Esta mañana a pocos metros de mi casa, mientras hacía mi caminata acostumbrada para estirar los huesos y las coyunturas ya oxidadas, me sucedió algo insólito. En principio me causó risa y al final estupor.
Un señor, casi de mi edad, conduciendo una pequeña camioneta, maniobraba para entrar al garaje de una casa que imaginé. Observé que hacía con el brazo izquierdo la seña que prescriben los manuales para hacer un cruce a la derecha. Giraba hacia ese lado, mientras marchaba muy lentamente, casi pegado de la acera, menos de un metro había entre el borde de esta y el vehículo. De repente, un motorizado, acompañado de un parrillero sin casco, intentó pasar entre el vehículo y la acera; es decir, por el lado derecho, violando lo establecido en las leyes de tránsito. Por aquella imprudencia casi se estrella contra la camioneta. Para esquivarla tuvo que montar la acera corriendo el riesgo de caer o romper los cauchos de la motocicleta.
Observé como el motorizado se devolvió y llegó cerca de donde todavía se hallaba el conductor de la camioneta estupefacto y asustado.
-"Señor, entrégueme su licencia de conducir y los papeles del vehículo". Dijo el conductor de la moto.
-"Casi nos mata por su imprudencia", dijo el parrillero y luego agregó: "Esto no puede quedarse así".
El conductor de la camioneta, asustado por aquel abordaje y hasta confuso por la velocidad de los acontecimientos, maquinalmente intentó sacar su billetera, quizás con la intención de mostrar en primer término su cédula, carnet de circulación y licencia de conducir, los documentos que habitualmente las autoridades solicitan en estos casos.
El Fantómas, ese personaje novelístico que hay en mí, pero no el de Marcel Allain sino el de la versión mexicana, el héroe popular y hasta el de Julio Cortázar que combate a los vampiros multinacionales, se me vino de pronto, justo en el momento que aquellos dos "agentes de la ley y el orden" abordaban al señor de la camioneta.
-"Señor", dije yo dirigiéndome a este último, "no muestre ningún documento. Usted no ha cometido infracción alguna. Son ellos dos quienes deben disculparse".
El parrillero, el mismo que abordaba sin usar el casco tal como está obligado, fue el primero en reaccionar y me habló con inocultable altanería:
-"¿Y quién es usted para meterse en este asunto? Esto es entre el señor que ha cometido una grave infracción y nosotros que somos la autoridad. Siga su camino".
-"Pues soy un ciudadano, alguien que fue toda su vida maestro de escuela y se cree en la obligación de velar por las buenas costumbres, la justicia y el orden".
Dije aquello igualito que Fantómas o el Quijote dispuesto a desenredar un entuerto.
-"¿Por qué somos nosotros, siendo la autoridad, debemos disculparnos siendo la autoridad y él quien casi nos mata?".
Esta vez fue el motorizado mismo quien habló. Cuando me hizo aquella pregunta Fantómas se infló dentro de mí, se apoderó del interior de mi cuerpo todo, hasta de los intersticios del cerebro. Es decir, el supuesto policía, quien portaba en sus manos un radio de esos que usan quienes de verdad lo son mientras hacen sus rondas, me concedió el derecho, que ya lo sentía mío, de jugar de Fiscal e imputarle sus delitos.
-"¿Amigo, usted es policía, cierto?", pregunté.
-"Sí. Lo somos." Respondió como retándome.
-"Bueno", dije yo con parsimonia y mirándole de frente, tal como Fantómas frente a un delincuente, "Entonces usted está obligado a conocer las leyes de tránsito".
-"Claro que sí", volvió a hablar el tipejo en el mismo tono.
A todas estas, nos miraban y escuchaban atentamente el parrillero, el señor de la camioneta, presunto culpable de un supuesto delito y un señor vestido con buena pinta y un maletín en su mano derecha, que se agregó al pequeño grupo a curiosear por lo que allí sucedía sin conocer todavía los detalles.
-"Entonces, si usted conoce las leyes de tránsito debe saber que los únicos que aquí han cometido delito son usted y su compañero".
