(Crónica sobre los efectos de una muerte injusta)

Me sacaron de mi zona de confort y me jodí

Y sigo jodido. No terminó de asimilar lo que estoy haciendo con mi vida. Alguien me metió en mi cabeza que yo tenía pinta de ser un buen revolucionario. Mi imagen me vendió. Y acepté ser revolucionario, para lo cual tuve que comenzar a leer sobre eso. Es decir, sobre cómo ser revolucionario. En poco tiempo había leído a Marx y a Lenin. Procedí a meterme, entre ceja y ceja, a como diera lugar libros sobre filosofía, economía, y de temas sociales. Leí libros relacionados con hombres como Nelson Mandela, Fidel Castro, Martin Luther King, Mahatma Ghandi, entre otros. Al final, me encontraba peor que cuando oí los primeros consejos. Añoraba la prédica de mis padres. Sobre todo el viejo. Él me decía que había que leer buenos libros para poder tener un conocimiento sólido y de primera mano acerca de la vida. En mi juventud no hice mucho caso a eso. Ellos tenían una biblioteca donde no faltaba un Honoré de Balza, Samuel Becker, el intrincado Jorge Luis Borges, Miguel de Cervantes (De quien nunca pude leer a su Quijote). También recuerdo a Antón Chejov, Hermann Hesse, Flaubert, Faulkner, Ernest Hemingway (Este escritor estadounidense me cautivo (más tarde cuando me dediqué a leer), tanto por su narrativa ligera y precisa, como por su estilo periodístico). Pero, juro, ante ustedes, que más tarde, sin la tutela del viejo, en un período de efervescencia y de madurez, le entré de frente a la lectura. Entonces sí comprendí a mi padre tenía razón cuando me decía: "Hijo, quien no lee no sabe de lo que se pierde, pero tampoco sabrá dónde comienza ni en dónde termina". Tenía razón. Fue así como leí al gran escritor ruso Dostoievski, quien me atrapó con su "Crimen y Castigo, y el "Jugador". Luego vendrían otros, grandes escritores, padres de la literatura universal de los siglos 19 y 20. Me maravilló la narrativa de Juan Rulfo, el mexicano. Cómo olvidar su cuento "Diles que no me maten". Hasta que me interné en la geografía venezolana gracias a Rómulo Gallegos. Fue él quien me hizo querer más a mi país. Pero no puedo dejar de nombrar al Gabriel García Márquez y su realismo mágico. Macondo me recordó mi pueblo natal y mis primero pasos como joven de la clase media rural. Así pues, transcurrió el tiempo, sin prisa pero sorprendentemente rápido. Cuando percaté estaba oyendo a un militar hablando por la televisión, después de haber fracasado en un intento de golpe. Se responsabilizó de los hechos, y soltó una frase que taladró mi alma: "Por ahora…". Corría el mes de febrero, cuando en el día 4 de 1992 mi historial de buscador de caminos quedó sepultado junto a mis conocimientos apretados. Juro por mi madre que cuando oí hablar por la televisión a un tal Hugo Chávez, se me esfumó todo lo que había leído antes, como preparación para mi salto a las grandes ligas. Dicho de otra manera, mi ascenso a revolucionario.

Años más tarde me hice chavista. Tal vez fue otro error en mi vida. Me dejé capturar por la moda. Ser chavista era la moda después de tener Chávez un año como presidente. Estamos hablando del año 2000, un poco menos y un poco más. Pero fue duro el poder adaptarme al nuevo lenguaje de un líder como Hugo Chávez. Y me hizo releer a "Los Miserables" de Víctor Hugo, y hasta "El guerrero de la luz", un libro folletinesco de poca monta escrito por Paulo Coelho, me lo "bebí" de la noche a la mañana. Chávez me metió en la honda del escritor brasilero, ya que antes no sabía de su existencia. Siempre estuve atento al libro que él iba a recomendar o que estaba leyendo. Corría a la librería y en una noche me devoraba el libro que fuera. Pero no sirvió de mucho. Al poco tiempo me sentí con la mente en blanco y fue cuando comencé a rebobinar en mi mente. Me dije, en una reflexión: "¿Quién eres? ¿En quién te has convertido? No eres ni una cosa ni la otra. ¿Qué aprendiste de tus lecturas marxista? ¿O de Lenin? ¿O de tantos carajos que aún después de muertos siguen jodiéndole la vida a uno? ¿Y ahora qué?". No crean que es fácil cuando uno llega a una encrucijada de este tipo. Por eso pasó lo que tenía que pasar.

