Mario Moronta, creo que Obispo de San Cristóbal, tuvo la lamentable ocurrencia de meterse en el medio de un baile al que uno creía nunca estaría invitado y por supuesto, aun estándolo, el por su prestigio, lo que muchos esperamos, nunca bailaría aquella hosca música. Todos estos años estuvo callado, al margen del debate político en el cual los curas de la CEV y particularmente el cardenal Urosa y los obispos Porras y Lucker, han tomado parte como si fuesen militantes y dirigentes de la MUD.
Es más, las tantas veces que la CEV emite alguna declaración o hace público algún documento, que nunca es para reclamar los derechos de las multitudes, como por pura casualidad, repite los mismos argumentos de la MUD, cual si usasen la misma chuleta, Mario Moronta ha callado. Uno, de buena fe, ha imaginado al prelado, discrepando allá dentro e intentando hacer que la iglesia juegue el rol que le corresponde, la de árbitro y gestora para que los discrepantes, gobierno y oposición, busquen la forma de acordarse en bien de los venezolanos, seamos o no católicos. Se trata de una discordia entre hermanos, hijos todos del cristianismo, tal como lo asume el Papa Francisco; y en discordia entre hermanos, padres y madres, tienen la obligación de interceder para mantener la paz y la unión. Lo concebimos así porque esa fue la imagen que nos formamos del obispo de San Cristóbal. La misma que puso empeño en mostrar y quizás, por lo que la CEV misma lo ha tenido en el banco.
Es por demás absurdo, que mientras personajes como los presidentes Rodríguez Zapatero, Torrijos y Leonel Fernández, cuya visión del mundo, concepto estratégico, difieren totalmente de los inherentes a quienes manejan el gobierno nacional y hasta más cerca de los opositores, se ofrezcan como mediadores, soportando todo lo que contra ellos vienen lanzando, mientras la alta jerarquía católica venezolana, de un país de mayoría católica, partidarios y no del gobierno, asume parte activa, como si fuese una fracción política, en el primitivo debate que aquí se da. En lugar de trabajar por la causa de la paz, de árbitro imparcial para que sus ovejas se relacionen como hermanas, absurdamente asume también el rol de combatiente al lado de una de las fracciones de las almas a su cuidado. Se pone de lado de unos hermanos para combatir a sangre y fuego contra los otros.
Pero si eso es absurdo, ajeno totalmente a los evangelios, sin negar que aun los curas de la CEV tienen derecho a discrepar del gobierno, como muchos que discrepamos de ambas partidas, también lo es que Mario Moronta, callado por muchos años por las razones que sean, permita le hayan colocado en el centro del debate que venía rehuyendo, como uno más a favor de una de las fracciones. Porque aunque el obispo Moronta alegue que, en esa confrontación no tiene preferencia o no se suma a bando alguno, al aparecer aunque sea por su propia iniciativa, con el discurso que acaba de hacer, ha dejado la idea que también decidió ponerse del lado de quienes en la CEV optan por la discordia, confrontación, no por la paz y hermandad entre los venezolanos. Le correspondía mantener la misma conducta, aunque tuviese razón de sentirse incómodo e indirectamente ofendido por el diputado que se refirió a Porras. Ese rol le correspondía a otro, quizás a Urosa o Luckert y uno lo hubiese entendido plenamente. Pero tenía otra opción, llamar a unos y otros a mantener el respeto mutuo y sobre todo exigirle a sus cofrades asumir el rol de pacificadores y mostrarse imparciales; lo que no significa renunciar sus preferencias.
Está muy bien que asuma, sienta deseos de reclamarle a quien sea el uso de un lenguaje indelicado, quizás procaz, para dirigirse al obispo Porras, sobre todo cuando quien eso hizo es diputado. Pero está mal, que Moronta, habiendo estado callado e ignorando, quizás por razones de disciplina, supone uno de buena fe, todas las intemperancias, procacidades e irrespetos de Porras y Luckert contra quienes tienen, no como sus ovejas descarriadas, sino sus enemigos políticos, aparezca de repente, justamente él, cuando nadie lo esperaba, en defensa del primer alto jerarca de la iglesia mencionado, a quien el Papa acaba de ungir como Cardenal.
Uno supone por el alto concepto que de él tiene, que Mario Moronta actuó por su propia iniciativa, en vista de la indelicadeza con que se trató a una figura que ya, por decisión de Francisco, se convierte en un superior suyo. Pero uno también sabe quién es el personaje y de su reprobable conducta todos estos años, que no ha sido coherente con la de un pastor de la iglesia que, como tal, debe ser equilibrado e imparcial, pese sus ideas e intereses, en los conflictos entre las almas que debe dirigir. Si esto que digo es paja, entonces todos estamos envueltos en una enorme mentira y habría que quitarse las caretas. Y moralmente hablando, hay unos con más obligaciones que otros.
Creo en la buena fe de Francisco; no obstante, haber elevado a Porras a la dignidad de Cardenal, sobre todo en el momento que se vive en Venezuela, cuando los partidarios del gobierno y otros tantos que sin serlo juzgan al obispo de Mérida poco maduro, equilibrado, juicioso y si dado, por sus debilidades, a contribuir a ahondar las diferencias, pareciera un desacierto. Pero esa es la visión local que uno tiene y lejos está de saber con exactitud los motivos o razones que privaron en ese juego de ajedrez que se desarrolla en el Vaticano. Francisco ha enfrentado hasta ahora grandes desafíos. No podemos cambiar nuestra opinión hacia él por este asunto de poca monta, desde la perspectiva suya.
Lo que si podemos hacer es bajar el tono y el estilo. Competir con los procaces, viles y "preñados de mala fe", en sus malas artes, discurso venenoso y baja ralea, nos coloca en un nivel muy bajo y fortalece a un adversario que juega todas las cartas, hasta la de negociar con Dios. Moronta, que comienza a decir, porque ve, no diga que ve la paja en ojo ajeno, sino que diga primero de la viga que tiene en el suyo y de sus colegas. Nosotros, obligados estamos a cuidar el discurso. Tampoco es bueno caerle en cayapa al obispo de San Cristóbal para darle un empujón inoportuno. ¡Basta ya de sumar enemigos por el sólo goce de darle rienda a la sin hueso!