1
El paseo
Un gran amigo que tengo en Margarita, me invitó y casi me obligó a aceptar su propuesta. Él consideró que en mi estado de quebrantamiento de mi salud, unos días en contacto con el mar, lejos del ambiente de Puerto Ordaz, podría ayudar, en algo, en mi recuperación. Él se ocupó de todo: boletos de avión, traslados, comida, etcétera. En uno de esos días, ya instalados en la residencia de mí amigo. Me dijo que me iba a dar un paseo largo por algunas partes de la isla. Mi esposa y yo aceptamos muy agradecidos por el gesto. Es así como nos encontramos a pocos minutos de haber salido en la carretera vieja que une a todas las playas turísticas, desde Playa Guacuco hasta Juan Griego. El paseo era maravilloso. Nosotros (mi esposa y yo) teníamos tiempo que no disfrutábamos de las bondades de la naturaleza, y sentíamos la brisa tibia del mar golpeándonos en la cara.
2
Los ranchos de Chana
Durante el largo paseo pasamos por los "Ranchos de Chana". Espacios turísticos esparcidos por varios kilómetros a lo largo de la vía costera. Nuestro guía (mi amigo) nos iba señalando los ranchos y relatándonos la historia sobre su creación y su final. Así seguimos hasta llegar al "Hotel de Chana". O dicho, de una manera más cierta, a uno de los hoteles con ese nombre. La camioneta se paró. Una persona se acercó por el lado de mi ventanilla, y me soltó: "Regáleme trescientos, por favor". Se refería a trescientos bolívares. Era un hombre de pueblo, con su rostro lustroso y quemado por el sol. Su voz era lenta, como llevada por el viento hacia otros lados. Le dije que me repitiera. Y lo hizo. Luego le hice la pregunta que, cualquier periodista en la búsqueda de noticia, le haría a una persona como él: ¿Este es el Hotel de Chana? Tengo entendido, según informaciones de prensa, que ya no funciona, ¿eso es verdad? "Sí, era el Hotel de Chana, ahora eso está solo". ¿Y quién es el dueño de todo esto, ahora?—le inquirí. "Un tal Diosdado, es el dueño"—me respondió sin pausa alguna. Eso me dio pie para otras preguntas. En mi mano derecha blandía dos billetes de 50 bolívares, cada uno.
—Usted, ¿está seguro de lo que me dice?
—No, pero eso es lo que dicen por aquí…
—¿Conoce usted a Diosdado Cabello?
—Nunca lo he visto.
—Quiere decir que usted repite, como un loro, lo que oye de los demás, ¿no es así?
Le entregué el dinero. Me dio las gracias, y seguimos el paseo.
Así son las cosas en este país. Diosdado Cabello, según los decires callejeros es dueño de más de la mitad de Venezuela, lo que lo hace el hombre más poderoso, política y económicamente. Gustavo Cisneros no le llega ni por los tobillos. Esa, apreciado lector, es la pura realidad. Nos estamos acostumbrando a repetir y repetir, como un loro, los que nos dicen, o lo que oímos de boca de cualquiera persona, sin ocuparnos de precisar sí lo que se dice es verdad o es mentira. Más fácil, es aceptar lo que se dice y repetirlo, sin importar el daño que se le haga a la otra persona señalada.
3
No tengo culillo
Por cierto, después que Diosdado, en su programa televisivo de los miércoles, me nombró, someramente. Por ese motivo me han llovido insultos, a través de mi correo electrónico que aparece al pie de mis artículos de opinión que me publica Aporrea. Me dicen cualquier cosa. Desde arrastrado hasta no sé qué. Pues, bien. Soy un periodista que opina libremente. Muchas veces he criticado al gobierno y al propio presidente Maduro, y ni siquiera Diosdado, se ha salvado, a pesar de que me identificó con su autentisidad, pero sin pasar la raya amarilla. Y, en general, defiendo al proceso que lidera Nicolás Maduro, porque creo en él. Porque soy solidario del legado del Comandante Supremo de la Revolución. Y, sobre todo, porque me siento revolucionario mucho antes de que Hugo Chávez hubiera nacido. Y cuando me uní a un grupo de militares que se alzó contra el régimen opresivo y sangriento de Rómulo Betancourt, el 2 de junio de 1962, en Puerto Cabello, Hugo Chávez, tendría entre 7 y 8 años de edad. Así, pues, no tengo miedo. El culillo lo dejé atrás, hace 55 años… ¡Constituyente! ¡Constituyente! Y más ¡Constituyente! ¡Paz, paz, y más paz!
Agregado:
Los "Ranchos de Chana" se hicieron famosos de la noche a la mañana. Subieron como espuma, en materia turística en la isla de Margarita. Pero como subieron, cayeron. Rápido y furioso, el Estado los embargó por cosas que no tengo muy claro, por lo que me calló. Pero lo cierto es que en este país suceden cosas, a menudo, como este caso. Ahora las instalaciones de esos hoteles, y de los ranchos, lucen sombríos, sólo el salitre y la brisa marina los acaricia, mientras se tejen historias falsas como la que me relato aquel hombre que se me acercó a la ventanilla del vehículo para pedirme un poco de dinero.