Nicolás Maduro: ¿Racional? ó ¿Demasiado Racional? (I)

"Todos nos damos cuenta de que un individuo racional interesado exclusivamente en sí mismo no es capaz de obtener en determinados juegos una solución razonable. Inmerso en un juego semejante, puede dar gracias al cielo si no acaba obteniendo el peor resultado posible. Por lo demás, este tipo de juegos se dará con excesiva frecuencia en la vida real si no fuera porque adoptamos comportamientos para evitarlos. Numerosos principios morales regulan esos comportamientos, de manera que incluso aquellos agentes preocupados por su propio interés deben conformar su conducta a estas reglas"

M. Resnik

"Afortunadamente, hemos inventado modos de evitar los fracasos cognitivos, prejuicios, supersticiones, dogmatismos, explicaciones disfuncionales, credulidad. Tras una larga experiencia de ensayos y errores, la Humanidad ha identificado diversas maneras de usar la inteligencia. Hay un uso racional y un uso irracional. Ambos manejan razonamientos, es decir, inferencias lógicas, pero tienen metas diferentes"

Antonio Marina

¿Cuantas tiranías y regímenes de oprobio tienen su origen y raíz en la obsesión patológica de acumular poder?

H. Saña

"¿Quién desearía ser responsable de dar por muerta a la Revolución Bolivariana?" "¿Quién sería capaz de decretar su imposibilidad?"

LAAB

I. Thomas Hobbes

Como es bien sabido el estudio de los clásicos siempre es un diálogo desde el presente. En este terreno, al menos, no es el pasado el que determina el futuro –como dice Kolakowski- sino todo lo contrario. Volver la vista a Thomas Hobbes (1588-1679), por tanto, en la medida que supone indagar sobre los fundamentos del Estado moderno es obviamente preguntarse por las condiciones de nuestra propia contemporaneidad. Thomas Hobbes, muy preocupado por la guerra civil inglesa, creyó que su país estaba cayendo en un estado de naturaleza. En el Leviatán trazó un dibujo de lo desagradable que ello sería con la esperanza de persuadir así a sus lectores de las ventajas de tener un gobierno. Para Thomas Hobbes los hombres son iguales por naturaleza. Esta igualdad de todos provoca desconfianza, y la desconfianza el conflicto, la lucha de todos contra todos.

Abandonado por su padre en la tierna infancia Thomas Hobbes dispuso de una larguísima vida de soledad y avatares personales por haber tenido tiempo de interiorizar con calma y con sobrada perspectiva el peso de la angustia ante los demás, aunque esa experiencia infantil no le impacto tanto como las cruentas contiendas en el seno de su patria la "primera revolución inglesa". Hobbes es, probablemente, el pensador más sistemático e influyente de esta primera época, junto con John Locke y Jean Jacques Rousseau. Thomas Hobbes vivió en un período de conflicto religioso y político que terminó en la Guerra Civil inglesa de 1642-1648 y en el período republicano de 1649- 1660, año en el que el general Monk restaura la dinastía de los Estuardo.

Todo el capítulo XIII del Leviatán está dedicado a explicar lo que sería la relación entre los hombres si no existiera el Estado, si viviésemos todavía en el estado de naturaleza. El dato base del que parte Hobbes es la igualdad de los hombres. Empieza el capítulo diciendo que "la naturaleza ha hecho a todos los hombres tan iguales en sus facultades corporales y mentales que, aunque pueda encontrarse a veces un hombre manifiestamente más fuerte de cuerpo, o más rápido de mente que otro, aun así, cuando todo se toma en cuenta en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es lo bastante considerable como para que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio alguno que no el otro pretender tanto como él" . Su propuesta de igualdad es reflejo de la mentalidad moderna, que deja atrás el principio de desigualdad de la sociedad feudal. Pero es precisamente de esta igualdad de capacidades de donde proceden casi todos los problemas que aquejan a la sociedad. Por un lado, de la igualdad de capacidades «surge la igualdad en la esperanza de alcanzar nuestros fines». Todos pensamos que podemos conseguirlo todo. Pero, por otro, como los bienes son escasos y no hay para todos, nace la competencia y la enemistad, porque, "si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; y en su camino hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces sólo su delectación) se esfuerzan mutuamente por destruirse o subyugarse".

