Cuando ya transcurrió más de una década de asumir por primera vez Hugo Chávez la presidencia de Venezuela e iniciar lo que comenzó a gestarse como la Revolución Bolivariana, un grupo importante de revolucionarios se ha estado planteando una revisión objetiva de lo que ella representaría en la actualidad, considerando especialmente el escenario político y económico fraguado bajo el gobierno de Nicolás Maduro; dando pie a una cantidad de diversidad de análisis que oscilan entre el enfrentamiento abierto y el apoyo crítico a la gestión de Maduro, confundiendo a propios y extraños.
En el caso de las críticas a quienes integran el gobierno y la dirigencia chavista, sus autores terminan -generalmente- por ser sellados como opositores, escuálidos o contrarrevolucionarios (como sucede con aquellos que publican sus artículos en Aporrea), sin indagar sobre si sus argumentos tienen o no alguna validez y, menos, que estos -chavistas y revolucionarios, en su mayoría- buscan advertir y hacerle unas cuantas recomendaciones a los gobernantes y dirigentes del chavismo sobre las transformaciones que debieran propiciar, de modo que la transición al socialismo sea una realidad menos retórica y pueda derrotarse contundentemente cualquier plan desestabilizador de la oposición de derecha y del imperialismo gringo. Advertencias y recomendaciones, por demás, que son olímpicamente ignoradas y, en algunos casos, ásperamente atacadas, sin dársele espacio a un debate serio; lo que se dificulta aún más ante la falta de medios de comunicación pluralistas, cuya apertura a otras tendencias del pensamiento facilitaría trascender el limitado marco de referencia actual del escenario político venezolano entre chavistas y opositores.
Tal situación, sin embargo, no ha sido impedimento para que grupos e individualidades preocupados por el destino del proceso revolucionario se hallen elaborando propuestas, en función de lograr un mayor grado de conciencia y de organización de los sectores populares, enfrentando todo tipo de resistencias, incluso de aquellos a quienes dirigen su foco de atención: resistencia que, en el caso de gobernantes y dirigentes, tiene su explicación por su celo de no perder el poder ejercido y, en cuanto a las bases populares, producto de la ideología que en ellas todavía subsiste, inculcada durante tanto tiempo por las clases dominantes. Esto último conforma un desafío de largo aliento y apunta a un proceso de descolonización del pensamiento que tenga como efecto trascendental una revolución cultural de un amplio alcance. En dicho caso, es imperativo lograr que los sectores populares dejen de actuar como agentes inconscientes de la reproducción del sistema de valores de su propia dominación, discriminación y explotación; condicionándolos a vivir en un estado de resignación permanente, en medio de unas relaciones de poder nada revolucionarias ni socialistas. De lograrse esto último, podría emprenderse la reelaboración de las experiencias compartidas y protagonizadas desde abajo por los sectores populares, de un modo que haga definitiva la transición hacia un modelo de sociedad completamente diferente al existente.-