"Marcial tuvo la sensación extraña de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro, luego las tres y media. Era como la percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa en enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por el cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre las vigas del techo".
El texto no es más o quizás es mucho, que una nota extraída del cuento "Vuelta a la semilla" de Alejo Carpentier, donde el narrador cuenta la vida en retroceso. Dicho cuento aparece inserto en el libro "Cuentos de Carpentier", de la editorial Cometa de Papel.
Y he tomado ese texto, porque al analizar nuestra vida, de muchos tipos como quien esto escribe, para no cometer lo que pudiera ser un tremendismo al decir que parece la historia de Venezuela toda. Uno tiene la sensación que fuésemos en retroceso, que no es exactamente lo mismo que dar marcha atrás. Quienes esto último pudieran hacer, obedecen a una decisión y un acto deliberado. Se detienen, miran hacia adelante, comprueban lo que vienen percibiendo y deciden dar la vuelta y poner marcha en sentido contrario o moverse a espacios de un lado u otro para eludir el choque. Eso pasa, en veces, cuando el enemigo es poderoso y no es prudente enfrentarlo en ese instante. Hay que maniobrar y buscar espacios adecuados para dar el combate. Tienen plena conciencia de sus actos. Lo pensaron y ejecutaron deliberadamente. Saben bien hacia dónde van y si algún cargo de conciencia cargan, lo meten en el morral a la espalda y allí lo esconden para que no moleste y estorbe el ritmo de la marcha, el planificar los pasos nuevos hacia adelante.
Ir en retroceso, cual carro que se le dañó la caja, invirtieron los cambios y al poner la palanca en D, arranca en retroceso y el viajante ve como Marcial, las cosas del pasado que se le vienen encima y hasta pasan por su lado y se van para allá, del lado de adelante.
Fuimos de los tantos que cuando pasó aquél vendaval, huracán, que suelen llamar Caracazo, le dejamos pasar o, quizás hasta nos pasó por encima, o de quienes llegamos tarde, como tantas veces, cuando pasó el autobús. También de quienes optamos por apoyar a Chávez a formar el MVR y su posterior candidatura; y en eso también llegamos con retardo. Combatimos con entusiasmo durante el proceso constituyente y por la definitiva aprobación en aquel memorable referendo de la nueva Carta Magna, que entre tantas cosas define la nuestra como una sociedad participativa y protagónica. Compartimos con Chávez ideas como la del partido socialista y por el socialismo, la unidad continental y tantas cosas que abrían como un camino largo y ancho para caminar hacia adelante, sin negar o desdeñar la necesidad de las pausas. Esa era la idea, avanzar con la cara al frente, en la dirección del camino que pudiera llevar tan lejos como corren los vientos; hasta allá, donde la vida se reanuda. Que el viento mismo continuase golpeando duro nuestro rostro como siempre había sido.
Pero de repente, de tanto mirar, esperar cosas que vengan de allá del futuro, ese que uno cree se debe construir en el presente y día a día, tengo la sensación que "la casa creció traída a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas". Como si a partir de un momento trascendente, una brusca subida, empezásemos a retroceder, a conciliarnos con el pasado y hasta añorarlo. Tanto que volvemos a él como apenados, caminando de espaldas, fingiéndonos a nosotros mismos que vamos buscando el futuro prometido.
Pareciéramos haber vuelto a los tiempos de cuando aquellos oradores, que no tenían claridad ni brújula para dibujar el camino, prometían de todo y al grito popular de "¡Tenemos hambre y aquí estamos atrapados!", aquellos respondían:
"¡No importa, les haremos un puente para que lleguen al camino!"
La multitud angustiada respondía a aquellos oradores que ante todo, con suma felicidad y hasta facilidad, como si se tratase de un juego de muchachos, presentaban ofertas como sacadas de un bazar:
"¡Pero es aquí no hay río para que el puente le pase de banda a banda! ¡Estamos atrapados en la ignorancia y el hambre!"
Los oradores que, tenían su inventario de oferta para cada caso, solían responder con énfasis y gritería para impactar a aquellos desesperados:
"¡No importa, les haremos primero el río, para luego hacer el puente!"