Sentí que le tenía bajo mi dominio, por la duda que causé en él, lo que me demostró al intentar darme una explicación, lo sentí dentro de mis terrenos, sin saber exactamente que yo era Fantómas y si lo hubiera sabido, si no albergase dudas, me hubiese mandado al carajo, por mí mismo y el risible personaje que en ese momento yo pretendía encarnar.
-"Señor, este señor, conductor de la camioneta hizo un giro indebido a la derecha, mientras yo pasaba y además no tiene luz de cruce".
Le miré atentamente, cual Fantómas, intentando sintiese mi peso sobre su cuerpo, y le dije atentamente, como cuando un verdadero Fiscal del Ministerio Público imputa a un delincuente:
"Amigo, escuche. Usted violó la Ley. No fue él. Primero, si le hizo señas, soy testigo. Quizás no tenga luz de cruce en ese lado pero le anunció el giro con tiempo con el brazo; puedo dar fe de eso".
El parrillero en ese momento intervino, con el lugar común de:
-"Ciudadano, siga su camino. Esto no es asunto suyo. Es entre el señor y la autoridad".
-"No ciudadano", dije yo apoderándome de su palabra vacía para darle contenido, "si es asunto mío, soy Fantómas y todo lo que tenga que ver con la justicia y los derechos de la gente me concierne. Ahora soy testigo presencial de lo que aquí acontece y mi deber ciudadano me dicta que aquí me quede hasta darle una solución satisfactoria a este asunto, donde por cierto no hay daños materiales ni humanos. Quien pudiera salir lesionada es la justicia y eso trato de evitar. Es mi obligación ciudadana".
-"¿Entonces qué dice usted?", volvió a hablar el conductor de la moto.
-"Digo que además usted violó la Ley al intentar pasar por el lado derecho, entre la camioneta del señor y la puerta de un garaje, debiendo hacerlo por el lado izquierdo."
El motorizado me miró, no sé cómo decirlo, porque no tuve modos de llegar hasta allá donde elabora sus ideas y comprime su rabia. Calló y me dejó terminar:
-"Por último amigo, su parrillero no carga casco y eso está prohibido y no puede usted alegar que anda en comisión, como se dice en emergencia, porque en ese caso no se hubiese detenido por esta pequeñez".
A todas estas, mientras los dos agentes me miraban como debían hacerlo, como a alguien que les había agarrado con las manos en la masa, les había tumbado una partida, un Fantómas o quizás más bien un "Chapulín Colorado", el conductor de la camioneta, que por mí dejó de ser victimario y se convirtió en víctima, me miraba quizás no como al personaje de Marcel Allain, de la novelística mexicana, del argentino Julio Cortázar, menos como el de "Chespirito" o Roberto Gómez Bolaños, tampoco como un caballero andante, sino quizás como un viejo ángel que le cayó del cielo. Por lo menos, incauto, pese creerme Fantómas, eso creí yo.
El motorizado dejó de prestarme atención, hasta de mirarme, se concentró en el conductor de la camioneta, le tendió la mano como amistosamente y le dijo hasta sonreído:
-"Vamos a dejar esto así. Usted tiene cara de buena persona".
Se retiró con su moto y su parrillero, ignorándome por completo. La víctima a quien creí salvar de una segura matraca por lo menos, se introdujo dentro de la que creí su casa y ni siquiera me dio las gracias. Todavía de lejos, antes de perderlos de vista, saludó, como con afecto y agradecimiento, a los dos agentes.
Me quedé con el señor del maletín a quien tuve que explicarle algún detalle porque, pese lo hubo escuchado, no fue capaz de sacar su conclusión.
Al oír de mi boca lo que falta le hacía para formarse un juicio, como quien de repente desde el fondo del estómago se le viene una torrentera que recoge las ideas que bajan hacia la garganta para lanzarlas en sonido, me espetó:
-"Estas son vainas del comunismo que se ha apoderado de este país". "Por eso hay que sacarlos". Y agregó como con disgusto, nunca preocupado, "cuídese, que por eso mañana, lo pueden encontrar con la boca llena de moscas".
Ahora quedé como aturdido, no por sus palabras mismas, sino que percibí al "señor" que aquello me advirtió, alguien salido de un manual, formado y criado en una bola de cristal o un virginal que nada sabía de la historia nacional.
Pensar que Fantómas hubiese creído que aquello era una de las tantas trampas y maldades de los vampiros multinacionales.