La estrategia final de Fidel Castro

Reconociéndose, a fin de cuentas, mortal, Fidel Castro cavilaba sobre su hora final, precisamente ahora que está por cumplir 80 años y el cuerpo y la voz delatan un tenue cansancio.

De tanto hacerse omnipresente en la vida de los cubanos (para ser exactos, desde 1959), el asunto de la transición de seguro era un buen tormento para Fidel, sesudo analista de lo que ha venido ocurriendo con las masas del continente y el mundo desde hace por lo menos 60 años. Muerto Fidel sin haber abonado la transición, ¿cómo reaccionaría el pueblo cubano a la absoluta ausencia de otro liderazgo precisamente por la abrumadora personalidad de Castro? ¿Esta incertidumbre no comporta un riesgo excesivo? ¿Por qué esperar estrictamente a la muerte de Castro para saber cómo reaccionaría el pueblo cubano, si aceptaría a Raúl Castro? Las transiciones, para ser efectivas, mejor probarlas, someterlas a un control de calidad.

El tema de la sucesión en Cuba viene siendo punto de análisis en América Latina al menos en las últimas décadas, pero los decibeles sobre el tema se reventaron en el mes de julio. Pero otra terquedad del líder lo hizo aparecer en la ciudad argentina de Córdoba con una vitalidad y entendimiento que llevaron a muchos a cancelar el tema de la muerte de Castro.

Castro, con habilidades políticas excepcionales, ha de haberse estado preguntando cómo garantizar la continuidad de la Revolución Cubana sin su nombre en el firmamento. En otros tiempos menos dados a las posibilidades de revueltas (en tanto que no había bloqueos ni ojeriza declarada de los Estados Unidos), la muerte de Gómez en Venezuela intentó ser dosificada, como la de Franco en España. No parece ser este el caso. La inteligencia de Castro debe alcanzarle para querer saber cómo se siente la Isla sin él al mando. No podría saberlo jamás si en serio se muere y hubiera que aplicar los planes de contingencia y dejar a la buena de Dios los resultados. Demasiada improvisación para quien resistió 50 años gracias a la planificación.

Bueno, la incertidumbre sobre la sucesión era tal, que hace una semana abordábamos con un amigo chileno sobre las barajitas posibles. Sostuve que casi 50 años de presencia podían ser perjudiciales para la transición, e incluso llegué a sostener muy convencido que el mismísimo Chávez sería un estupendo candidato para quedarse al frente de la transición a control de remoto. Rápidamente el chileno me puso la chapa de chovinista y dijo que el Estado cubano estaba muy bien preparado para afrontar el vacío de figura. Ahora que lo vuelvo a reflexionar, puedo coincidir en que el Estado cubano está tan magníficamente preparado para la hora final, que tal vez la transición se haya acelerado sin que Fidel haya muerto. Cinco o diez años más que viva (a menos que los científicos cubanos tengan un as encubierto), harán una transición perfecta, de hecho una verdadera transición. Pero toda acción política requiere de pretextos. Y unos intestinos sangrantes son un comodín estelar. Jamás un accidente cerebro vascular, que supone pérdida de facultades intelectuales.


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Douglas Bolívar


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