El bienestar material que los hombres desean es siempre raro y, sobre todo, el poder para proteger y ampliar la propia riqueza implica intrínsecamente el conflicto con aquellos otros que tienen pasiones concurrentes. El estado de naturaleza es un estado de guerra, estado en el que los individuos sólo se ven restringido por los límites de su capacidad intelectual y física y por otros individuos de igual inclinación. Consecuentemente todos, por ello, deben sentir continuo temor de las intenciones de su vecino.

Parece como si lo que la naturaleza del hombre precisamente deseara (más poder, más riquezas, más gozar), esa misma naturaleza le impidiese realizarlo por la concurrencia con los otros hombres. En el estado de naturaleza, pues, el hombre vive en un estado de guerra y "guerra tal que es de todo hombre contra todo hombre"

Por consiguiente, desde un principio, ya en el estado de naturaleza, el conflicto está presente en la sociedad. Hobbes habla de tres fuentes posibles de enfrentamientos entre los hombres: "primero, la competición; segundo, la discordia; tercero la gloria". La competición por el deseo desenfrenado de acumular cuantos más bienes mejor; la discordia por la inseguridad y desconfianza mutua; y la gloria por el poder y prestigio que todos tratan de conseguir ante los demás para que les proporcione seguridad, "hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande como para ponerle en peligro". Así describe Hobbes esta situación: "El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad, y el tercero, por reputación. Los primeros usan de la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros; los segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración..."

En el estado de naturaleza la ley natural básica es la ley de la supervivencia; todo lo que tiene vida tiende a sobrevivir. El miedo a que se interrumpa la supervivencia es consecuencia de la condición humana, que hace que cada hombre tienda a sobrevivir a costa de los demás. Si partiendo de estos supuestos, los hombres actúan sin condicionar sus impulsos naturales, se destruirán los unos a los otros y el miedo aumentará constantemente, pues el más fuerte abusará del débil, pero temerá siempre a otro más fuerte que él. La violencia es progresiva e imparable en la medida en que el miedo y la desconfianza lo son también. Para salir de esta situación de continua rivalidad, de constante inseguridad y lucha permanente, está la solución individual de aumentar cada uno su poder para dominar a los demás y no ser dominado; o la solución colectiva por medio de un pacto, nombrando un gobernante, el Estado, que haga a todos iguales en el cumplimiento de deberes y obligaciones: "un poder coercitivo para obligar igualitariamente a los hombres al cumplimiento de sus pactos, por el temor a algún castigo mayor que el beneficio que esperan del incumplimiento del pacto". El Estado es una construcción de la actuación racional de los hombres. Por propio interés cada uno velará por el cumplimiento de esos pactos que antes carecían de seguridad, pues "los pactos sin la espada son sólo palabras".

Hay pues algo parecido a un círculo vicioso del que sólo se puede salir constituyendo un poder político absoluto que vaya contra la naturaleza para garantizar la supervivencia destruyendo la desconfianza y el miedo. Si no hubiese "un poder constituido o no fuese lo bastante grande para nuestra seguridad, todo hombre podría legítimamente apoyarse sobre su propia fuerza y aptitud para protegerse frente a todos los demás hombres". En su esencia, pues, el poder político es un artificio que contradice la naturaleza, aunque es imprescindible para que la especie viva en el orden y elimine la constante destrucción o guerra de todos contra todos.

