Anoche, alguien de mi intimidad familiar, admirador de Chávez, afligido por lo que sucede, escuchando a Diosdado Cabello hablar en Maturín, en un tono como desafiante, me dijo con un dejo de tristeza:
"Estos camaradas se sienten acorralados y desesperados".
Me limité a escucharle, íntimamente compartí su apreciación. Hoy leí las declaraciones a las cuales de seguidas me refiero y confirme la certeza del comentario al cual he hecho referencia.
Si el presidente Maduro quisiese dar una muestra contundente más, digo esto para no contradecir el discurso oficial, de deseos de diálogo, debería, en el término de la distancia, destituir al ministro de Transporte y Vivienda, Ricardo Molina.
Sería eso un mensaje convincente, como un dirigir el vuelo de una paloma blanca hacia los espacios opositores y al mismo tiempo un, vamos a decir como en la escuela, severo castigo a alguien por simple, provocador y hasta ajeno al humanismo que prodigó Chávez. Si éste, el comandante revolucionario, hubiese tenido la oportunidad de escuchar a Molina decir lo que indignante dijo, no cabe la menor duda que lo hubiese destituido al instante.
Si nos ponemos a buscar en mohosos archivos, aquel que ha cometido la mayor torpeza en mucho tiempo, entre quienes han tenido alguna incidencia u ocupado algún cargo importante en la vida nacional, incluyendo a Manuel Rosales y la MUD toda y todo el tiempo, no será posible hallar alguna que supere la reciente del ministro de Transporte y Vivienda. El dirigente (¿?) de UNT, se caracteriza por sólo decir simplismos y barbarismos. En las declaraciones de Molina hay un filón para la mordacidad de "Los Roberto", sobre todo para "el opositor" Roberto Malaver, si este fuese al menos medio equilibrado.
Quien se exhibe como socialista, por ende humanista, defensor de la constitución del 99, acaba de decir, que quien firme para el Revocatorio, "se olvide de los Clap, Misión Vivienda y hasta Barrio Tricolor".
Tamaño disparate e indignidad, pone en manos de los opositores del gobierno un documento original, de primera mano, para se le acuse de ventajista, como hacer uso de los recursos del Estado con fines electorales. Al mismo tiempo, se declara como chantajista y negador de los derechos de los venezolanos a expresar su opinión. Pero además, somete a la humillación a miles de venezolanos que sus razones tienen. Chávez humildemente hubiese admitido la natural inconformidad de los humildes. Basta pensar en el nivel inflacionario. ¡Razones sobran!
Eso contraviene lo constitucional, de mucho valor para todos los venezolanos, quienes tienen derecho a opinar lo que les venga en gana, votar por quien les parezca conveniente y ser beneficiados por los programas del Estado sin condicionamiento de ninguna naturaleza. Es más, quien condicione a alguien, como que vote por él, a cambio de recibir una pensión del seguro o una bolsa de los Clap, estaría cometiendo un delito. Es lo mismo que el policía que pretende cobrarle a un ciudadano para no inculparlo, con razón o sin ella, por haber contrabandeado droga. Es de las mismas trampas de la derecha y las mediocridades actorales de las señoras María Corina y la Tintori.
Sólo faltó que Molina amenazase a padres que firmasen Revocatorio sacar sus hijos de las escuelas públicas y negarles todos los derechos que el proceso iniciado por Chávez ha conquistado para ellos.
Pero hay algo moralmente más grave. Es inusitado o inusual que alguien quien se defina como socialista piense de tal manera y pretenda que lo que resulta de sus errores o limitaciones, deba cobrarlo con represión, como eso de excluir de planes del Estado a quien firme por Revocatorio. Parece más bien el razonar de un zombi de la ultraderecha. De Capriles o cualquiera de esos politicastros de la oposición. Cuando leí aquello lo imaginé como un funcionario del estalinismo, con lo que le da fundamento a quienes absurdamente han venido acusando al gobierno de practicar la dictadura. Y el asunto es más grave si pensamos en cómo el presidente Chávez asumía asuntos como esos y ante las abiertas derrotas no culpaba al pueblo, ni buscaba entre este culpable alguno para castigarlo, sino que llamaba a la autocrítica y revisión, pues estaba seguro que aquel proceder tenía sus causas en deficiencias del propio gobierno.
Ciudad Caribia fue como una insignia para Chávez. La hizo construir con todo su amor y con el mayor cuidado para que quienes allí vivieran, dentro de lo posible y hasta imposible, gozaran de las mayores facilidades y beneficios. Pero en la primera contienda electoral, allí fue derrotado. Pese esto, nunca se sintió golpeado, ni siquiera traicionado por aquella gente, sino que como buen revolucionario, humanista, conductor y hasta científico social, se preguntó ¿en qué hemos fallado? Sabía bien que la deficiencia o falla no era responsabilidad de quienes allí vivían y habían sido beneficiados hasta generosamente, sino del gobierno que no pudo entusiasmar y menos ganarse aquella gente confundida para una causa que era la de ellos mismos.
Si Molina encuentra que quienes han sido beneficiados por los Clap, GMVV y Barrio Tricolor, optan por firmar por el Revocatorio, no sólo debe comprender que es un derecho constitucional que les asiste, sino también que hay razones, derivadas de las deficiencias gubernamentales, incluyendo las suyas y hasta si quiere de la guerra económica, que inducen a aquella conducta, la cual bajo ninguna circunstancia debe ser penada o reprimida. Eso debe más bien llamar a reflexionar, encontrar las causas y aplicar los correctivos. Proceder en contrario, como lo que implica la amenaza de Molina, no se compagina con el espíritu de un gobierno revolucionario, democrático, respetuoso de la constitución, humanista y menos con el pensamiento de Chávez.
Pero además, las graves e impolíticas declaraciones de Molina, ponen en mano de la oposición una herramienta poderosa para se acuse al gobierno y al llamado socialismo venezolano de despótico y fundamente todas las falsas acusaciones de dictatorialista que contra él se hacen con frecuencia en todos los medios, dentro y fuera del país.