(Conferencia en Quito, en el aniversario de la batalla)

Pichincha

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Pichincha: volcán latente. La naturaleza tiene sus tiempos, La Historia los suyos, que parecen tardar pero que, como la justicia, llegan. Fuego y conmoción son las herramientas de la naturaleza. Una cordillera, un paisaje parecen impasibles porque captamos apenas un instante inmóvil de su batalla infinita.

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Una erupción poderosa sacude América y hace temblar los Andes. Nace un ser colectivo. Germina una voluntad: América se cansa de no ser. En Haití, en Caracas, en Quito, en México, un reguero de pronunciamientos se extiende por el hemisferio como un terremoto. Juntas de ciudadanos, de mantuanos, de casacones, declaran independencias pensando que basta un papel para que los imperios abandonen sus presas. Los súbditos se bautizan ciudadanos. Hacen constituciones, patrias bobas, repúblicas aéreas. Es la erupción de la conciencia.

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Las tropas de los imperios contraatacan, usando de carne de cañón a sus propias víctimas. No basta con los sueños. Las improvisadas milicias de los independentistas son barridas una y otra vez. Una y otra vez vuelven a la carga los vencidos. "El arte de vencer se aprende en las derrotas", dice Simón Bolívar. Es la erupción de la acción.

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La campaña del Sur es la clave de la emancipación. Pequeñas independencias serían aplastadas una tras otra por grandes imperios. "Yo no, yo no quiero republiquitas", dice Bolívar. Quiere la Patria, pero la Patria Grande. La misma que avizora San Martín en Argentina y Morelos e Hidalgo en México. Arranca Bolívar desde el Caribe y San Martín desde la Pampa argentina. Se encuentren en la mitad del mundo, en Guayaquil, donde ya desde 1820 hubo un pronunciamiento independentista. Llegan con ejércitos exhaustos, maltrechos, casi sin intendencia, diezmados, infinitamente distantes de sus bases. Han extendido la campaña emancipadora más allá de lo que sus respectivos Congresos le autorizan. Mientras toda América no sea libre, nadie es libre. Es la erupción de la integración.

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Y así llega el 22 de mayo de 1824 aquél pequeño ejército a las faldas del Pichincha, dirigido por el jovencito Antonio José de Sucre, un cumanés, vale decir, un caribeño. En Pichincha tiritan por el frío quiteños de la costa de Guayaquil y hombres de las serranías. Cierran filas venezolanos y neogranadinos que remite Bolívar. Pero a ellos se incorpora la División peruana organizada por San Martín, con peruanos, alto-peruanos que después se llamarán bolivianos, chilenos y argentinos. Y también hay españoles realistas que se pasan al bando patriota. Y en el momento crucial, decide la batalla la carga del batallón Albión, con voluntarios ingleses, franceses e irlandeses. Casi tres mil hombres nacidos en cunas remotas alumbran el futuro. Es la erupción de la solidaridad.

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Llueve, los senderos están enfangados, el Aragón, el batallón de élite de los monárquicos está a punto de caer sobre el centro, cuando arriba el Albión con las esperadas municiones. Tres horas de batalla deshacen tres siglos de servidumbre. Sucre ofrece generosa capitulación, para evitar que los realistas se atrincheren en la fortaleza de El Panecillo. Queda abierto el camino para la liberación del Perú, para Ayacucho, para la creación de Bolivia. Todos los caminos llevan a la Patria Grande.

7

Abdón Calderón sigue combatiendo a pesar de cuatro graves heridas, muere días después, es ascendido póstumamente por Bolívar, y por iniciativa de éste es recordado por el Batallón Yaguachi, el cual al mencionarse su nombre en las revistas, contestaba, contesta y contestará mientras América exista: "¡Abdón Calderón! ¡Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones!".

La más poderosa erupción es la de la memoria, que nunca desfallece.



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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

 brittoluis@gmail.com

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