La pregunta sociológica que se hace Hobbes, dada la concepción tan pesimista que tiene de la naturaleza del hombre, es ¿cómo es posible la sociedad? La solución de Hobbes es el Leviatan, o el estado político absoluto, al que individuo cede su derecho de auto- protección, esto es, su derecho a la violencia para la protección de sus propios intereses. Hobbes argumenta que la razón recomendará a los hombres esta alienación de derechos como la única vía para obtener la seguridad que desean a través de la soberanía del estado. Contra esta soberanía no se puede atentar. Reservar derechos de apelación o insistir en que debe haber alguna autoridad superior al estado es correr el riesgo de recaer en esa temible condición de conflicto que todos los hombres desean evitar. Hobbes plantea una sencilla elección, si bien carente de atractivo, o la guerra de todos contra todos o un respeto de todos por un poder político que vela por un orden social que beneficiase a todos por igual. "Puesto que el principio que anima al hombre artificial (Leviatán) es la utilidad de los hombres naturales, bastará que estos se sientan integrados en una sociedad no conflictiva para que automáticamente, por utilidad, se reduzca la presión del Estado sobre las sociedad".

Para Hobbes ese orden social es deseable pero es artificial; es un ingenio de la razón para el mutuo control de la pasión destructiva. El orden social es un artificio diseñado para proteger los intereses de los individuos. La condición natural es la de los individuos aislados, temerosos, quienes, sobre las bases de sus propias capacidades de razonamiento y, sin intervención divina, pueden llegar a instaurar un cuerpo político que garantice el orden. El Estado tiene que cuidar de sus súbditos, no producir en ellos un terror que retrotraería cosas al estado de naturaleza, al miedo de unos a otros, es decir al estado previo al acuerdo o pacto para evitar la guerra de todos contra todos.

Según Enrique Tierno Galván ha habido un abuso encuadrando a Hobbes dentro de la tradición absolutista. Parece que este criterio nació de la historiografía política romántica. El Estado debe cuidar de los súbditos y no infundirle miedo. Pero el Estado, tal como lo describe Hobbes, no tiene por qué entrar en la religión o en el culto privado, ni perseguir a nadie por sus creencias religiosas o políticas, siempre que no atenten contra la seguridad del pacto garantizado por el Estado. Según esto, es muy difícil asimilar a Hobbes a la tradición absolutista. De hecho, sus seguidores más inmediatos, Spinoza y Locke, "llegaron a conclusiones democráticas partiendo de fórmulas semejantes a las de Hobbes". Y para Fernando Prieto es cierto "que el soberano es absoluto, pero los liberales creen que en el fondo todo el discurso de Hobbes no va hacia el acrecentamiento sino hacia la limitación del soberano, puesto que se le encarga una tarea esencialmente negativa: impedir los conflictos entre los ciudadanos".

Ciertamente Hobbes buscaba el medio de fortalecer el poder superando el miedo político, para lo cual imaginó un Estado en que el poder estuviese en manos del Soberano absolutamente, pero que se ejerciese democráticamente, es decir, con el consentimiento explícito de la mayoría. Para Enrique Tierno Galván "críticos e historiadores han confundido la posesión absoluta del poder con el ejercicio absoluto del poder. En uno u otro contexto el valor de la expresión "absoluto" cambia. En el primer caso posee connotaciones metafísicas y quiere decir que no tiene superior en su orden; en el segundo posee connotaciones específicamente políticas y administrativas y quiere decir que impide, arbitrariamente, la participación de los ciudadanos en la formación y aplicación de las leyes".

Sin embargo otros autores no opinan de la misma manera. Creen que Hobbes hace a todos los ciudadanos iguales ante el pacto, ante la ley, menos al Soberano, que está por encima de todos y de la misma ley. Su misión es hacer cumplir la ley, pero no tanto someterse a ella. De esta opinión es Fernando Prieto. Y escribe a este propósito que "el poder soberano es absolutamente soberano: no tiene ninguna limitación institucional, no hay leyes fundamentales o constitucionales, como era el caso de Bodino (...) Hobbes nos dice que el pacto no entrega al soberano nada a lo que no tuviera derecho previamente, que los miembros del Estado no transfiguran nada al soberano, lo único que hacen es comprometerse a no intervenir en las acciones del soberano. Como este no se ha comprometido a nada, no ha tomado parte en el pacto, sigue viviendo en estado de naturaleza y tiene derecho a todo. La diferencia está en que en el estado de naturaleza cada individuo tiene plenitud de poder y, en consecuencia, se produce la guerra; mientras que en el estado de sociedad, sólo el soberano tiene la plenitud de poder". No hay pacto alguno entre el pueblo y el soberano; los miembros de la comunidad civil pactan entre sí y deciden entregarse al arbitrio de la persona soberana, tras haber acordado que este es el único modo de racionalizar su convivencia.

