Hace
muchos siglos los cuerdos se hicieron de todos los poderes para
gobernar el mundo, supuestamente, de la manera más culta, más
inteligente y más justa posible. Nacieron las ideologías para proclamar
que toda obra de un cuerdo culto e inteligente resultaba divina, porque
eso era un reflejo de un dictamen venido del cielo y no de las
realidades propias en la tierra. Se hicieron dogmas y se fabricaron
mitos que aún perduran como una sombra intensamente oscura en la
conciencia de la gente creyente en que todo se decide arriba y no
abajo, porque acá no importa el sufrimiento del cuerpo con tal de que
el alma sea feliz en el más allá.
El único termómetro que medía con exactitud el
privilegio de ser culto, inteligente y ‘justo’, era la propiedad
privada sobre los medios de producción. Mientras más se tuvieran de
éstos, más cultos, más inteligentes y más ‘justos’ resultaban sus pocos
dueños. Pasaron a tener la potestad de decidir el destino del mundo
entero con el beneplácito del Dios creado a la imagen y semejanza del
poder mágico de los metales que desplazaron al trueque. Desde entonces,
sin negar los grandes avances y desarrollos de la historia humana, el
mundo comenzó su prolongado peregrinar andando de patas arriba como
mundo gobernado por los cuerdos.
Con
la propiedad privada nació la guerra que no sólo mató la paz social
inicial de los hombres que antes vivían en el pleno beneficio
comunitario sin Estado y sin Constitución, sino también incrementó la explotada y oprimida
figura del esclavo. Esto no es un invento oportunista de una conciencia utópica, sino una verdad histórica inobjetable.
En
todas las fases de la historia humana han existido niños y niñas. Todos
los gobernantes cuerdos (independiente de su ideología, de su clase o
de su raza), han sostenido que son la esperanza del futuro, sin que
para nada importe que miles de millones de infantes e infantas sean
víctimas de .las atrocidades de unos cuantos inescrupulosos
mandatarios.
Anatole France, Premio Nóbel de Literatura de 1921, dijo
que “Los
niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando
en su madurez conservan esa facultad maravillosa se dice de ellos que
son locos o poetas”. Siglo
tras siglo, desde tiempo inmemorial cuando surgió el dominio de la
propiedad privada sobre los medios de producción, la mayoría de los
niños y las niñas que llegaron a ser adultos y adultas lo hicieron en
condición de ‘locos’ y ‘locas’, sencillamente porque conservaron en su
imaginación madura la justicia que nunca dejaron de desear y jamás la
tuvieron. Desde entonces al ‘mundo cuerdo’ le salió su corolario sin el cual no podía ni vivir ni sostenerse: el ‘mundo loco’, ese que está conformado por los explotados y los oprimidos, los que desean la justicia y no la tienen.
El “mundo cuerdo”, para gobernar al “mundo loco”, ha
llegado a formas extremas del despotismo y la atrocidad. ¡De pronto! es
democracia burguesa simplemente, en otras es bonapartismo mediático, y
en algunos casos se la juega vistiéndose de fascismo o de sionismo para
expresar el mayor descaro de su monstruosidad de violencia social.
Un
gobernante desquiciado y alterado todo su desorden cerebral es, sin
duda, un peligro para su nación pero peor aún para el mundo. Del
peligro a la hecatombe sólo media la incertidumbre del minuto en que
puede sonar el pitazo de guerra de un ‘cuerdo’ en su manía de creerse
con el poder de conversar con Dios y responder a sus dictados. Ese es
el mundo de hoy. Bush responde por reacción y no por reflexión, como
todos los que defienden su riqueza económica y su privilegio individual
por encima de todo cuanto pueda redundar en beneficio de la humanidad.
Bush,
cuando él no ordena la guerra, hace que otro la realice para defenderla
con los argumentos más inverosímiles que se imagine la conciencia
humana. Demasiado poder se ha arrogado el pequeño “mundo cuerdo” sobre el grande “mundo loco”. Rebosado
el mar de los espacios despojados o depredados se calientan, se
encrespan sus aguas y es, el instante, en que se desbordan anunciando
su clamor y ejecutando todo lo que sea capaz de hacer para conquistar
su libertad.
En el mayor nivel de ‘locura’,
ese en que los pueblos someten todo al cuestionamiento más riguroso de
la conciencia colectiva, es cuando asume la mayor claridad de cordura
que los lleva a realizar los menos imaginados y más atrevidos
sacrificios por lograr transformar sus realidades. El choque gravísimo
de las fuerzas productivas con las relaciones de producción y las
fronteras del capitalismo salvaje y atroz ha comenzado a romperse en
todas las probabilidades de soluciones reformistas para asumir la
radicalidad del parto que más adelante se armonicen en el concepto más
íntegro de humanidad: ese que mezcla las identidades en el mismo sueño
común, el de la emancipación total del género orgánico de la naturaleza.
Hay
regiones del mundo excepcionales por la inusitada y abultada riqueza de
sus territorios y la pobreza económica de sus pueblos que sufren de
múltiples atrocidades establecidas por sus pocos depredadores. En esa
condición está el Medio Oriente. La cordura de sus pocos explotadores y
represores ha hecho crecer la locura de los muchos que son las víctimas
de las atrocidades de los primeros.