¡Hambre, Presidente, hambre!

No soy un tirapiedras. No soy uno de esos que se dicen revolucionarios, respirando para dentro con dificultad. No pretendo buscar legiones de visitas en Aporrea. Simplemente, Presidente Nicolás Maduro, le aseguro, sin temor a estar exagerando que el pueblo venezolano está pasando hambre. Sé que no estoy descubriendo el agua tibia. Sé que recibiré trancazos de un lado, pero, perdón, señor Presidente no puedo irme a quejar ante Henry Ramos Allup y menos ante Julio Borges. Tengo que hacerlo ante usted. ¿Por qué? Porque yo voté por su persona. Porque usted es el depositario del legado del Comandante Supremo de la Revolución. Y, además, usted es el responsable ante todos los venezolanos y venezolanas, dentro y fuera del país, de asegurarnos un mejor vivir. Es llover sobre lo mojado decir que la culpa de esta crisis no es suya, sino de la derecha. Pero, una cosa es cierta, la soga se tiempla y se tiempla, hasta que se reviente.

Pare la oreja y pele los ojos señor Presidente: ¿Aunque usted no lo crea? Hoy día se observa más gente flaca, o delgada, si usted lo prefiere, que nunca. No por prescripción médica, o por seguir las reglas de las mises y "misos". Sino porque no pueden sentarse tres veces en la mesa. Y si se sientan, es para comer como un pajarito. ¿Por qué? Veamos: Cualquiera toma el salario mínimo y se va a una panadería… ¡Sorpresa! Sale con una bolsita con cuatro cositas dentro que, apenas para que tres o cuatro personas puedan mitigar el hambre. Y zas, el salario mínimo fue a parar a manos de los dueños de esos establecimientos. Pero supongamos que en el hogar se devengan dos salarios mínimos. Es decir, 80 mil bolívares, y vuelve a la misma panadería, o a otra, es igual, y pide lo que le faltaba en la primera visita. Y zas, como por arte de magia, desaparecen los 80 mil, quedándole muchas cosas por comprar. Pero seamos más elásticos. En el hogar se obtienen cuatro salarios mínimos. Estamos hablando de 160 mil bolívares. Y el jefe o la jefa dice: "Vamos al supermercado. Allí hay aceite, azúcar, leche, papel higiénico, caraotas negras y arroz. Y de paso entramos a la carnicería…". Otra sorpresa, señor Presidente: los 160 bolívares se convirtieron en agua, y estas personas regresan al hogar, con lágrimas en los ojos, pues, tan sólo de pensar que no han pagado el condominio, ni la electricidad, ni el colegio de un hijo o una hija. Pero lo más grave: no les quedo los 10 mil bolívares en efectivo para la consulta médica… ¡Que tragedia, Dios mío!

Esto puede parecerle novelesco a cualquiera. Pero es una realidad. Es la realidad que estamos viviendo, sin quitarle ni ponerle. Veamos este ejemplo: Somos unos 30 millones de habitantes de este hermoso país. Un 10 por ciento podría estar haciendo los "tres golpes". Un 30 por ciento, los hace, pero fallos. Y un 60 por ciento está enflaqueciendo aceleradamente. ¿Eso es justo? Mientras que una gama de comerciantes y empresarios están haciendo más dinero que nunca. Mientras tanto, el gobierno aumenta y aumenta el salario mínimo. ¿Se justifica esa aumentadera, bajo esa política hambreadora de un grupo de venezolanos y venezolanas que sin escrúpulo alguno le sacan el dinero de los bolsillos al más pendejo, a cambio de una migaja. Se justifica con una inflación desbocada? ¿Eso es justicia? Tal vez sea otra cosa, pero justicia no es. ¿A quién me quejó, entonces? No puedo quejarme ante yo mismo. Ni ante Ramos Allup. Menos ante Julio Borges. Entonces sólo me queda quejarme ante mi Presidente. Ese que, con mi voto, ayudé a elegir. Terminó este llantén: aumente el salario mínimo, señor Presidente, esa es una política justa, pero frene la avaricia del especulador. Yo no sé cómo debe hacerlo. Es su problema, como gobernante, pera eso tiene asesores y colaboradores de todo tipo. Pero una cosa sí le digo, no permita que la soga se reviente… ¡Se cansa uno!



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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