Eran frases hechas, o tomadas al azar de alguna parte.
Como ahora, mientras caminamos en retroceso, con las palmas de las manos pegadas a los muslos, con toda la fuerza, como para botar los pulmones y fingir que vamos al futuro, gritamos aquella frase de Cipeiano Castro:
"La planta insolente del extranjero no osará hollar el sagrado suelo de la patria".
No se percataban que esa no era le respuesta concreta; porque tampoco era la angustia el momento. No había sintonía. Eran tiempos cuando las comunicaciones eran algo así como las señales de humo.
En ese caminar hacia atrás, con la espalda por delante, he visto de nuevo, a aquellos políticos que competían entre sí por los puestos dirigentes, repartiendo bolsas de comida y planchas de cinc. De repente, la última casa de la misión vivienda se me perdió al tomar de espaldas esta punta de camino. O la misión vivienda misma, me llevó a la idea o práctica vieja que al pueblo se le compra. De cuando esos mismos políticos calculaban sus votos por el número de bloques, planchas de cinc o bolsas de comida repartidas.
De los derechos, de lo participativo y protagónico que alcanzamos con la constitución vigente, en este ya apresurado viaje de espaldas, de regreso al comienzo, regresamos a aquellos partidos donde el dedo que jorunga lo resuelve todo. Se mete hasta las entrañas de la gente y "cura" cualquier enfermedad. Empareja toda carga y resuelve cualquier contradicción. Como un retornar a los tiempos de los viejos brujos, con sus humeantes pipas. Pero también, de cuando los grandes hacendados y comerciantes de pescado o carne seca de ganado, eran los líderes y caudillos. Quien más bolsas tenga o cerca esté de quien las tiene, será de los primeros de las filas que caminan hacia atrás y empujan a quienes están a sus espaldas.
Pareciéramos viajar con excesiva prisa, no ya al representativo, pues por allí pasamos hace unos meses, hacia el reino del más fuerte.
La idea del partido, aquel que Chávez quería que dónde hasta las piedras hablasen, todo el mundo tuviese el derecho a opinar y garantizársele su tribuna, donde el gobierno no fuese más que un agente del pueblo y aquel el enlace entre estos dos, se quedó allá adelante, desde hace tiempo, porque este caminar de espaldas, inesperado y apresurado por demás, sólo nos va dejando el recuerdo de los sueños del futuro. En ese volver al punto de inicio, dejamos atrás la UBCH y hasta los primeros círculos bolivarianos; mientras tanto, de espaldas, apresuradamente volvemos "a la semilla". Y en camino hacia ella y de espaldas, como quien vuelve a la niñez, se empieza hasta perder, con los derechos la capacidad del habla.
Pero, como ya dije, no se trata que quienes marchaban al frente han dado la vuelta y regresan, con la cara por delante, ahora están en la retaguardia pero mirando cómo se alejan del futuro. Creen avanzar, lo dejan ver con sus viejos discursos que hablan de actos heroicos y epopeyas, exaltan mártires y héroes olvidados para insuflarse ánimos e insuflárselos a quienes ahora van por delante de ellos, pero marchando hacia atrás.
En lo que a mí respecta, me aterra volver al pasado y, de repente, hallarme en la vieja cueva de donde salí para ayudar a formar el MIR. La marcha es rápida y tal como vamos, allí llegaremos todos. Por ese miedo, estoy pensando dar un paso a la izquierda y tomar el camino que adelante miro, volver a caminar hacia adelante y alcanzar aquel viejo árbol que dejé adelante, justo en el voltear del camino, el punto que dejé adelante en mi retroceso obligado y hasta volver a pensar como Machado, "¡Caminante, no hay camino!"
Largas son las filas, cuatro, cinco o más en paralelo, con miles y miles cada una de ellas y los adelante, es decir, los primeros que debieran mirar el futuro que se les aleja o mejor ellos no pueden impedir que les vaya, van gritando, mientras cada uno hacia atrás: 3,2,1.