Una historia llena de excremento

La historia en cuestión tiene su inicio en el diván de un psiquiatra caraqueño. Una madre se apareció al consultorio, llevando de la mano a su hijo de 18 años. El muchacho, en apenas días, se había convertido en un dolor de cabeza para la señora madre. Él le comunicaba, en un lenguaje raro, que tenía la cabeza llena de una sustancia rara, y eso no lo dejaba dormir. Por consejos de unos vecinos, la señora optó por llevarlo a un profesional de la psiquiatría.

Una vez que los dos, madre e hijo, estuvieron frente al médico, este último tomo la palabra e instó a la señora que saliera y esperara a fuera mientras él hablaba con su hijo. Y esto fue lo que sucedió:

—Haber, muchacho, cuéntame lo que sientes, y lo que no sientes también. Adelante, te oigo.

El joven se tardó en responder.
—Doctor, quiero ser feliz, como los demás. Quiero ser exitoso, y gozar de la vida, intensamente, pero no puedo. ¿Existirá un camino que me conduzca hacia lo deseado?

El psiquiatra, suspiró profundo. Era como una pregunta rara, la de ese muchacho. En verdad, quedó sorprendido.
—Existen muchos caminos como el que buscas. Igual que los radios de una rueda de bicicleta, todos convergen hacia el mismo centro, que es exactamente el lugar que buscas.

—Y, según usted, ¿qué camino debo tomar?
—El que sigues ahora, puede resultarte. Por lo menos te ha traído hasta aquí, y si no loqueas, ese camino puede llevarte hasta el final. Todo será en concordancia con tu perseverancia y tu fuerza de voluntad para no desviarte durante tu viaje.

—Ese es mi problema, doctor. En mi corta vida, me he desviado muchas veces. Ahora mismo, cuando hablo con usted, me siento raro. Siento que mi cabeza está llena de una cosa que se llama mierda. Lo que me impide tomar el camino correcto y seguir, seguir y seguir hasta el final. Ahora estoy bajo la influecia de un mal que me han echado para que no piense correctamente, y haga cosas raras contra este gobierno.

El profesional de la psiquiatría, se movió en su sillón. Se pasó las manos por el rostro, suspiró profundo, y soltó:
—Tu camino está minado. Son muchos los obstáculos que se interponen entre tus deseos y los deseos de los demás. A ti te han lavado el cerebro y han implantado esa cosa hediendo que está de moda en el medio en que te desenvuelves. Te has dejado programar tu mente, al punto que tú te sientes extraño contigo mismo. ¿Sabes o has oído de lo que es la programación mental?

—Nada de eso, doctor. A mí me tomaron, me metieron junto con otros jóvenes de mi edad en un cuarto, y cuando salí de allí, me sentí otro. Ni siquiera me acordaba del tiempo en el cual hicieron lo que hicieron conmigo y mis compañeros. Percibí que mi cerebro funcionaba rígido. Y me sentí transformado. Era como si Kafka, el escritor, hubiera reencarnado y escrito otra obra, como su Metamorfosis… ¿Usted, me entiende doc? ¿Qué puede hacer por mí? Me siento asqueado, hediondo a mierda, ¡qué asco!, doc…

El psiquiatra pensó que lo que tenía por delante era un fenómeno, producto del desastre que se vivía en Venezuela. Ese joven, pensó, lo han programado de manera que no sabe ni siquiera quién es él, ni hacia dónde dirigir sus pasos. Lo han dañado, íntegramente.

—Así, muchacho, tu camino es muy difícil. Tus anhelos, se te escaparon. Se fueron, sin retorno. Te voy a recomendar que tomes uno de estos tres caminos: el camino del infierno; el camino hacia Dios; y el camino del excremento. Cuando te decidas. Sólo párate y te vas. Dios te acompañe.

20 años después:
—Doctor, aquí estoy de nuevo. Gracias por todo.
—¿Qué pasó? ¿Qué fue de tu vida?
—Mi vida se fue por un barranco. Escogí el camino del excremento. Un atardecer, en plena guarimba, lancé, desde el piso 13, donde vivo, un litro lleno de excremento, y lo estrelle contra un Guardia Nacional. No quise hacerlo, pero él tuvo la mala suerte de atravesarse, al momento de mi acción. El resultado fue fractura de cráneo y muerte posterior. Me atraparon y me juzgaron por ultraje, en primer lugar, al ser humano, luego al uniforme del Centinela. Hasta ese momento supe lo que significaba la palabra ultraje. Me castigaron con 20 años de prisión. Termino de salir, y lo primero que he hecho es venir a verlo, para que me indique como encontrar el camino de Dios.
—Fácil, mi apreciado amigo, muy fácil. El camino de Dios está en el centro de ti… Búscalo y lo encontrarás.
—¿Y cuál es mi centro?
—Tú corazón…




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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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