Hay algo que la clase política venezolana conoce y trata de esconder con simples declaraciones y jugando a ser los sencillos, francos, bonachones y sobre todo preocupados por el bienestar de la gente. Clase política que aprendió a manipular desde el poder sin medida y jugando con los sentimientos, bienestar y la credibilidad de un pueblo que sigue creyendo en la "democracia" que le prometieron y que sólo ha servido para perseguir al contrario, al que les descubre la jugada, la perversidad y el afán de riqueza a consta del saqueo del erario público.
Creo, que nadie ignora en Venezuela que la dirigencia de los partidos y sus respectivos activistas, terminan siendo concejales, diputados, funcionarios de mediana y alta jerarquía de cualquier ministerio o institución de ese aparato burocrático que se llama gobierno, sea este municipal, regional o nacional.
Es la clase parasitaria, los vampiros del dinero, los que se benefician haciéndole creer a la gente que hacen, pero que no hacen nada, la que sale de "permiso" en campañas electorales, para seguir garantizando su condición de rémora, estos famélicos y alquimistas ven en la política el modo de vida para enriquecerse con el dinero que nos pertenece a todos en igualdad de condiciones. Son la expresión de las mafias organizadas cuya mejor representación son los partidos políticos –de izquierda y derecha- que en nombre de la democracia establecen su dictadura, que en nada se diferencian de las dictaduras militares en sus ejecutorias.
Estas mafias organizadas a través de los partidos políticos, incluyendo los grupos económicos y parafraseando al periodista Matt Taibbi es la ambición organizada de una forma de gobierno, que en nombre del ESTADO establece y posesiona un sistema o modo parasitario que desde el poder desarrolla antivalores justificando la ambición y la riqueza desde ese poder, donde no hay control de ninguna naturaleza y donde no existe justicia eficaz para que recaiga sobre los violadores todo el peso de la Ley.
En Venezuela no hay alcaldía, gobernación, ministerio o cualquier otro organismo que sea parte del llamado ESTADO, que no padezca de prácticas corruptas, lo que ha ocasionado una gran inestabilidad institucional y un gran daño a la economía del país, desfavoreciendo tal situación a los más humildes, tanto del campo como de la ciudad.
Ante estos escenarios, podemos señalar que no hay ni existe legitimidad política y por lo tanto una de las características más resaltante de los gobiernos de ayer y de hoy es la inmoralidad de quienes gobiernan y han gobernado.
De otro lado, podemos afirmar que desde la perspectiva social, la corrupción se ha posesionado como factor concluyente de los espacios sociales, pues para muchos la corrupción es cotidiana en cualquier gobierno sea socialista o capitalista.
En este contexto, surge un extendido panorama de incertidumbre que va corroyendo los lazos de seguridad interpersonales y los existentes entre la gente y las instituciones y poderes del Estado. Estas circunstancias carcomen la legitimidad del gobierno de turno, a la par que mancillan toda la cuestión política en sí.
A manera de conclusión, podemos decir que ni en el capitalismo, ni en el llamado socialismo hemos conocido gobiernos que sean realmente expresión de pueblo y donde la corrupción en ambos sistemas, se puede percibir como una ausencia de la justicia social y donde los grupos políticos a través de sus partidos buscan capturar el poder del llamado ESTADO, en ese juego perverso de querer controlarlo todo en detrimento de los verdaderos intereses de las mayorías populares.