Les confieso que mi chavismo no duró mucho. Me sentí traicionado por mí mismo. Había dejado obligado mi zona de confort para experimentar. En esta vida el experimento es bueno si se aplica en la ciencia y en la investigación, pero no tiene viabilidad en la vida terrenal. Así que ustedes se imaginan lo que pasó. Me salí de ese amasijo llamado chavismo. Y la corriente me arrastro hacia la oposición. Un buen día me encontré militando al lado de un Henrique Capriles y un Freddy Guevara. Personas que no "pasaba" ni en agua edulcorada. Pero así es la vida. Un día eres una cosa, otro día otra, y así vamos en la vida (personas como yo), dando bandazos, cambiando como un camaleón y haciéndole mérito a aquella frase de la novela "Por estas calles" que popularizó el actor venezolano Franklin Virgüez, en su rol de Eudomar Santos: "Como vaya viniendo vamos viendo…".

Desde que me hicieron abandonar mi zona de confort (esto lo digo con arrechera), me la he pasado viniendo como he ido viendo. Por eso me extraño a mí mismo. No sé quién soy. Un día el señor Guevara me dijo: "Mira chico, hoy hay jaleo en Chacao. Así que prepárate". Como yo estaba nuevo en el asunto entonces le pregunté qué significaba eso de "jaleo". Y me dijo, sin tapujo alguno: "Coño pana, vamos a matar o a que nos maten. Así de simple. Coge tu escudo, tu máscara, tu lanza vaina y nos encontramos en la Plaza Altamira… Ah, se me olvidaba, encomiéndate a Dios". Y de pronto, como por arte de magia, estaba allí. En un lugar desconocido para mí, reunido con gente desconocida. Totalmente desconocida e indescifrable no sólo por la vestimenta, sino por los trapos y por las mascarás que cubrían sus rostros. Parecían actores de esas películas de zombis que deambulan de un lado a otro asesinando a quien se le atraviese por delante.

En estos momentos me encuentro tirado sobre mi cama. Con los brazos descansando sobre mi abdomen. Mis ojos los terminó de abrir. Estoy escudriñando el cielo raso de mi habitación. Como buscando el punto donde me extravié. Donde me divorcié del camino de los hombres honestos y correctos. Pero todo lo que veo es al hombre clamando por su vida, mientras es apuñalado viarias veces y luego quemado, sin piedad. Lo veo correr desesperadamente por todo el cielo raso. Cierro mis ojos, y es peor. Siento como si todo estuviera dentro de mí. Como si formara parte de aquel festín digno de la era oscura cuando quemaban vivas a las mujeres en la Francia del siglo 19. Pero la realidad era que yo terminaba de llegar del lugar. Yo estaba cerca. Vi todo. Oí el clamor del hombre pidiendo que le respetaran su vida, y lo vi cuando corrió con las llamas consumiéndole su cuerpo semi desnudo, mientras aún lo perseguían y lo golpeaban con los escudos. Fue cuando yo también corrí hacia mi casa. Cada paso que daba parecía que estaba brincando un gran charco de agua sucia. Jadeaba de tanta presión dentro de mí. Mi casa se distanció tanto que me parecía que nunca llegaba.

Ahora estoy aquí. Tirado, como un perro, sobre esta cama dura. Por primera vez la siento dura. Nunca había experimentado eso. Quisiera esfumarme. Desaparecer en el fondo del mar, o en cualquier fondo. Quisiera no haber nacido, y menos haber conocido a quien me dijo: "Vente con nosotros, tienes cara de ser un buen revolucionario". Nunca supe porque carajo me dijo eso. Pues, nunca he sabido lo que es ser un buen revolucionario. Pura paja. Pero me cambio mi vida. Hace un instante no me sentí. No percibí mi cuerpo. Ni siquiera mi respirar. Tuve una sensación rara. No puede describirla. Tampoco puede describir el dolor lo que siento en mi alma. Me laceran mis pensamientos sobre aquel ser humano, corriendo con la boca abierta buscando un poco de vida, con su cuerpo ensangrentado de tantos golpes y tantas puñaladas, apurado con las hordas del nuevo cuño atrás de él, con sus rostros ocultos como las serpientes entre los matorrales. Hace ratico, cuando venía comiéndome las calles, sudoroso y lleno de miedo, fue que supe que se llamaba Orlando Figuera, de 21 años de edad, eso me dijo el viento, adolorido también.

