I
Malas noticias
Cuando obtuve el resultado del antígeno prostático me empequeñecí. En tan 4 meses mi antígeno prostático se había elevado de 0.03 a 26.7. Se había encendido la alarma. Pero la cuestión no quedó allí. En tan sólo dos meses había pasado de 26. 7 a 47.5… Pero más pequeño me sentí más pequeñito cuando el resultado del gamama grama óseo registró metástasis en mi columna vertebral. Les juro que sentí que mi vida estaba tambaleándose. Pero el dolor que me atravesaban mis huesos no era el de la enfermedad, nada que ver. El dolor que me embargo de pie a cabeza era la posibilidad de que no pudiera terminar el libro dedicado a mi única nieta Arantza Valentina… Cuando entré al consultorio de mi oncóloga tratante, doctora Milagros Gutiérrez, parecía que el viento invisible me movía de un lado a otro. Me saludó y me invitó a sentarme. A mi lado estaba mi compañera de siempre, Celina Cisneros. Me sostuvo por un brazo mientras me sentaba. A la par la doctora Gutiérrez soltó: "Tranquilo, Teófilo… No es nada. No tienes por qué preocuparte, ganarás una batalla más en tu larga vida. Eres un guerrero, eres un luchador… Lo has sido y lo seguirás siendo por muchos años más…".
Respondí a la profesional con una leve sonrisa que salió a empujones de mi boca, sin que mi rostro lo registrara. Y mi imaginación lanzó un borbotón de interrogantes: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué el cáncer lo tiene cogido conmigo? Es un cáncer rebelde, como yo. Me había angustiado hacía cuatro años. Recibí radioterapia, unido a un tratamiento a base de Zoladex y Casodex. A los seis meses ya el antígeno estaba en niveles normales. Se consideró que estaba curado y que sólo quedaban las visitas médicas para control y mantenimiento. Hasta que ya no fue necesario… Y se espació el tiempo de control a cada mes, luego cada 2 meses y luego cada 4 meses. Pero, sucedió lo indeseable. El cáncer se alebrestó y reaccionó con más fuerza, con más furia, con malas intenciones. Eso fue lo que nos cayó como un balde de agua fría a mediados del mes de septiembre de este año en curso.
II
Una alma estafadora y malvada
"Este es el tratamiento" nos dijo la oncóloga. "El Zoladex y el Zoldria de 4mg. pueden conseguirlos en el Seguro Social, según tengo entendido. Este otro: la Bicalutamida (Casodex) no lo hay en el país. Es necesario que los tengan completos para iniciar el tratamiento". A partir de allí comenzó la odisea para obtener la Bicalutamida en tabletas de 50 miligramos. Habíamos comenzado a pescar aquí y allá donde picarán los peces. Alertamos a nuestros familiares y amigos en el exterior: España, México, Colombia, Brasil, Portugal y Estados Unidos. Pero la angustia era mucha. Así que utilicé el servicio para solicitud de medicamentos que tiene Venevisión. Fue rápido el llamado. Los teléfonos de la casa se volvieron locos de tanta repicadera. Llamadas y más llamadas. Ofreciendo cajas y cajas del medicamento a precios de bachaqueo. ¿Saben qué? Empezamos a sospechar de las truculentas llamadas. Ninguna seria. Hasta que llamó un "señor" disque desde San Cristóbal. Mi compañera de vida lo atendió, y se la metió en el bolsillo. "A ese señor sí se le sale la seriedad por la voz", eso me dijo. Y empezó la negociación por tres cajas del bendito medicamento que, según el mentado señor, lo había en una farmacia de Ureña a 4.100 bolívares cada caja. Fue así como mi señora le depósito el total del dinero en una cuenta del Banco Caribe. Además le ofreció café, azúcar, harina de maíz y aceite, entre otros productos a precios asequibles. Él tenía un método infalible para hacer llegar las cosas hasta nuestro hogar. No nos arriesgamos a más. Sólo las tres cajas de medicamentos. Para recortarles el cuento: nunca más respondió el teléfono. Nunca más supimos de él ni de las tres cajas. Nos había estafado, enmascarado en un lenguaje coloquial como habla la gente tachirense.
