Gran parte de la estrategia desestabilizadora fraguada por la oposición y, así no se crea, por el imperialismo gringo, para acabar con el chavismo, saltándose todo tipo de normativa constitucional, legal, ética, moral y democrática existente, tiene como objetivo elemental -aparte del ya antes mencionado objetivo- que exista y se expanda una espiral degenerativa de la situación crítica que vendría atravesando Venezuela en los últimos años bajo la presidencia de Nicolás Maduro.
Lo ocurrido con el desabastecimiento y encarecimiento inducido de una gran diversidad de productos, la falta de dinero en efectivo y el sabotaje de la plataforma de Internet de la banca pública, además del servicio de telecajeros, ocurridos en los meses finales de 2016, confirman las acciones de sectores interesados en que todo esto se agudice más cada día, endosándole la culpa de ello al gobierno de Nicolás Maduro, conscientes del grave daño que todo esto ocasiona a la generalidad de la población venezolana, cuya mayoría ha servido de soporte activo al chavismo durante dieciséis años consecutivos. Otros, siendo empresarios, simplemente buscan aprovecharse de la ocasión y así obtener ganancias. A éstos se unen quienes se la dan de "vivos", explotando la necesidad padecida por sus mismos semejantes; confiados unos y otros en que ninguna ley les afectará o sancionará debido a la corrupción de las autoridades (civiles, militares y policiales) encargadas de hacer valer su estricto cumplimiento.
Al igual que años antes con el Presidente Hugo Chávez, la oposición ejecuta un golpe de Estado continuado (lo que otros identifican como guerra asimétrica o de cuarta generación y, también, golpe blando), dirigido principalmente a afectar a los sectores populares, de modo que estos se alcen en contra del chavismo gobernante y favorezcan un cambio de régimen. Sin embargo, con lo que no ha contado la dirigencia opositora es con la pertinaz resistencia popular para aceptar sus pretensiones, en vista que, a pesar de su discurso demagógico y de la notoria inconsistencia revolucionaria de muchos representantes del chavismo gobernante, la mayoría de los venezolanos no cree en sus ofertas engañosas.
Esta situación debiera motivar acciones puntuales entre quienes figuran como dirigentes del chavismo (al margen, incluso, de sus verdaderas convicciones ideológicas) antes que mantenerse en diatribas mediáticas que sólo sirven para promoverse a sí mismos y causar divisiones en las bases populares. Obviarla sería brindarle a la oposición en bandeja de plata la oportunidad de lograr mayores espacios, así como contribuir -de uno u otro modo- al incremento del descontento que podría anidar la población respecto a todo lo que viene ocurriendo. Pero, sobre todo, debiera conducir a propuestas y esfuerzos organizativos entre los revolucionarios que se concreten en la activación de un poder popular realmente revolucionario, socialista e independiente.
Cuando se proclama la urgente necesidad de una revolución popular se debe comprender que ésta no surge por simple capricho de uno o más individuos resentidos (o predestinados). Ella es fruto directo de las múltiples contradicciones e injusticias que caracterizan al sistema-mundo imperante, el cual, a pesar de las elecciones que se celebren y la adopción cada cierto tiempo de medidas coyunturales con que se busca aliviar las presiones reivindicativas de los sectores populares, no termina por satisfacer realmente las aspiraciones de todos, en un mismo nivel y al mismo tiempo. Por ello es importante determinar cuáles son los detonantes de una revolución y, en consecuencia, una vez iniciada, trabajar colectiva, creativa y denodadamente por lograr la transformación estructural que requiere, insoslayablemente, el modelo civilizatorio vigente, en beneficio de todos y no en beneficio exclusivo de una minoría privilegiada.-