Orlando Figuera tenía 21 años de edad. Ingresó al hospital con un 80% de quemaduras en su cuerpo. Dios no podía dejar que sufriera tanto. Optó por llevárselo. Este venezolano estuvo en lugar equivocado, a la hora equivocada, y en los tiempos de locura. Yo estuve allí. Nadie me puede contar lo que yo vi con mis dos ojos. Con estos ojos que danzan de un punto a otro en el cielo raso. Danzan sin sentido. Sin apoyo y prácticamente sin vidas. Quiero decir, sin ganas de seguir viendo cosas como lo que sucedió en Altamira Sur, un día pleno de presagios y de voces agoreras. 21 años no es nada. Comenzaba a vivir, y de pronto, por voluntad de un grupo de desquiciados, se ha ido para no volver. Allá, en el cielo, debe estar viéndonos y rezando por nosotros, los que quedamos en esta tierra bendecida por Dios. Mientras tanto yo me consumo de pena, explayado sobre esta cama de dónde no quisiera pararme. Y sin poder llamar a nadie ¡Carajo!, qué cambio tan brusco. De joven con ínfulas de intelectual, leyendo a escritores famosos, a un chavista improvisado donde perdí varios años, y ahora un joven aún, perdido, sin saber quién soy, gracias a la barbarie que me atrapo en un momento de debilidad, pero estoy consciente de la madurez que me cayó del cielo y que siento que me arrastra hacia un abismo. Ahora, cuando me siento un hombre. Pues, ahora sí soy un hombre, un hombre de verdad, capaz de tomar mis propias decisiones, a partir de cuando me pare de esta cama. Porque pararme será también mi decisión. Eso es verdad, en tan solo horas he madurado tanto que parezco un viejo. Un viejo sin años, sin poder sentir el dolor que sintió Orlando Figuera, antes de morir. Sin rumbo fijo. Sin ruta que emprender. Con el dolor acuesta que me lacera mis huesos.

La esperanza amenaza con abandonarme, pero les pido a Dios y a Orlando Figuera que me perdonen por tanta debilidad. Y juro ante mi Dios y espero una respuesta de Él antes de que sea tarde. Pues, diré no, a lo que tenga que decir no. Entiéndase bien, no dejaré los restos de mi vida en manos del azar. Me haré responsable de mí mismo. En tan sólo instantes he madurado tanto que estoy sorprendido. Leí que el manipulador o manipuladora está en todas partes. Está atento para atrapar a incautos. Nos meten en la cabeza sus modos de pensar, de concebir la vida y hacernos sentir lo irreal, como real. Son expertos en doblegar conciencias. "El manipulador busca siempre satisfacer sus necesidad e imponer su voluntad no teniendo en cuenta para nada lo que la otra persona siente o piensa…". Yo siento mucho que me haya dejado manipular hasta el punto de encontrarme de golpe y porrazo en un lugar desconocido para mí, como Altamira Sur. Yo vivo lejos de ese sitio. No conozco a ningún residente de esa Urbanización. Soy, o mejor dicho, era un "extranjero" manipulado. Ahora me siento débil hasta para pararme de la cama. Pero confío en Dios. No me dejaré arrastrar hacia la violencia. Nací lejos de esa condición impropia y destructiva. No más violencia. No más casos como el de Figuera. No más actos sin sentido alguno, donde me estoy jugando mis mejores años, los años de la reflexión y parafraseando a Osho, los años dorados, donde la semilla comienza a germinar. Osho dice: ¿Por qué no te conoces a ti mismo? Debería ser la cosa más sencilla del mundo y se ha vuelto difícil, lo más difícil. Conocerse se ha vuelto casi imposible. ¿Dónde está el error? Tienes la capacidad de conocerte. Tú estás ahí, la capacidad de conocerte también está ahí. Entonces ¿qué ha sucedido? … Sólo hay un error, y a menos que lo arregles, seguirás sin saber quién eres. Y el error es que se ha creado dentro de ti una división. Has perdido tu integridad. La sociedad te ha convertido en una casa dividida, dividida en contra de ti mismo…".

¡Coño!, este tipo, es pana de verdad. Dejó antes de morir la respuesta a mi confusión actual. A mi negación de vida. Ha venido a mi auxilio. Ahora puedo sacudirme esa vaina que me echaron encima. Ahora puedo ser yo mismo. Osho vino a mi rescate. Le doy las gracias, tal vez, fue Dios quien me lo mando, hecho libro, hecho tinta, hecho papel. Yo me conozco y sé que puedo serle útil a Venezuela, pero siento que por aquí no van los tiros, tengo que despertar por siempre. Pararme, caminar y vivir. Qué cosa tan rica es vivir. Viviré, como dice la canción, rastrearé cómo volver a mi antigua zona de confort. No tengo ni idea. Pero sé que debe haber una ruta de escape (O la construiré) para escapar de este laberinto y dejar atrás el "Como vaya viniendo vamos viendo".



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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