III
Mi actitud
Como dije más arriba, yo tenía una experiencia con el cáncer hacía unos 4 años. Pero ahora era distinto. Era más grave. Así que mi conducta también era diferente. Empecé a deprimirme y a sentir que algo malo podría sucederme. Comencé a dormir varias veces al día. Mis pensamientos no me motivaban, al contrario. Sentía dolores fuertes en mis huesos. Me debilité. Trastabillaba y algunas veces me caí de la cama, o cuando caminaba. Menos mal que eso sucedía en mi hogar. Además salía muy poco, por razones obvias. En las noches me dormía buscando sostener pensamientos sobre hechos bonitos para mí. Algunas veces me trasladaba al pueblo de San Cristóbal de las Casas, en México, donde había pasado unas vacaciones de ensueño. Otras veces me refugiaba en Villa Hermosa y en Mérida, dos ciudades mexicanas muy agradables. Añoraba a Cancún, sobre todo el parque Scaret, donde pasé momentos inolvidables. Me detenía en las calles polvorientas de Sabana Grande de Orituco, estado Guárico, donde nací un 22 de julio de 1937. Lo que indica que me faltan meses para arribar a los ansiados 80. Visitaba mentalmente a mi querida Universidad Central de Venezuela, y a mi amada Escuela de Comunicación Social. O bien me trasladaba a la calle Comercio de Ocumare de la Costa, donde estudié mi primaria incompleta, hasta me sumergía en amores pretéritos, como medio de escapar de la realidad.
IV
El calor humano
A medida de que iba sabiendo mi quebranto de salud, el calor humano comenzó a llegar de todas partes, dentro y fuera del país. El apoyo no solo era en la acción desplegada para conseguir el medicamento, sino que recibía besos, abrazos y oraciones. Mi familia, la familia de mi compañera de vida, mis amigos y amigas, así como mis compañeros de la Armada. Todos me dieron una voz de aliento y solidaridad. Tanto amor me confortaba y me hacía querer más a la gente. La solidaridad es uno de los valores humanos más importantes en esta vida. Es esencial. Es poderosa. La solidaridad está allí cuando tú la necesitas, y llega sin que la pidas. Llega sola, por espontaneidad. Llega sin pretensiones, sin imposiciones, sin exigencias y sin segundas intenciones. Se entrega sin esperar nada a cambio. Sólo es eso. Pura y plena solidaridad humana. Con ese torrente de calor humano, de bendiciones y buenos deseos, recuperé mi estado ánimo. Y seguí, además, algunas recomendaciones, tales creer en Dios, y comunicarme con Él a través de la palabra. Para tal propósito me valí de la relajación y la meditación. Una vez más comprobé la herramienta poderosa que es la meditación. Desde algún tiempo practico la "Meditación en la luz" de Sai Baba. Me ha servido mucho para el logro de la paz interna y para mi comunicación con Dios. He aprendido que hay que ayudar a los médicos, en su labor curativo. No hay que dejárselo todo a ellos. Tampoco a los medicamentos. Hay que ayudar con nuestra actitud positiva y con nuestras oraciones. En meditación es necesario hablarle al cuerpo, especial a aquellas zonas afectadas. Hablarles con firmeza, con convicción y hacer que se regenere las células buenas, donde existen las malas. Hay que hacerlo con amor, sin rabia, sin resentimiento, sin rencor. Sólo hacerlo como si estuviéramos en frente a Dios, el que nos dio la vida. El Poder de Dios está al alcance de todos. Sólo tenemos que buscarlo.
