En
política de arme y desarme el imperio actúa con la misma desfachatez
que en la economía. El rico quiere ser cada día más rico pero siempre y
cuando el pobre sea cada día más pobre. La técnica es hoy mucho más
avanzada y poderosa que unas décadas atrás y, sin embargo, el mundo se aprecia
más atrasado y afectado por la pobreza.
Mientras
exista el capitalismo y siendo predominante el imperialismo en lo que
se conoce como la fase de globalización capitalista salvaje, nada,
absolutamente nada, nos induce a pensar que cesarán las guerras. Irak y
Afganistán es sólo un comienzo de un período indeterminado de tiempo en
que la guerra imperialista viajará por el mundo tratando de apoderarse
de todo lo que sea materia prima y riqueza económica. Para eso necesita
de asegurarse también la docilidad y sumisión de los estados y
gobiernos de las naciones que se tienen como del tercer mundo, que es
donde precisamente se encuentran las mayores riquezas energéticas y de
biodiversidad.
Con el derrumbe de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, el imperialismo (especialmente estadounidense) se
infló de aire victorioso y sacó a flote las consignas de desarme,
tratando de presentarse como el auténtico paradigma de la paz mundial.
Rusia, viéndose su rostro de miseria en el espejo de la perestroika y
el glasnov, entró apresurada al juego de la hipócrita política de
desarme propuesto por el imperialismo estadounidense. Era la manera de
ganarse el derecho a créditos leoninos que echarían por la borda lo que
de beneficio había adquirido el pueblo soviético confundido en la
interioridad de unas paredes cuyos murales pintaban el socialismo de
Marx, pero de allí hacia atrás era una sociedad carcomida por un
grotesco termidor que aniquiló la posibilidad inmediata de que se
construyera un mundo nuevo posible para todo el planeta.
Todo ser pensante que haga uso del sentido común sabe que la política imperialista de desarme es la siguiente: que
todas las naciones se desarmen, no construyan armas de destrucción
masiva, limiten su aparato militar a las directrices del imperio, pero
quedando éste completamente armado para hacer sus guerras de exterminio
con armas sofisticadas y cada día renovadas con mejor tecnología.
El caso de Irán y de Corea del Norte es una prueba fehaciente de
desobediencia a la política de desarme impuesta por el imperialismo
capitalista y de hacer valer su derecho a armarse para la defensa de su
soberanía. Irak fue invadido alegando el imperio de que estaba
construyendo armas de destrucción masiva, y aun cuando no las poseía ha
sido atacado justamente con armas de destrucción masiva. La desigualdad
de armamento a favor de Israel (apoyado por Estados Unidos) y los
territorios invadidos (palestino y libanés) son una prueba que el
imperio arma a sus fieles obedientes y desarma a quienes se oponen a
sus designios de dominio del mundo.
La
guerra imperialista actual no ha hecho más que confirmar que el destino
de la humanidad de construir un mundo nuevo posible sigue estando en
manos del proletariado, cuando éste se ocupe de cumplir con su misión
emancipadora de romper con el concepto de frontera y ejercer su sagrado
deber del internacionalismo revolucionario. Que eso no cumpla, es un
testimonio de crisis de dirección revolucionaria (factor subjetivo),
porque ya todo lo objetivo (la técnica esencialmente) está apta para
entrar con éxito al período de transición del capitalismo al socialismo.
Para
el proletariado (ese que no tiene frontera y es internacionalista por
obra de su propio nacimiento), existen tres elementos que le resultan
inviolables si pretende aniquilar el capitalismo y construir el
socialismo:
1. El problema del desarme.
El único desarme que puede poner fin a las guerras imperialistas es
precisamente el desarme de la oligarquía capitalista por el
proletariado, y para ello es indispensable que éste se arme. Una vez
que ya no exista jamás ningún peligro de guerra, la sociedad sabrá
derretir las armas y construir juguetes para despertar la creatividad
en los niños y niñas sin que se manifieste ningún espíritu de violencia
social.
2. El problema de la neutralidad.
El proletariado jamás debe ser neutral en las guerras que realiza el
imperialismo para expandirse y repartirse el mundo. Tiene el deber de
ejercer solidaridad activa con las fuerzas que luchan contra el
capitalismo y por el socialismo.
3. El problema de la defensa de la patria.
El proletariado, por principio, no tiene patria sino el mundo. El
proletariado sabe que patria para la burguesía es la defensa de sus
intereses económicos y su derecho al pillaje. Toda lucha del
proletariado en lo nacional debe vincularse a la lucha internacional
por el socialismo.
Ningún
Estado, contrario a lo que dicen los críticos capitalistas, se arma por
razón de comunismo o por bravuconada de sus gobernantes. Tendrían, para
que les crean, que explicar primero ¿por qué cada día el armamento de
Estados Unidos es más sofisticado y de mayor poder de destrucción
masiva?
País
que se desarme termina siendo víctima derrotada de su propia ignorancia
y estupidez. País que no se arme, mientras exista el peligro de la
guerra, carece de voluntad para defender su derecho a la
autodeterminación.
Lo
que está planteado hoy día, para cualquier Estado o gobierno que se
proponga la creación de un mundo nuevo posible, es armar al
proletariado, en primer lugar, y, luego, a todos los sectores populares
resteados con la revolución o el proceso de transformación social. Si
eso no se hace, no habrá revolución segura, no habrá posibilidad alguna
de resistencia victoriosa contra una intervención imperialista.