El discurso de Hobbes en Leviatán está dirigido sobre todo a conseguir la felicidad de los ciudadanos viviendo en sociedad. Esto es lo que debe procurar el Estado y no tanto la defensa del poder por el poder. Los planteamientos de Hobbes nos siguen interesando "porque en el fondo de toda su obra encontramos asentadas dos creencias que siguen siendo esenciales para nuestra cultura: la creencia en que el último sentido de la sociedad está en el individuo y la creencia en que el individuo es capaz de construir una sociedad pacífica mediante una acción política informada por una auténtica ciencia" ( Fernando Prieto).

II. El Dilema Del Prisionero

Algunos comentaristas actuales de la obra de Thomas Hobbes señalan la similitud entre su exposición sobre el estado de naturaleza y lo que se denomina el "dilema del prisionero", una situación imaginaria pensada para ilustrar determinados problemas de la cooperación entre las personas.

Uno de los temas que más ha llamado la atención en el análisis de la Teoría de juegos es, el carácter de dilema que tienen todas aquellas situaciones que reproducen la estructura del "Dilema del prisionero". Se habla de dilema en la medida que actuar racionalmente, es decir, conforme a la estrategia dominante de cada uno de los jugadores, produce un pago que no maximiza la utilidad esperada de ambos jugadores, es decir produce un resultado subóptimo. Formalmente el dilema del prisionero es un juego de suma distinta que cero que tiene un único punto de equilibrio y estrategias dominantes para cada jugador. De ahí que se puede predecir perfectamente cuál va a ser el resultado. Aunque desde la perspectiva de cada jugador las estrategias que él escoge son las únicas alternativas racionales, el resultado es todo menos óptimo. Lo cual sugiere que quizás haya una incompatibilidad radical entre la noción de racionalidad individual y la de racionalidad en grupo. El juego recibe su nombre a partir de una historia de dos prisioneros arrestados por vandalismo a los que se priva de la posibilidad de comunicarse entre sí. El fiscal posee pruebas suficientes para conseguir su condena bajo el cargo por el que han sido arrestados, pero su verdadero interés estriba en un asunto más importante. Está convencido de que los prisioneros atracaron en su día un banco y quiere hacerlos confesar. Así que llama a cada uno por separado y les dice lo siguiente: "Pienso hacerle el mismo ofrecimiento a tu compañero y voy a dejarte una hora para que lo pienses antes de darme una respuesta. El pacto es éste: si uno de ustedes confiesa el robo del banco y el otro no, me las apañaré para que el que confiese esté sólo un año en prisión y al otro le caigan veinticinco. Si confiesan los dos, pediré diez años para cada uno. Si ninguno suelta prenda, la pena será sólo dos años para cada uno por el cargo de vandalismo; claro que esto no va a suceder: estoy seguro de que al menos uno de ustedes confesará". Por supuesto, una hora después ambos confiesan y les caen diez años de prisión por cabeza. Veamos por qué no podían impedir este resultado. El juego puede representarse mediante la tabla.

 

Confesar

No confesar

Confesar

(-10,-10)

(-1,-25)

No Confesar

(-25,-1)

(-2,-2)

En esta tabla se ha utilizado la duración de las penas para asignar resultados numéricos. Es fácil ver que la acción dominante para los dos jugadores es confesar. La teoría sugiere que el resultado que alcanzarán jugadores "racionales" será (-10, -10). Es claro que a ambos les iría mejor si pudieran obtener (-2, -2). Sin embargo, (-10, -10) es el valor en equilibrio, no (-2, -2), y las estrategias que lo producen están apoyadas en uno de los primeros y más fundamentales principios de la racionalidad individual: el principio de dominancia. La paradoja en este caso es que, por seguir los dictados de la racionalidad individual, cada jugador está en peor situación que si hubiera sido menos "racional". Analicemos ahora el dilema del prisionero desde un punto de vista informal. Los dos prisioneros saben que a ambos les iría mejor si ninguno confesara. Así que cada uno puede tomarse en serio la posibilidad de no confesar. Pero los dos saben también que el que no confiese se coloca en una posición extremadamente vulnerable; una "traición" por parte del compañero le costaría veinticinco años de privación de libertad. Cada uno sospecha que el compañero piensa igual en este asunto y se da cuenta, por tanto, de que los dos tienen fuertes motivos para intentar traicionar al otro. Ambos se dan cuenta de que la única acción posible es jugar a la defensiva, y esto se traduce en confesar.