V
El sillón del nerviosismo
Llegó el día esperado. El 1° de diciembre del 2016, entramos al salón. Mi esposa y yo conocíamos el lugar. Ella había pasado por una experiencia similar, cuando le diagnosticaron cáncer en los ganglios. La asistí hasta el último día en el cual recibió quimio. Así que ambos estábamos familiarizados con el amplio salón, adornado con cómodos sillones que los pacientes ocupan para recibir el tratamiento. Entramos. Me senté en el sillón identificado con el número 7. Al instante se acercó una enfermera especialista que ya conocía. Me soltó: "Está nervioso señor Teófilo". Respondí que no. Y se dio a la tarea de buscarme la vena, por medio de la cual me pasaría el medicamento. Varios minutos estuvo tratando de conseguirme la vena, me inquirió de nuevo "Está nervioso". La respuesta fue la misma. Todo resulto en vano. Después de virios de pinchazos fallidos, recogió sus instrumentos, y se lamentó no haber podido cumplir su cometido. Llamó a un joven enfermero. Vino a mi lado. Y comenzó a estudiar las venas de mis brazos. Al poco tiempo dijo: "Aquí hay algo, Dios nos ayude". Y sucedió. Tomó, con mucha delicadeza y destreza la diminuta vena. El suero comenzó a internarse en mi cuerpo, y minutos después lo hacía el medicamento. Misión cumplida.
VI
La reacción
Dos días después de la iniciación del tratamiento todo iba pepito. Mi estado de ánimo se elevó a lo máximo. Me dispuse a leer y a escribir. Sin embargo, el tercer día empecé a sentir fuertes dolores en mi cuerpo (los huesos). Se me presentó un sangrado por la nariz y la boca. Fue leve, pero nos alarmó un poco. El siguiente día, es decir, el 3 de diciembre, en horas de la noche el dolor en el cuerpo era intenso. Mi esposa me suministró dos analgésicos. Me acosté. En horas de la madrugada sentí que de la nariz me salía un líquido caliente. Me incorporé y el sangrado era abundante. Lo paramos con compresas frías sobre la frente y la nariz, colocándome boca arriba. La sangre cesó al poco tiempo. Amanecí muy adolorido y débil. Pero en el transcurso del día me recuperé bastante. Debo hacerme un examen de sangre para ver cómo están las plaquetas, y demás componentes de la sangre. En todo caso, el proceso sigue. Cada día tomo una tableta de Bicalutamida (Casodex). El 27 de diciembre me haré el control del antígeno prostático, para determinar si ha bajado… Así seguiremos por un tiempo largo. Mientras tanto mi vida seguirá creciendo y transitando caminos. Por cierto, leí un libro de la actriz venezolana Daniela Bascopé, titulado "Vencer y vivir". En ese libro ella plasma toda la experiencia que acumuló a partir del alarmante diagnóstico de cáncer en los ganglios, cuando apenas contaba 24 años. Daniela dice en la introducción de libro: "…Lloraba a diario sin motivo aparente y rondaban cerca de mí ideas de "autodestrucción". Luego vino la ayuda de mi familia y con ellos los antidepresivos…. Me encontré por primera vez con la vida y comencé a sonreír a diario sin motivo aparente…. Entendí qué debía hacer, le di a mis ideas un propósito y una razón de ser a mi creatividad…".
Confieso que me hubiese gustado llorar como lloró la actriz. Pero aún persiste en mí aquella vieja mala enseñanza de que "los hombres no lloran". Sin embargo, no oculté mi tristeza, y sólo salí de ella con el apoyo de mis familiares, amigos y amigas, y con el contacto directo con Dios. Ahora mismo cuando estoy escribiendo este artículo me siento embalado. Tal vez la palabra exacta pudiera ser eufórico. A pesar de que estoy a solo meses de arribar a 80 años, tengo muchas cosas que hacer por delante. Debo terminar (falta poco) el libro dedicado a mi nieta Arantza Valentina. Igualmente, en el mismo libro le dejaré mi legado como hombre rebelde de toda mi vida, participante en el movimiento cívico-militar denominado "El Porteñazo". Debo leer nuevos libros y releer los de cabecera. Veo a mi país inmerso en una tremenda crisis política, económica y social, pero con la esperanza firme de que se enrumbe, lo más pronto posible, hacia una verdadera revolución acabada y sólida, tal como la he soñado desde muchacho. Deseo tener más tiempo para desparramar amor a las personas, a los árboles, a las flores, a los ríos, mares y montañas. Deseo, antes de morir, sentir la vida vibrar dentro de mí, y que mi espíritu se extasié con las notas vibrantes, y ensoñadoras voces de los ángeles entonando la Canción de la Alegría, que fue interpretada por el cantor español Miguel Ríos, y la cual fue adaptada para el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven… ¡VENCERÉ UNA VEZ MÁS!