Saltar talanquera de izquierda a derecha supera el salto contrario

En el cuadro de las desigualdades económicas propia de la sociedad capitalista, la gente de izquierda agrupa la mayoría numérica de toda la población. La izquierda contiene el lumpen o marginados[1], por cierto, en cantidad tendenciosamente creciente; contiene el desocupado y la desocupada, el trabajador tercerizado y sus antigéneres, el subempleado y subempleadas, sectores todos demográficos numéricamente superiores al paquete de trabajadores y no trabajadores de la derecha burguesa.

El imaginario pleno empleo[2] jamás ha pasado de ser una hipótesis imposible de demostración concreta en las sociedades capitalistas, máxime en sus modernos tiempos de industrialización creciente. De ésta se sabe, y es una tesis defendida por el apologismo burgués-la Ingeniería de las sociedades burguesas-, que en la producción industrializada se da prioridad al empleo de medios de producción con supresión creciente de mano de obra, al punto de que hasta la fuerza de trabajo es asimilada a medios de producción[3].

 

De manera que la probabilidad de que un izquierdista salte de su clase proletaria a la derecha, como trabajador de mejores ingresos o como explotador de otros proletarios, es muy alta en sí misma, y, además, la derecha es la que contiene a la gente rica por excelencia y a los aristócratas del proletariado. Es en la derecha donde hay dinero que tomar o ganar, sin importar mucho su decente o indecente procedencia.

Como sabemos, en estas sociedades las madres mandan sus niños y niñas a la escuela, al liceo y/o a la universidad para que, supuestamente, "salgan de abajo", para que se "superen", para "sobresalir" respecto de las demás personas, de sus vecinos y vecinas, de sus amigos y amigas, de sus compañeritas (os) de infancia[4], en fin, para aristocratizarse y obviamente convertirse en uno o una más de la burguesía, aunque conservando ineludiblemente su innombrable condición de proletario y proletaria, palabras tenidas poco menos que como obscenidades impropias de personas "decentes". En consecuencia, el salto de la derecha hacia la izquierda resulta inverosímil, y hasta habría que sospechar de supuestos ricos sumados a la causa proletaria.

 


 

[1] Hay ladrones que no podrían contenerse dentro del lumpen porque los corruptos y ladrones de cuello blanco son marginados, pero no necesariamente pobres.

 

 

[2] Con esa frase se alude a la contratación laboral de todas las personas aptas para el ejercicio de cualesquiera trabajos útiles; a estas se les conoce como gente económicamente activa potencialmente capaces de aportar plusvalía directa en los centros fabriles y artesanales.

 

 

[3] En las sociedades capitalistas, es un error frecuente afirmar que se considera a los medios de producción-capital constante-como factores productivos creadores de valor- en común con la mano de obra-capital variable-. Es todo lo contrario: la propia mano de obra o fuerza de trabajo es asimilada a un medio de producción, en un plano de casi perfecta igualdad con el resto de los medios de producción. Sencillamente, la apología burguesa niega el carácter creativo original de la mano de obra, al punto de que cuando calcula la ganancia, a esta la relaciona con todo el capital, indistintamente que este sea una máquina o una persona contratada como asalariado. Toda la tacañería o el economicismo que mantiene el capitalista en la compra y uso desmedido de los medios de producción y en su aprovechamiento máximo con cargo a su deterioro precoz, suele ser aplicado a la mano de obra que, sólo por la vía de la fuerza, sangre y lágrimas, los trabajadores asalariados han logrado unas pocas o mejorcitas condiciones laborales y pagas ligeramente superiores a las iniciales cestas básicas de "pan y cebollas" de los decimonónicos tiempos en la petulante Inglaterra.

 

 

[4] Rememoramos aquí a la inmensa Antonia Palacios (Ana Isabel, Una Niña decente). Monte Ávila, Editores.

 

 



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Manuel C. Martínez


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