Pensándolo
bien, para responderla, hay que utilizar un poco de imaginación sin
descargarse de toda esa realidad que ha caracterizado a la Cuba, donde
Fidel ha jugado el papel de la personalidad de la historia.
Me imagino el solo anuncio del fallecimiento de Fidel. Ya eso, aunque todo lo que nace sea digno de morir como lo dijo Goethe, producirá una explosión sentimental y de dolor
no sólo en la casi absoluta mayoría del pueblo cubano, sino en miles de
millones de hombres y mujeres en el mundo entero que lo admiramos y lo
reconocemos como el más grande estadista político que haya parido el
continente americano durante todo el siglo XX.
Ese
día, llorarán los niños y las niñas de Cuba y quién sabe cuántos niños
y niñas del mundo entero, mirarán su retrato y lo besarán, se lo
grabarán en la memoria de cada uno y cada una para recordarlo durante
toda su vida. Ese día, como muy pocos en la historia humana, los niños
y niñas de Cuba y millones de otras latitudes crearán su mar de
lágrimas de inocentes pero sinceras y límpidas de toda contaminación
social. Ese día, miles de miles de niños y niñas del mundo se dirán
para sí mismos: “Queremos ser como Fidel”.
Ese día será el día en que Fidel será más dibujado por las manos de
millones de niños y niñas de la Tierra. Será el día de más rayas o
líneas trazadas sobre papel por la imaginación infantil que conozca la
historia humana de América de comienzo de siglo XXI.
Ese
día, millones de hombres y mujeres de Cuba y del mundo, aunque juren no
soltar ni una sola lágrima desde sus ojos, sentirán correr por sus
mejillas el llanto de cada corazón, porque a éste no existe ninguna
voluntad que pueda engañarlo y dominarlo. Ese día miles de millones de
hombres y mujeres de nuestro planeta, en pocas horas, recordarán las
grandes hazañas de Fidel desde el asalto al Cuartel Moncada hasta su
última aparición en público y la valentía con que asumió su enfermedad
que lo llevó a la muerte, porque ésta ya no se producirá por efecto de
atentado. Ese día, miles de millones de hombres y mujeres en la Tierra
gritarán a todo gañote: “¡Viva Fidel!”, “¡Viva Cuba!”, “¡Comandante en jefe: hasta la victoria siempre!”.
Ese día, miles de millones de personas saldrán a las calles, ocuparán
plazas públicas, plenarán cafeterías y hasta cervecerías, parques y
salones de coloquios para entonar himnos revolucionarios, canciones que
invoquen el nombre de Fidel, declamar poesías, y testimoniar la gran
admiración que sienten por él, su obra y su pensamiento. Ese será el
día en que más se pronunciará el nombre de Fidel, porque hasta sus
enemigos van a tener que hacerlo aunque sea para negar, por mezquindad,
su mérito revolucionario y su grandeza histórica.
Ese
día, cuando su cadáver esté en algún salón velatorio, comenzará el
desfile de millones de cubanos y de foráneos que querrán mirarlo por
última vez, y dar una prueba convincente de su dolor por la partida del
gran maestro revolucionario, pero también del orgullo por haber sido
América el continente privilegiado con su existencia. Ojalá a nadie se
le ocurra embalsamarlo, como a Lenin, para exhibirlo por los tiempos
como muerto. Esto es lo que menos avalaría Fidel como tampoco Lenin.
Ese día empieza un luto
especial que no es un dolor abstracto, porque el muerto es una figura
de talle universal. Sencillamente es un luto embriago de espíritu
revolucionario, de emoción revolucionaria. Por eso es un luto
comunista, cristiano de teoría de liberación, de religión protestataria
contra el capitalismo y toda forma de opresión y explotación sociales,
y ¿por qué no? de anarquistas y utópicos que también saben admirar la
grandeza de otros que no piensan y actúan como ellos.
Pero ese día también será de alegría, no esa alegría abstracta de los
enemigos de la revolución que disfrutarán la muerte de Fidel, sino esa
que nace de los sentimientos más profundos de saber que el muerto deja
viva la chispa redentora de su ideal en la conciencia de miles de
millones de personas que lo admiran; esa que se expresa, a pesar de y
contra el abatimiento y el dolor, porque es consciente de toda la
grandeza de la obra y del pensamiento que lega al mundo el muerto, y
nada tiene que ver con el regocijo rústico de los egoístas y los que
desprecian al mandatario que gobierna para su pueblo.
Ese día, sin duda, también en el mundo se sentirá la soledad,
pero no la abstracta que padece un perdido en la selva o en el mar,
sino la que se grabará en cada memoria de miles de millones de personas
en el mundo, porque ya no volverán a ver jamás en el tiempo a Fidel en
vivo. Es la soledad sinónimo del vacío que deja una grandiosa
personalidad de la historia cuando se muere, porque nunca será
sustituible por otra igual.