con ocasión del interrogatorio del Sumo Sacerdote (Hoy llamado Presidente de la Conferencia Episcopal) cuando le pregunta, si es en efecto el Mesías, el Hijo del Bendito. Jesús acepta estos títulos, pero los reinterpreta como el de Hijo del Hombre, sentado a la derecha del Padre y que ha de volver entre las nubes del cielo (Mc 14, 61-62). El sentido de la pregunta no hace referencia a una presunta divinidad de Jesús, que caía completamente fuera del horizonte mental del Sumo Sacerdote; significaba tan sólo una pregunta por su carácter de Rey mesiánico que gozaría de la total protección de Yahvé. Jesús, por su parte, le responde con el salmo 110,1, referido al Rey mesiánico y con Daniel 7,13 referido al Hijo del Hombre; esto es, en ninguno de los dos casos autoproclamaría su divinidad sino que se limitaría a colocarse en la línea de un nuevo mesianismo y anunciaría la certeza de su triunfo final.

¿Qué supondrían, entonces, para Jesús estos títulos de Hijo del hombre y de Mesías en referencia al sentido de su muerte? Aunque se acepte que las profecías de la pasión, tal como hoy se encuentran en el texto evangélico, son formulaciones de la comunidad primitiva, no hay por qué negar la proyección del Hijo del Hombre. Si se acepta el sentido del Reino de Dios, no hay por qué desechar la proyección de Jesús como Hijo del Hombre en función del Reino de Dios, aunque la plena identificación de toda la carga teológica del Hijo del Hombre con el Jesús histórico sólo se realizará en la experiencia creyente de la comunidad primitiva. En la propia vida de Jesús se dan las bases de esa identificación: Jesús habría aceptado, cómo su misión le iba llevando al sufrimiento, a la oposición y a la muerte, proclamando el carácter definitivo del Reino de Dios, en este sentido habría preanunciado una esperanza que la comunidad primitiva habría clarificado tras la experiencia creyente de la resurrección. Pero esto no supone que Jesús se haya concebido a sí mismo como siervo de Yahvé, que cumple su misión mesiánica mediante una muerte expiatoria. Aunque la presencia de este título llene los evangelios, no debe olvidarse la resonancia teológica diversa que han ido poniendo en el Hijo del Hombre las distintas comunidades.

Las referencias evangélicas al Hijo del Hombre apuntan a una justificación del paso del por qué le matan al por qué muere, pero no permiten independizar la segunda pregunta de la primera. Algo parecido ha de decirse de la autoproclamación como Mesías. La disposición del texto (Mc 14, 62 y paralelos) muestra que Jesús no rechaza el título, pero muestra asimismo que él no lo toma en el contexto del mesianismo judío; por otra parte, el mismo Jesús desvía el significado demasiado político hacia la consideración del Hijo del Hombre. Pero esto no permite confundir la semiología del Nuevo Testamento en su sentido judaico con la cristología en su sentido helénico. Es cierto que Jesús intentó purificar el mesianismo politizado, entendido como una toma del poder en una concepción teocrática, pero de ahí no se sigue que se haya entendido a sí mismo como Cristo-Señor, que poco tiene que ver con la historia material de los hombres.

En vista que no se ha podido alcanzar el análisis suficientemente sobre el aspecto de la traición a la esencial espiritualidad y fe al mandato de Jesús, en el pasado y actual comportamiento de la jerarquía sacerdotal, sobre la cristianización de "Amaos los unos a los otros", prolongaremos con otro más estos escritos.



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José M. Ameliach N.


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