En general, la gente suele considerarse solidaria, pero sólo con aquellos que pueden devolverle el favor recibido. «Cristianos» (lo mismo que otros religiosos) que dicen amar a su dios, a quien no ven, pero matan, odian, insultan o menosprecian a sus semejantes, a los cuales sí pueden ver cada día, dotado de un rostro diferente. Sacerdotes y pastores que olvidan adrede la crítica de Jesucristo a escribas y fariseos, arrodillados devotamente ante el becerro de oro que les induce a olvidar su principal función religiosa.
Gobernantes que afirman ejercer sus cargos en favor de la soberanía y los intereses de los sectores populares, pero sucumben sin ninguna resistencia ante las tentaciones y exigencias de las élites. «Demócratas» que se esfuerzan en planificar y en lograr, por cualquier vía extralegal, incluso mediante el uso de la violencia, la caída de un gobierno legalmente constituido. «Patriotas» que reconocen tácitamente la tutela extranjera del país que proclaman defender, olvidando, por conveniencias personales, lo que representa y significa la soberanía nacional.
«Socialistas» (por no decir «revolucionarios») que predican un comportamiento fanáticamente anticapitalista, pero exhiben sin pudor alguno los mismos símbolos, aficiones y afán de lucro de la burguesía que suelen condenar en sus discursos. Militares y policías que se presentan a sí mismos como lo más inmaculado de la sociedad, pero no tienen ningún empacho en utilizar el rango de autoridad que se les delega para delinquir impunemente en todas las modalidades posibles. Jueces y fiscales que continúan aplicando una justicia clasista, movida por intereses políticos y sociales antes que por el saludable deseo de corregir y sancionar los delitos cometidos.
«Maestros» que limitan la inteligencia de sus estudiantes, armados de catecismos con que les obligan a obedecer y a actuar mecánicamente, sin que se les reconozca su derecho a cuestionar todo aquello que se le «enseña». Médicos que ven en sus pacientes algo ajeno a su sensibilidad humana, por lo que no dudan en aprovechar la ocasión que se les presenta de obtener mejores dividendos, sin importar que puedan contribuir a la recuperación de su salud. Periodistas, opinadores de oficio y empresarios de la información, cuya distorsión de la verdad los equipara con criminales de guerra, promoviendo odios irracionales con el fin de lograr beneficios personales.
Empresarios y «sindicalistas» que ondean sus banderas de triunfo a costa de la plusvalía generada por una masa uniforme de trabajadores, condenados a vender su fuerza de trabajo a cambio de salarios con los cuales reproducen la miseria en que «viven». Mujeres y hombres «feministas» que en sus hogares dan vida -a veces, de modo inconsciente- a los mismos patrones patriarcales que combaten. Padres y madres que manifiestan amar a sus hijos, pero que los arrojan irresponsablemente a la vida, sin dotarlos de los suficientes valores éticos y morales con que puedan enfrentar exitosamente las vicisitudes que les surjan diario. Hijos que lloran a sus padres y madres desaparecidos, pero que, vivos, jamás o escasamente supieron honrar dignamente.
Son palabras y actitudes que no cuadran. Ellas reflejan, sin mucho análisis científico, la crisis invisible (o invisibilizada) que recorre todo el espectro de la civilización en que nos desenvolvemos; así como también la necesidad -compartida o no- de cuestionarla y de transformarla radicalmente. Por el bien de todos, así suene para algunos ilusorio, desfasado o utópico.-