Tal y como muestra la versión informal del dilema, no es necesario acudir a un razonamiento numérico para adivinar cómo va a transcurrir este juego. La paradoja es que, aunque desde la perspectiva de cada jugador las estrategias que él escoge son las únicas alternativas racionales (las que coinciden en el punto de equilibrio), el resultado es todo menos óptimo. En palabras de Robert Axelrod: "El Dilema del Prisionero es, simplemente, una formulación abstracta de ciertas situaciones, muy corrientes y muy interesantes, en las cuales lo que individualmente es óptimo para cada persona lleva a la defección mutua, y sin embargo todos podrían haber obtenido mejores resultados de haber colaborado entre sí".

Como se puede ver, la paradoja radica en que en una situación de dilema de prisionero, jugada una sola vez, es difícil justificar como decisión racional tanto la cooperación como la deserción mutua. O dicho más ajustadamente, desde la racionalidad -individualista- cada jugador quiere que el otro coopere mientras él se ve tentado a desertar.

Para muchos, dado que no se puede demostrar que lo correcto sea cooperar o desertar, la solución del dilema tiene no tanto que ver con la racionalidad como con el tipo de persona que se es, con los valores desde los que se rige, entre los cuales destacan la prioridad del interés particular sobre el general o viceversa y la mayor o menor importancia que se da a futuras interacciones. Un jugador autointeresado y en un solo lance desertará, evidenciando que el interés particular se antepone al colectivo, rechazando la solución intuitiva del sentido común; pero éste mismo nos muestra que en general a los que cooperan les va mejor -sobre todo si interactúan con otros cooperantes- por lo que merece la pena elegir como estrategia habitual la cooperación. Otros autores prefieren ceñirse al ámbito estricto de la racionalidad y consideran que posiblemente nos encontramos ante dos formas distintas de la misma: la individual, regida por el interés particular, y la grupal, que busca el bien común. El error expresado en el dilema del prisionero consistiría en aplicar la individual en un contexto grupal, porque a pesar de que cada sujeto decide individualmente, su decisión influye en la del otro y en la de los dos tomados como conjunto. En ambos acercamientos al problema se destaca la aparición de un modo de razonamiento, el cooperativo, que hasta ahora no había aparecido. Por eso, algunos críticos han buscado la solución al dilema del prisionero en la proposición de estrategias cooperadoras de todo tipo (expresadas en normas legales, sociales y morales), que impiden precisamente su aparición.

☻En la siguiente entrega analizaremos éticamente la perspectiva cooperativa. Una de estas variantes en la teoría de los juegos que responde de una manera diferente al dilema del prisionero es la estrategia del Tit for tat, fundamentada en el estudio de las afecciones que Spinoza presenta en la parte III de la Ética.

Bibliografía

Alxerod, R. (1996). La evolución de la cooperación. Madrid: Alianza.

Gauthier. D. (1994). La moral por acuerdo. Barcelona: Gedisa.

Gutiérrez, G. (2000). Ética y decisión racional. Madrid: Síntesis.

Hobbes, T. Leviatán, Nacional, Madrid 1979

Hobbes, Th., 1993, El ciudadano, ed. Joaquín Rodríguez Feo, CSIC/Debate, Madrid.

Kavka, G., 1986, Hobbesian Moral and Political Theory, Princeton University Press,



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1983 veces.



Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

Visite el perfil de Luis Antonio Azócar Bates para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Luis Antonio Azócar Bates

Luis Antonio Azócar Bates

Más artículos de este autor